¿"Mercados sin rostro" o las mayores burguesí­as del planeta?

Vino viejo en odres nuevos

Se ha convertido en lugar común para amplios sectores de la izquierda considerar que lo distintivo de la actual crisis es la preeminencia absoluta del capital financiero sobre cualquier otro tipo de capital, y en especial sobre el capital productivo, el dedicado a la producción de mercancí­as.

Un capital financiero que además, nos dicen, tiene la nueva característica, impulsado por el desarrollo de las nuevas tecnologías, de ser tan altamente especulativo que ha convertido la economía en una suerte de “casino global”. «El capital financiero impone a toda la sociedad los tributos en provecho de los monopolistas»

De ello se extrae, como conclusión, que es necesario poner freno a este tipo de capital, limitando sus maniobras especulativas, regulando los mercados financieros, imponiendo tasas a sus movimientos y transacciones, etc.

El problema de este tipo de planteamientos es que todavía no han encontrado (porque no existe) ese “caballero blanco” con el que sueñan: un capital monopolista libre de la dominación de las oligarquías financieras y que no tenga inscrito en su naturaleza (como el escorpión de la fábula) el saqueo financiero y la especulación.

Aunque afirmar esto, en realidad, no es decir nada nuevo. Hace ya casi 100 años, en 1916, Lenin señalaba expresamente en “El imperialismo, fase superior del capitalismo” cómo todos estos fenómenos eran consustanciales a la nueva fase en la que había entrado el capitalismo: el imperialismo o capitalismo monopolista de Estado.

Para empezar, una afirmación contundente: “el siglo XX señala el punto de viraje del viejo al nuevo capitalismo, de la dominación del capital en general a la dominación del capital financiero”. Es decir, no es, como muchos creen, la doctrina neoliberal surgida en EEUU en los años 70 la que ha propiciado el predominio del capital financiero.

Desde la desaparición del capitalismo de libre competencia en las décadas finales del siglo XIX esto es lo que ha venido ocurriendo en todos los países capitalistas desarrollados. Lo que ha pasado en el siglo transcurrido desde entonces es que ese dominio de las oligarquías financieras, de sus bancos y sociedades de inversión, se ha incrementado sin cesar hasta hacerse tan insoportable como incompatible con los intereses del 90% de la población.

“El capital financiero, concentrado en un puño y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, de la constitución de sociedades, de la emisión de valores, de los empréstitos del Estado, etc., consolidando la dominación de la oligarquía financiera, imponiendo a toda la sociedad los tributos en provecho de los monopolistas”. ¿Podemos encontrar alguna diferencia entre este retrato preciso de Lenin con la situación que vivimos hoy?

Beneficios enormes, creación de sociedades financieras, negocio con la deuda del Estado, emisión de valores como las preferentes, etc. Una serie de maniobras financieras que el estallido de la crisis ha hecho ir a más. Pero tampoco esto es nada nuevo. Como dice Lenin: “si durante los períodos de auge industrial los beneficios del capital financiero son inconmensurables, durante los períodos de decadencia se arruinan las pequeñas empresas y las empresas inconsistentes, mientras que los grandes bancos ‘participan’ en la adquisición de las mismas a bajo precio o en su ‘saneamiento’ y ‘reorganización’ lucrativos”. ¿Acaso no es esto exactamente lo que estamos viviendo ahora mismo en España?

El desembarco masivo del capital extranjero en nuestro país a través de sus bancos y fondos de inversión, la venta de muchas de las principales fuentes de nuestra riqueza a precio de saldo son su consecuencia inevitable. Porque, como concluye Lenin, las oligarquías financieras más fuertes del planeta y sus Estados se reparten el mundo, estableciendo cada una de ellas sus propias esferas de influencia. Países y territorios donde, sobre la base de la intervención y el control político-militar, su capital financiero encuentra el terreno libre para saquear y explotar. “La época del capitalismo moderno nos muestra que entre los grupos capitalistas se están estableciendo determinadas relaciones sobre la base del reparto económico del mundo, y que, al mismo tiempo, en conexión con esto, se están estableciendo entre los grupos políticos, entre los Estados, determinadas relaciones sobre la base del reparto territorial del mundo, (…) de la lucha por el territorio económico”.

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