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Viraje en Francia

La victoria del socialista François Hollande en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas ayer en Francia trasciende con mucho las fronteras de ese país, y adquiere, en la presente circunstancia de crisis sin fondo y ajustes salvajes impuestos a las poblaciones del viejo continente un significado alentador. El primer hecho destacable del resultado comicial es que la ciudadanía francesa ha votado, en forma mayoritaria, por una propuesta distinta a la receta que la Unión Europea –bajo la influencia directa de la canciller alemana, Angela Merkel– ha venido imponiendo en Grecia, Italia, España y otros países: austeridad, recesión, destrucción de derechos, demolición de los servicios de educación, salud y vivienda. “La austeridad –ha dicho Hollande– no puede ser una condena”, y esa frase resume la clave principal de su victoria (…)

Hollande logró, a lo que puede verse, atraer a la enorme mayoría del electorado que en abril se manifestó por las opciones de izquierda que concurrieron a la primera vuelta (empezando por las que encabezaron Jean-Luc Mélenchon y la ambientalista Eva Joly), así como a la mayor parte de quienes habían sufragado por el centrista François Bayrou (más de 9 por ciento) e incluso a cierto porcentaje de los votantes del FN, acaso esa porción de ciudadanos que respaldaron a la extrema derecha no por afinidad ideológica, sino por desesperación ante la crisis. De lo anterior puede inferirse que el voto por Hollande ha sido mucho más plural que el obtenido por Sarkozy. La próxima presidencia francesa tendrá, en consecuencia, un respaldo inicial equilibrado y diverso.

Buena necesidad de ello tiene el próximo presidente, cuando Europa padece la crisis económica más grave de las pasadas ocho décadas y cuando se requiere de unidad nacional para hacer frente y equilibrar las políticas económicas devastadoras que los centros de poder mundial tratan de imponer a las naciones de ese continente.

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