Objetivo Pekín

Una nueva OTAN para el «multilateralismo hegemonista» de Biden

La línea Biden calienta motores desde el banquillo, lista para ponerse en marcha a partir del 20 de enero. Los contornos de su política internacional comienzan a dibujarse con trazos cada vez más nítidos. 

Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en las últimas declaraciones del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en las que se puede vislumbrar en qué consistirá la nueva forma de «presidir la mesa» que anuncia Biden, pero también las expectativas y los límites de la relación transatlántica. De las palabras del noruego también se extrae con claridad cuál será el nuevo papel de la Alianza. La OTAN señala a China como principal desafío.

Tanto Stoltenberg como las cancillerías europeas no han ocultado su satisfacción con el resultado de las elecciones norteamericanas. Se espera que Joe Biden entierre el trato degradatorio y marcial hacia los europeos que tanto gastó Trump y que vuelva a poner en valor la relación transatlántica. 

Se espera que Biden ponga en marcha su prometido «multilateralismo»: la forma que ahora tienen en Washington de referirse a la línea de «hegemonía consensuada» de Obama o Clinton, reformada y adaptada a los nuevos tiempos. Una forma de «presidir la mesa» -es decir, de defender la hegemonía de EEUU- donde sobre la base de que nadie cuestiona el papel de juez supremo de Washington, éste negocia o hace concesiones a sus aliados y vasallos, en función de la colocación de cada burguesía monopolista en la cadena imperialista, y de la utilidad de cada país o potencia para los intereses del Imperio. Una forma de imponer su hegemonía que pone mucho más acento en los instrumentos de dominio político, diplomático y económico, y en la estrategia de «liderar desde atrás» una coalición de países que llevan adelante los intereses de Washington. 

En este nuevo estilo imperial, las clases dominantes del viejo continente -en especial las de las grandes potencias europeas, Alemania o Francia- esperan tener más oportunidades para defender sus intereses que con una línea Trump siempre intransigente y vejatoria, especialmente hacia Berlín. El precio a pagar para volver a tener una buena sintonía con la Casa Blanca es la pleitesía y el plegamiento hacia los planes de Washington. 

Prueba de ello es la carta enviada por el equipo del presidente del Consejo Europeo, Charles Michell, al equipo de transición de Joe Biden, donde expresan sus deseos de “renovar y reforzar” la relación con EEUU tras cuatro años de agrios desencuentros con la Administración Trump. Y donde le piden audiencia, ofreciéndole celebrar una cumbre con los líderes europeos en el primer semestre de 2021. El mismo ofrecimiento le ha hecho la OTAN al presidente electo.

Eso no quiere decir que los dirigentes europeos se hagan ilusiones acerca del retorno de unos «viejos tiempos» que ya no volverán. «Este no es un tercer mandato de Obama. Afrontamos un mundo totalmente diferente», ha dicho el propio Biden. Esto también es cierto para Europa. 

Todos saben que conforme se agudice el declive económico de EEUU en el panorama mundial, la superpotencia va a cargar las pérdidas de la crisis en sus aliados y vasallos, aumentando el expolio y el saqueo, abalanzándose sobre sus fuentes de riqueza, y cargándoles con nuevos y mayores impuestos de guerra. La exigencia de que los miembros europeos de la OTAN tienen que elevar su gasto militar hasta el 2% de su PIB va a ser igual de inamovible con Biden que con Trump. 

La Alianza Atlántica, un nuevo y reforzado papel.

«Biden es un fuerte partidario de la OTAN y conoce bien la Alianza, lo cual es una buena cosa para todos», ha dicho Jens Stoltenberg. En la misma línea opina Jamie Shea, analista de Chatham House y exportavoz de la OTAN: “Biden siempre ha creído en la OTAN para la defensa de los valores democráticos y liberales. Y los nombres que ha escogido para dirigir su política exterior como Antony Blinken [secretario de Estado] y Jake Sullivan [asesor de Seguridad Nacional] son un guiño a Europa”.

Mucho se ha dicho y escrito estos últimos cuatro años sobre el futuro de la OTAN. El presidente francés, Emmanuel Macron, llegó a decir hace un año que la organización estaba en fase de “muerte cerebral”. Y no pocos han considerado que lo que estaba en juego en las últimas elecciones del 3 de noviembre era la propia supervivencia de la Alianza, y que con un mandato más por delante, Donald Trump haría realidad sus amenazas y disolvería la OTAN.

Estas afirmaciones no se sostienen. La Alianza Atlántica es una pieza clave para la hegemonía norteamericana. Mediante el sistema de alianzas militares -del que la OTAN, con 29 Estados miembros concentrados en el área de Europa, el Mediterráneo y Norteamérica, es con creces el más importante- EEUU concentra el 68% del gasto militar total mundial. La OTAN es una extensión del ya abrumador poder militar de la superpotencia, un elemento decisivo y fundamental de su hegemonía. La clase dominante norteamericana, y en especial el complejo militar-industrial que ha sostenido en buena parte las presidencias de Trump o de Bush, jamás permitiría una decisión equivalente a pegarse un tiro en el pie. Así se lo han hecho saber, siempre que Trump ha mencionado la posibilidad de deshacerse de la OTAN, todos sus secretarios de Defensa (Mattis o Esper) y los generales del Pentágono.

Ahora bien, para la línea de «multilateralismo hegemonista» de Biden, la Alianza Atlántica cobra un papel mucho más importante. Si durante la Guerra Fría, la Organización del Tratado del Atlántico Norte fue clave para el enfrentamiento con la URSS… ahora lo será contra China.

Objetivo Pekín

Durante la era Trump, la UE ha cultivado una calculada ambigüedad con respecto a la pugna, cada vez más aguda en el terreno comercial, entre Washington y Pekín. Es lo que Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, definió como la vía «My Way» (A mi manera), en alusión al famoso tema de Frank Sinatra. “La respuesta de la UE, a su manera, debe ser una vía propia que evite un alineamiento con EEUU o China”. El lado de Europa siempre está detrás de EEUU, pero alinearse con una Casa Blanca que bramaba contra las reglas de comercio mundial y que vejaba los europeos tampoco correspondía a los intereses del Viejo Continente. Pero ahora ha llegado Biden.

«Mi mensaje para EEUU es que si están preocupados por el tamaño de China, es incluso más importante mantener a los amigos y aliados en la OTAN cerca», ha declarado Stoltenberg. «Úsenos contra China. Para eso estamos», ha querido decirle a Biden.

 “China está invirtiendo de manera masiva en armamento y se acerca hacia nosotros, sea por el Ártico o por África o mediante inversiones en nuestras infraestructuras. No respeta los derechos humanos fundamentales y trata de intimidar a otros países”, ha dicho Stoltenberg, como si la Alianza Atlántica fuera una ONG y su poder militar no se hubiera utilizado nunca no ya para intimidar, sino para agredir, bombardear y devastar países enteros. 

«La envergadura del desafío de China ha de ser encarado de manera conjunta por los 30 aliados de la OTAN y por los socios internacionales que comparten valores similares», ha incidido el noruego, refiriéndose al resto de aliados de EEUU en el mundo fuera de la Alianza: Israel, Arabia Saudí, Australia, Japón…

Unas palabras que no solo son miel para los oídos de Biden, sino que revelan la política internacional del próximo presidente.

Estas son las intenciones de los centros de poder en Europa más vinculados a EEUU. Pero el mundo ha cambiado, y algunos sectores de las burguesías monopolistas europeas han trabado intereses compartidos con China. Alemania tiene negocios con el gigante asiático en magnitudes que superan las exportaciones conjuntas de Francia, Reino Unido, Italia, España y Países Bajos. Cuando la banca francesa les cortó el grifo, Grecia y Portugal aceptaron la inversión china. También Hungría se ha sumado a la Nueva Ruta de la Seda, y con ella coquetea ahora ni más ni menos que una Italia impulsada por aires soberanos. 

No todo está atado y bien atado en el ocaso imperial norteamericano. El «multilateralismo hegemonista» de Biden se va a enfrentar al verdadero y real multilateralismo, el que se abre paso sin cesar en un orden mundial que camina -zigzagueante pero inexorable- hacia un futuro multipolar.

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