La incapacidad de EEUU para conseguir la adhesión del G-20 a sus propuestas frente a los desequilibrios comerciales ha desatado titulares de prensa terribles contra Obama. Sin embargo, las implicaciones más importantes de su gira de 10 días por Asia han sido pasadas por alto. Dado que su objetivo principal era desarrollar contrapesos regionales a la emergencia de China, el balance es bueno y satisfactorios los resultados. Que se multiplican y revalorizan con los de la reciente cumbre de la OTAN en Lisboa.
Afirmar que la gira de Obama a Asia ha exuesto los límites de la influencia de Estados Unidos en la región y el retroceso sufrido en los últimos años, si bien explica una parte de la realidad, no expresa la historia completa. ”A veces, porque EEUU hemos pasado por un par de años difíciles, hay una tendencia a pensar que de alguna manera Asia se está moviendo y nosotros la estamos olvidando’”, dijo Obama a los medios de comunicación. “Pero de hecho, creo que todo el mundo en Asia, eso es lo que he escuchado de los líderes y de la gente, cree que seguimos siendo esenciales, y nos quieren allí.” La décima reunión de ministros de Asuntos Exteriores de Rusia, India y China –el llamado “triángulo estratégico emergente” RIC– celebrada en la ciudad china de Wuhan nada más concluir la cumbre del G-20 y simultánea a la celebración en Japón del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), confirmaba la visión de Obama de que EEUU posee sólidos puntos de apoyo en Asia plantados sobre tierra firme. Con el fortalecimiento de los lazos de EEUU con Rusia y la India, y el agravamiento de las tensiones entre Estados Unidos y China, se abren fisuras en el triángulo Rusia-India-China (RIC). La idea del triángulo emergente RIC se originó a mediados de los años 90, a partir de una conciencia cada vez mayor de que la política de los EEUU de Clinton de “despiezar” a la antigua URSS y pasar a devorar sus trozos, no sólo condenaba a Rusia a una posición mundial marginal, sino que en esas condiciones difícilmente Washington trataría nunca a Moscú como un socio estratégico. La consecuencia fue el histórico viaje del presidente ruso Boris Yeltsin a China en abril de 1996, donde por primera vez los dos países pasaron a describir su relación como de afianzamiento y desarrollo de una “asociación estratégica”. Dos años más tarde, en 1998, era el entonces primer ministro ruso Evgueni Primakov, quien durante una visita a la India acuñó el concepto de “triángulo estratégico”.EEUU mima al Kremlin Mientras los ministros de Asuntos Exteriores del RIC desayunaban, la noticia principal de los periódicos de la mañana era la reunión entre Obama y el presidente ruso, Dmitry Medvedev, en Yokohama, al margen de la cumbre de la APEC. En ella, Obama se mostró optimista en conseguir la ratificación del Senado de EEUU al Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START II). Gracias al llamado “reset” (reinicio desde el punto de partida) con EEUU, Rusia espera unirse a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2011, mientras que la OTAN ha invitado a Rusia a unirse a su proyecto de defensa antimisiles para Europa, y Moscú está a punto de convertirse en socio de la OTAN en Afganistán. El canciller ruso, Sergei Lavrov, ya anunció que Moscú y la OTAN podrían "poner fin al período de post-Guerra Fría" en la cumbre en Lisboa, donde Obama y Medvedev tiene previsto reunirse de nuevo. Desde su punto más bajo en el año 2007, cuando Putin pronunciara su famoso discurso de Munich contra la OTAN, en el que expresó públicamente la profunda indignación de Moscú por la astucia torticera de sus “socios”, las relaciones entre Washington y Moscú, entre la OTAN y Rusia, no han dejado de estrecharse y limar asperezas tras la llegada de la nueva administración demócrata de Obama. En vísperas de la cumbre de la OTAN en Lisboa, Moscú adoptó una serie de importantes pasos conciliatorios. Aprobó el endurecimiento de sanciones contra Irán y ha renunciado al contrato para suministrar a Teherán sistemas de defensa antiaérea. Tensionó sin motivo aparente las relaciones con Bielorrusia. Y hacía un gran regalo a uno de los más fieles aliados de EEUU en la OTAN, Noruega, que ha recibido un enorme espacio en el mar de Varents, cuando Rusia nunca había reconocido derechos de ningún país sobre el mismo. El resultado final de la cumbre de Lisboa parece marcar el inicio de una especie de “luna de miel” entre Occidente y Moscú. Obama lo sintetizaba al decir que a partir de ahora “vemos a Rusia como un socio y no como un adversario”. Rusia, por su parte, se muestra dispuesta a participar en el sistema de defensa antimisiles y a ampliar significativamente su colaboración con la estrategia y las tropas de la alianza internacional en Afganistán. Quien queda fuera de todo esto es China. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OCSE), de la que no forma parte tampoco Pekín, celebrará una cumbre histórica en diciembre en Kazajstán, en el corazón de Asia Central. La ampliación de la participación de Rusia con la OTAN en Afganistán, priva a la Organización de Cooperación de Shanghai de una buena parte de su valor geoestratégico, reduciéndola a poco más que una alianza económica regional. Además de esto, Washington está golpeando también en uno de los puntos que más puede doler a China, explotando las rivalidades en torno a la producción energética del mar Caspio. Las perspectivas de los gasoductos South Stream y Nord Stream han mejorado. A medida que se avanza en su construcción, Rusia asume obligaciones a largo plazo como proveedor de energía al mercado europeo y no tiene prisa en buscar alternativas para las exportaciones de energía al necesitado mercado chino. Washington maneja la conducción de los países del este europeo implicados en el asunto y el acuerdo ruso-búlgaro firmado el pasado viernes sobre South Stream va a permitir que el proyecto despegue antes de lo previsto. La velocidad adquirida en las últimas semanas por el “reset” entre EEUU y Rusia parece haber cogido a China por sorpresa, no por juzgarlo imposible, pero sí por la intensidad y el ritmo al que se está produciendo. Al mismo tiempo, la aceleración del estrechamiento de vínculos con Moscú, unido a la visita asiática de Obama, pone de manifiesto cómo EEUU está intensificando la articulación de una red multilateral de alianzas con el objetivo cada vez más evidente de contener a China y preservar el liderazgo de su hegemonía. El acercamiento a India De modo parecido, Obama ha logrado durante su reciente visita a la India “resetear” las relaciones entre EEUU y la India. La Casa Blanca ha ido más lejos que nunca para satisfacer las aspiraciones de India como potencia emergente. El estratégico contenido de la visita de Obama se manifestaba, en primer lugar, en el respaldo de EEUU a la candidatura india para convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y la eliminación de restricciones para la transferencia de tecnología nuclear de doble uso a la India. Pero también en el apoyo a la adhesión de India al régimen de control de la tecnología, y la decisión hindú de efectuar una compra de armas masiva a EEUU. Hasta ahora, Pekín estaba cómodamente instalado en la convicción de que China es mucho más importante para EEUU de lo que la India puede llegar a serlo nunca. Dado que el ejército paquistaní tiene yuguladas a las fuerzas de la OTAN en Afganistán, Pekín siempre ha estimado que Washington no estaba en condiciones de enfrentarse antagónicamente con Pakistán por cortejar a la India. De hecho, en el plano regional el análisis es correcto, pero la política regional esta siempre subordinada al enfoque global. La apertura de Washington hacia la India se produce en un momento en que la economía de India puede que pronto empiece a aumentar a un ritmo más veloz que el de China. El propio Diario del Pueblo, órgano oficial del Partido Comunista de China, llegaba recientemente a la conclusión de que la “gira relámpago de Obama a la India es una prueba de que el enfoque estratégico de EEUU se ha desplazado desde Pekín a Delhi”. China es el único miembro permanente del Consejo de Seguridad que paraliza por el momento la oferta a la India para unirse al selectivo club. El gobierno hindú esperaba que el respaldo de Obama pondría bajo presión a Beijing. Sin embargo, el comunicado conjunto de los ministros de Asuntos Exteriores del RIC reunidos en Wuhan se retracta de su anteriores posiciones. En 2009, en su reunión de Bangalore, el comunicado conjunto reiteraba que los tres países “conceden importancia a la situación de la India en los asuntos internacionales y entienden y apoyan las aspiraciones de la India a desempeñar un papel más importante en las Naciones Unidas.” En el de este año, por contra, se han limitado a decir que “los ministros de China y Rusia aprecian el papel desempeñado por la India en los asuntos internacionales.” Hasta ahora, la posición oficial de China había sido la de apoyar la ampliación del Consejo de Seguridad, dando entrada a nuevos países emergentes del Tercer Mundo, entre los cuales la India y Brasil ocupaban un lugar destacado. Sin embargo, el giro de la política norteamericana hacia India, y el consecuente “envalentonamiento” político y diplomático de Delhi frente a Pekín, están obligando a China a endurecer su posición hacia el vecino del otro lado de Himalaya. En una reciente reunión entre el ministro de Asuntos Exteriores indio, SM Krishna, y su homólogo chino, Yang Jiechi, el primero expresó públicamente la esperanza de que China sea sensible a la cuestión de Cachemira “como [India], lo ha sido a la Región Autónoma del Tíbet y Taiwán”. Sea como resultado de la nueva posición de fuerza que Delhi cree tener a medida que estrecha relaciones con Washington, o sea una concesión a la importante fracción del stablishment hindú que reclama más firmeza ante Pekín, lo cierto es que esta es la primera vez que Nueva Delhi señala un dramático paralelismo entre la disputada soberanía india sobre Cachemira y los problemas a los que enfrenta China en Tíbet y Taiwan. Un asunto acerca del cual Pekín no está acostumbrado a recibir ni aceptar consejos. Mucho menos si se compara el Tíbet y Taiwán, partes integrantes de la nación china, con una zona objeto de disputas territoriales como es el caso de Cachemira. Sería tal vez exagerado decir que Obama incitó a la diplomacia hindú a entrar como elefante en cacharrería en este delicado asunto, aunque su visita podría haber actuado como un factor dinamizador de estas maniobras tácticas de la India. De forma significativa, funcionarios indios airearon el rechazo de su canciller a algunas propuestas chinas para introducir en el comunicado final referencias negativas a EEUU. Sea o no cierta esta versión, su destinatario evidente es Washington. Entre líneas, los informes indios de la reunión muestran también rastros de irritación de Moscú para identificarse con la posición de China sobre asuntos regionales e internacionales. Parece evidente que un sonido de efervescencia interna sale del RIC.El arte de gobernar de Obama Todo esto no quiere decir que ni Rusia ni India se vayan a unir a ninguna alianza –mucho menos a una alianza antichina– encabezada por Estados Unidos. Lo que destaca de la sutil estrategia de Obama es cómo está buscando crear asociaciones bilaterales con Rusia y la India, a través de promesas y concesiones hechas a medida de ambos, que en gran parte cumplen sus respectivas aspiraciones de potencias emergentes. El Kremlin camina en un difícil equilibrio: mientras se hace más profunda su compenetración estratégica con China, explora abiertamente las potencialidades que le ofrece la oferta de “reset” de Obama. En comparación, Washington encuentra un eco mucho más receptivo a sus ofrecimientos entre las elites hindúes. En cualquier caso, la nueva estrategia de la línea Obama, que empieza a coger velocidad de crucero, para la contención de la emergencia de China, se está revelando como compleja, profundamente estudiada y, por qué no decirlo, brillante. Washington ha trasladado el grueso de su potencia de fuego a Asia, buscando crear una primera línea de contención que impida, o cuanto menos dificulte, la expansión de la influencia china más allá de su escenario cercano. Y lo ha hecho en un movimiento progresivo y dinámico en el que son observables hasta ahora, al menos, cuatro etapas diferenciadas. Lo primero fue el reforzamiento de los vínculos de seguridad claves en el Lejano Oriente mediante la venta de armamento de carácter estratégico a Taiwán y la reinstauración en Corea del Sur y Japón de dos gobiernos “amigos”, en el primer caso de grado, en el segundo por fuerza. Cortando de raíz cualquier posible desarrollo de las fuerzas políticas que en ambos países expresaban una línea de mayor autonomía respecto a Washington y proclividad a un acercamiento a Pekín. En segundo lugar, en el terreno militar directo, se ha asegurado el dominio del Océano Índico –la vía marítima esencial para el desarrollo chino– reforzando el control de sus dos puertas esenciales en el Golfo de Adén y en el Estrecho de Malaca. En el primer caso desatando la guerra encubierta de Yemen, en el segundo firmando una alianza estratégica integral con Indonesia. En tercer lugar, fomentado las disensiones y rivalidades entre China y sus vecinos por las disputas territoriales y marítimas en el Mar de China Meridional y el Mar Amarillo, alineándose abiertamente con estos últimos y ofreciendo su fuerza política y militar para que ganen musculatura con respecto a Pekín. Por último, con el doble movimiento concentrado en apenas dos semanas con el viaje de Obama a Asía y la cumbre de Lisboa de la OTAN, busca establecer importantes cuñas de rivalidad entre Rusia y la India y Pekín, con el objetivo de impedir a toda costa un reforzamiento de los vínculos estratégicos de unidad entre las tres potencias emergentes más importantes. La línea táctica de contención de China –sin romper o enfrentarse abiertamente con ella– de Obama está creando una nueva situación, en la que Pekín tendrá que esmerarse en encontrar una respuesta a la altura del arte de gobernar el mundo que parece estar demostrando la línea Obama. Aunque estratégicamente el tiempo y las bases de desarrollo del poder económico mundial juegan a favor de China, no deberá despreciar el formidable desafío táctico que la nueva línea de la superpotencia representa.