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Venezuela: ¿crónica de un golpe anunciado?

Este artículo iba a estar consagrado a reflexionar sobre la coyuntura planteada por las elecciones del pasado 14 de abril en la República Bolivariana de Venezuela. Sin embargo, las graves acciones de desestabilización en las que ha incurrido la oposición venezolana desde que se conocieran los ajustados resultados electorales, ha obligado a modificar el enfoque del análisis. Así, en lugar de priorizar el análisis de unos resultados positivos pero preocupantes para las fuerzas bolivarianas consideramos perentorio poner en primer término la denuncia de los intentos golpistas contra el proceso bolivariano.

Parece que el golpismo ha experimentado un nuevo auge en América Latina en los últimos años, casualmente coincidente con la emergencia de gobiernos progresistas, de izquierda o revolucionarios –dejamos al lector la aplicación del calificativo que prefiera-. Fue precisamente la Revolución Bolivariana quien padeció el primer intento en abril de 2002 cuando la oligarquía venezolana, aliada con Estados Unidos y España, secuestró al Presidente Hugo Chávez dando un golpe de Estado que fue abortado por el pueblo y el Ejército bolivariano; en junio de 2009 fue Honduras, país gobernado por Manuel Zelaya, un empresario que vio que la única manera de hacer prosperar a su país era huir de las ataduras oligárquicas e integrar a Honduras en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TC), Honduras fue la primera pieza del ALBA que causó baja en lo que parecía una partida de ajedrez macabra que prosiguió en octubre de 2010 con el intento de golpe de Estado –negado a día de hoy, como tantos otros golpes- contra el presidente ecuatoriano Rafael Correa; en junio de 2012, el Presidente paraguayo Fernando Lugo sufrió por parte del Congreso un golpe de Estado, también vendido eufemísticamente como un juicio al Presidente –un juicio exprés, en todo caso, y bastante cuestionable- por aquellos que anteponen lo procedimental a la voluntad popular. Y, en paralelo a todo lo anterior, habría que sumar los intentos de golpe contra el Presidente Evo Morales en Bolivia que, según declaraciones de éste, habrían sido tres en los años recientes.1

Con estos antecedentes, llegamos a las elecciones del pasado 14 de abril en Venezuela. En un escenario político donde el liderazgo de Hugo Chávez ya no está presente físicamente, y con una victoria electoral más ajustada de lo que nos tenía acostumbrados el Comandante, el imperialismo ha visto su oportunidad de oro para abrir una brecha que le permita, al fin, hacerse con el control político del país que atesora las mayores reservas de petróleo del mundo. He aquí la clave de todo: Venezuela es demasiado importante para el imperialismo, en términos geopolíticos, económicos, políticos y sociales. A partir de esta premisa es que debe entenderse todo lo que viene aconteciendo en Venezuela no ya en estos últimos días sino en los últimos años.

La desestabilización, siempre presente, se agudizó desde el agravamiento de la enfermedad del Presidente desatándose una guerra sucia sin cuartel con muchos frentes abiertos para crear las condiciones para un cambio de poder en Venezuela. Previo a las elecciones y no solamente en estos últimos días, el Gobierno venezolano tuvo que enfrentar planes de magnicidio con involucramiento de paramilitares salvadoreños; toda una campaña de desabastecimiento de productos básicos a través del acaparamiento de los grandes propietarios de las empresas distribuidoras de alimentos (recordemos el Chile de Allende); sabotajes en el sistema eléctrico y el hostigamiento de siempre por parte de la prensa internacional. A ello se unió una campaña electoral plagada de las mentiras habituales de la derecha venezolana, ahora travestida en pseudo chavista, consciente de que sólo apelando a los logros de la Revolución Bolivariana podía socavar la base electoral del chavismo. Es difícil saberlo ahora mismo pero, seguramente, la parte del desconocimiento electoral ya estaba prevista por Capriles y sus amigos, empezando por su asesor electoral J. J. Rendón, personaje connotado en el manejo de la manipulación, la mentira y todo tipo de estrategias arteras2 en contiendas electorales. Como lo expresó el Presidente Nicolás Maduro: “han planificado una guerra, no una campaña electoral”.

En este segundo intento de golpe de Estado contra el Gobierno Bolivariano, por lo pronto derrotado en su primera embestida, como comentaba Maduro antes de partir para la reunión de la UNASUR, el fascismo de la derecha venezolana y sus aliados internacionales han mostrado parte de lo que son capaces: asesinato a balazos de militantes chavistas; quema, con personas adentro, de Centros de Diagnóstico Integral (CDI) donde laboran los médicos cubanos; quema de sedes del PSUV; quema de viviendas de la Gran Misión Vivienda Venezuela; boicot del sistema eléctrico; boicot a hospitales infantiles; mentiras para justificar el desconocimiento de unos resultados electorales auditados, supervisados y validados por todos los observadores electorales presentes, incluidos los de la Unión Europea; manipulación de la realidad con voluntad desestabilizadora; difusión de información falsa por las redes sociales con respaldo de la prensa nacional e internacional (con “El País” superando en intoxicación, si es posible, a la prensa de la ultraderecha española) y un largo etcétera que forma parte de una estrategia general de guerra asimétrica que se aplica a Venezuela3 desde que la Revolución Bolivariana comenzó a tomar un camino socialista y antiimperialista.

Pero la subversión y el derrocamiento de gobiernos incómodos no es nueva, se viene aplicando en América Latina y en el mundo desde hace décadas contra todo gobierno que sea percibido por el imperialismo como un obstáculo a sus ansias expansionistas y a sus estrategias de control de recursos energéticos vitales o de zonas de importancia geoestratégica. ¿Cómo explicar si no el asesinato de Gadafi, lo que está pasando en Siria o las “revoluciones de colores” como la “revuelta verde” en Irán que se dio tras las elecciones presidenciales de junio de 2009, con un patrón muy parecido a lo que está sucediendo en Venezuela ahora?4 La diferencia es que el imperialismo ha aprendido a hacer las cosas de manera más sigilosa, cuando lo cree conveniente. Y ahora, en un mundo donde la manipulación se torna necesariamente más complicada por la aparente información globalizada, debe aplicar métodos de “golpe suave” y estrategias más sofisticadas de manipulación y persuasión colectiva que pasan desapercibidas para el grueso de la población mundial.

Desde la izquierda (sobre todo desde la izquierda académica, muchas veces no vinculada con las luchas reales, por desgracia) nos pasamos horas, días, meses y años tratando de categorizar a los gobiernos de izquierda del continente, entrando en debates encarnizados entre nosotros mismos sobre qué tan revolucionarios o transformadores son estos gobiernos, qué papel juegan sus líderes o qué relación se establece entre éstos y el pueblo organizado, etc. Estos debates -que son sanos y necesarios aunque estériles si no se dan donde se tienen que dar, es decir, en el terreno de las luchas- no deberían distraernos de lo fundamental: mientras nosotros nos enzarzamos, Estados Unidos tiene sus propios planes de control hegemónico de los recursos estratégicos mundiales, dentro de los cuales América Latina juega un papel destacado por ser su “patio trasero”, tal y como declaró con meridiana claridad el Secretario de Estado estadounidense John Kerry.5

Como siempre apunta Atilio Boron, nosotros podemos equivocarnos al categorizar a determinados líderes pero Estados Unidos no se equivoca nunca a la hora de ubicar a sus enemigos. Pese a que algunas fuerzas de la izquierda más sectaria no se den cuenta, bien sea por ceguera política, bien sea por falta de perspectiva histórica, los intentos de golpes de Estado siempre se enfocan contra presidentes incómodos que, pese a las limitaciones de sus políticas, encabezan procesos de cambio social, de gran raigambre popular o bien plantean un desafío, por mínimo que sea, a los intereses del imperialismo. La peligrosidad no radica tanto en estas personas como en su capacidad de movilizar a sus pueblos y, concretamente, en la voluntad emancipadora de estos mismos pueblos, ya que éstos podrían servir de ejemplo a otros pueblos oprimidos.

Por todo lo anterior, sería ingenuo pensar que la violencia desatada por los sectores más intransigentes y fascistas de la oposición venezolana se deba a unos resultados electorales concretos. Éstos son la excusa para desplegar un guión ya elaborado, excusa que, por otra parte, no se sostiene en los hechos. Tampoco tiene que ver la negativa que Nicolás Maduro le dio a Henrique Capriles cuando éste le propuso, en vista del estrecho margen de votos, “pactar” un acuerdo de supuesta “Unidad Nacional”, en el que la oposición exigía tener ministros propios, y que suponía más una coacción que una necesidad fruto de las circunstancias.6 La izquierda mundial ha de tener claro que lo que está pasando en Venezuela es una más de las intentonas golpistas del imperialismo para restar fuerza a los intentos de integración político-económica y social que suponen, cada cual en su medida, alianzas como el ALBA-TCP, la UNASUR o la CELAC. Si perdemos de vista este hecho fundamental, estaremos perdidos y los pueblos latinoamericanos volverán a revivir momentos históricos terroríficos.

Aprendamos de la historia, por tanto. Como se podía ver en un cartel de la Guerra Civil Española: “Primero, ganar la guerra, ¡menos palabras vanas!”. Esta frase sirve como metáfora para la coyuntura venezolana actual: primero paremos la desestabilización y el intento de golpe de Estado contra la Revolución Bolivariana porque su perpetuación es vital para todos los proyectos de emancipación de América Latina. Mañana, una vez derrotado el fascismo y hecha la justicia necesaria para no permitir la impunidad de los que tienen las manos manchadas de sangre del pueblo, tocará reflexionar sobre los resultados electorales y hacer lo necesario para que el proceso se profundice en términos socialistas, antiimperialistas y revolucionarios. Venezuela nos necesita, no la dejemos sola. Saber y difundir lo que realmente está pasando, más allá del cerco mediático y las manipulaciones de la oposición, es una buena manera de empezar a ayudarla.

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