ARCO es una feria destinada a ser escaparate al servicio de las galerías para comprar y vender obras de arte, que en su web se publicita como “una de las principales plataformas del mercado del arte contemporáneo”.
Pero es también y sobre todo un gran acontecimiento cultural, un momento donde la atención cultural se focaliza sobre el arte contemporáneo. Comenzó su andadura en 1981, era imposible un evento como este en plena dictadura, y a lo largo de 43 ediciones podemos rastrear la evolución del arte contemporáneo.
En esta edición no hay “obras estrella”, como un Franco criogenizado o la capilla ardiente de Picasso, que copan la atención de los medios. Pero sí un amplísimo abanico de 205 galerías, con una creciente presencia de mujeres, hasta alcanzar el 43% de los artistas expuestos, el mayor porcentaje de la historia de ARCO.
Muchos ARCOs
En ARCO las nuevas creaciones, la parte fundamental del evento, pueden dialogar con obras de artistas consagrados del siglo XX. En esta edición se exponen una escultura de Chillida o pinturas de Picasso, Tapies o Miró. Y podemos observar un lienzo de María Blanchard, una de las grandes pintoras cubistas.
En torno o al lado de la feria principal se superponen otras, que aportan a ARCO una pluralidad de perspectivas.
En el Salón de Arte Moderno, dedicado a las vanguardias del siglo XX, se nos propone una exposición que conecta el arte contemporáneo con el arte antiguo, desde la antigüedad clásica al gótico.
En las 43 ediciones de ARCO está la evolución del arte contemporáneo
La UVNT Art Fair fija su mirada en el surrealismo pop y el nuevo pop art.
“Flecha”, impulsada por un colectivo de artistas en 1991 como contrapunto y espacio alternativo a las instituciones oficiales, nos ofrece desde una litografía de Antonio López, “Gran Vía 1 de enero”, a la abstracción de Eduardo Vega de Senoane en “Miradas”.
Del Caribe a la transición
La exposición central de esta edición de ARCO viaja hacia el corazón de América, bajo el título “La orilla, la marea y la corriente: un Caribe oceánico”.
Huyendo de un Caribe transformado en alguna imaginería occidental en objetivo de consumo turístico, “exótico”. Para ofrecernos el arte contemporáneo que crean sus artistas, desde una mirada y una sensibilidad múltiple, ejemplo de los muchos caribes que existen.
Desde la obra de Freddy Rodríguez, dominicano exiliado en Nueva York huyendo de la dictadura de Trujillo, que expresó el racismo que sufrió a través del color y las formas. A la obra de otro dominicano, Engel Leonardo, que ha dedicado parte de su creación a los maniales, las comunidades formadas por los negros que escaparon de la esclavitud de las minas y las plantaciones de caña de azúcar.
Complementado por la sección “Nunca lo mismo”, dedicada al arte procedente de Iberoamérica. Su título coge prestada una cita del escritor Osvaldo Lamborghini, para expresar un arte que tiene en la mutación una de sus virtudes.
El brasileño Denilson Baniwa resalta la resistencia indígena frente al colonialismo. Y el guatemalteco Moisés Barrios emplea la banana como símbolo del dominio norteamericano sobre la región, con el garrote de los marines en una mano y el poder de la United Fruit Company en la otra.
ARCO 2024 camina desde el Caribe al arte LGTBI de la transición
Hasta volver a la otra orilla, a la España de la transición, con una sala dedicada a siete artistas homosexuales, en un intento de ofrecer una muestra del arte LGTBI en España. Incluyendo la recuperación de la obra de Nazario por parte de la galería barcelonesa Bombon Projects, bajo el título “Anarcoma, ese delicioso bofetón sin manos”.
Y donde es posible volver a ver “Manuel”, la escultura gay de Rodrigo Muñoz, que ya acaparó la atención de la segunda edición de ARCO, en 1983. Dedicada a una pasión imposible de consumar porque el objeto de deseo era un hombre heterosexual.
Una obra que Joaquín García Martín, en “Un acercamiento al arte homosexual en la Transición española”, define así: “Rodrigo sueña su cuerpo del que emerge el de Manuel al que contiene, al que abraza, como si se le escapara o como si entrara en él. Son dos figuras que es una. Desde luego solo hay un corazón que, además, se ilumina. Uno vestido y el otro desnudo, detallista hasta la extenuación, una imagen entre soñada y de pesadilla”.
Y que protagonizó una deliciosa anécdota cuando fue expuesta por primera vez en ARCO, en 1981. Entonces el autor observaba a “una abuelita muy pintada”, que sentada en una silla plegable suspiraba: “¡Ay, si lo viera Federíco!”. Pronto le revelaron que esa mujer era Maruja Mallo, la genial pintora surrealista, y que el Federico que recordaba era Lorca.