Doce muertos y dieciséis heridos ha dejado el atropello sucedido en el apeadero de Castelldefels. El accidente se produjo a las 23.23 horas de la noche de San Juan al intentar cruzar la vía un grupo de unas treinta personas que fueron arrolladas por un tren Alaris que viajaba de Alicante (18.20) a Barcelona (23.46). La grave imprudencia colectiva es dramáticamente obvia. Pero no ha sido una persona aislada. Ha sido un grupo dentro de los numerosísimos ocupantes que salían del tren de cercanías. Pero hay también una responsabilidad de otro orden, en cuanto a las condiciones de seguridad en momentos de aglomeraciones.
El tren de cercanías iba abarrotado, sobre todo de jóvenes y adolescentes. Al ser el aso subterráneo estrecho para tal cantidad de gente se llenó enseguida. Según el comunicado de Renfe un grupo de viajeros cruzaron al otro andén sin utilizar el paso inferior. El tren Alaris circulaba por debajo de la velocidad permitida, pero a una velocidad superior a 120 Km/h, y emitió las señales acústicas reglamentadas. Sin embargo, en las imágenes y las fotos del apeadero en los días posteriores, igual que aparecía una persona cruzando la vía, se podían observar hasta tres miembros de seguridad en una estación casi vacía. ¿No se debe concentrar la mayor cantidad de este personal de vigilancia cuando existe un acontecimiento que supone que los trenes vayan abarrotados y que lo mismo suceda en esos destinos de cercanías a donde se dirigen? Pero el problema es la necesidad de establecer medidas que dificulten la posibilidad de poner en riesgo la vida, masivamente, en estaciones con un tráfico de alta velocidad.Hace falta toda la educación posible sobre este transporte y otros riesgos. Pero también hace falta toda la protección posible al usuario.