«La primera década vio la destrucción de un orden; destrucción creativa, al menos para Europa, que comenzó un periodo de unificación del continente, sentó las bases para su unión monetaria y se enfrascó en un largo debate institucional y constitucional.»
La segunda década, la de la confusión, emezó con la erupción del terrorismo yihadista aquel 11 de septiembre de 2001, la transformación de Estados Unidos en efímero imperio, el surgimiento como potencia de China y el avance hacia un mundo multipolar que se ha visto acelerado por la crisis económica y financiera que empezó en el verano de 2008. La tercera década se ha iniciado con el fracaso de la cumbre de Copenhague sobre cambio climático, que ha puesto de relieve, entre otros elementos, que las piezas globales se van perfilando aunque aún no han encajado, y tardarán en hacerlo. Esta década debe ser la de la consolidación de un nuevo orden, de nuevos actores y nuevas reglas e instituciones (EL PAÍS) LA VANGUARDIA.- En 1968, Mahbubul Haq, el economista pakistaní padre del Índice de Desarrollo Humano usado por Naciones Unidas, habló de 22 familias que controlaban el 68% de la industria y el 86% de la banca pakistaní. Lo único que ha cambiado desde entonces es que la oficialidad del ejército se ha fundido con la primitiva élite terrateniente y con la élite burocrática nacida de la independencia, hasta formar en gran medida una sola clase dirigente. Opinión. El País Una década decisiva Andrés Ortega Entramos no sólo en una nueva década -aunque el guarismo se empeñe en decirnos que técnicamente no hasta 2011- sino, sobre todo, en la tercera del cambio de mundo que empezó con la caída del muro de Berlín en aquel noviembre de 1989. No sólo es un cambio geopolítico, sino también social y económico, como vemos, por ejemplo, con el impacto en términos de capacitación en poder social a través de las redes, a comenzar por Internet. En base a otros precedentes históricos, esta transición global debería durar 30 años, es decir, dos generaciones. Esta última década puede y debe ser decisiva para el mundo y para la Unión Europea. La primera década vio la destrucción de un orden; destrucción creativa, al menos para Europa, que comenzó un periodo de unificación del continente, sentó las bases para su unión monetaria y se enfrascó en un largo debate institucional y constitucional (del que finalmente ha salido con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa). La segunda década, la de la confusión, empezó con la erupción del terrorismo yihadista aquel 11 de septiembre de 2001, la transformación de Estados Unidos en efímero imperio que, como decía la Administración de Bush, cambia la realidad al actuar, la confirmación de la radicalización e influencia de algunas minorías religiosas, el surgimiento como potencia de China y el avance hacia un mundo multipolar que se ha visto acelerado por la crisis económica y financiera que empezó en el verano de 2008. Este nuevo orden reposa no sólo sobre los grandes polos, sino también sobre esa textura de potencias intermedias que Parag Khanna ha llamado "el Segundo Mundo". La tercera década se ha iniciado con el fracaso de la cumbre de Copenhague sobre cambio climático, que ha puesto de relieve, entre otros elementos, que las piezas globales se van perfilando aunque aún no han encajado, y tardarán en hacerlo. Esta década debe ser la de la consolidación de un nuevo orden, de nuevos actores y nuevas reglas e instituciones. Por ello era importante que estuviera España en ese foro definitorio que es el G-20 y por eso es importante que la Unión Europea se ponga en forma ante los retos que se le plantean para defender sus valores y sus intereses. Pero la Unión sólo logrará ser fuerte hacia fuera si lo es hacia dentro. Son agendas íntimamente ligadas, especialmente con la crisis, cuyas secuelas van a condicionar el nuevo orden: más incertidumbre, menos confianza en el mercado, dudas sobre los efectos de la globalización y, a resultas de todo, mayor presencia del Estado. Si Bill Clinton fue el presidente globalista y George W. Bush el imperial, Obama es el presidente multipolar, aunque ahora su Administración prefiere usar el término multipartner, multipartenariado o red de asociaciones, concepto que, tal como lo expuso la secretaria de Estado, Hillary Clinton, versa no sólo sobre Estados, sino sobre grupos e individuos privados o del Tercer Sector. Esta nueva visión demuestra que Estados Unidos ya no cree posible defender sus intereses y gestionar el mundo en solitario, pero sí pretende seguir estando en el cruce de ejes. Sigue siendo la primera potencia militar, cultural (incluida, pese a la crisis, la cultura financiera) y económica. Y lo será durante bastante tiempo, más allá de esta transición. En otros tiempos, esta transición se habría hecho con violencia entre o en el seno de los polos. Pero la guerra a gran escala ya no es posible, o al menos no es probable, porque destruiría demasiado, incluso sin armas nucleares. Habrá otro tipo de competición y de coordinación, a veces regional, otras global. Siguen las guerras, aunque nunca ha habido menos en los últimos tiempos, a pesar de Irak y Afganistán. Lo que sí hay es ese terrorismo de nuevo cuño que surgió en la década anterior, aunque sus semillas se plantaron anteriormente. La idea del progreso se ha desvanecido. Hay un colapso del futuro en el presente, como lo expresa Fernando Vallespín. La idea de que nuestros hijos vivirán peor que nosotros choca con la del progreso, al menos en Occidente, pues el gran cambio de estas décadas pasadas ha sido el que 2.000 millones de personas hayan salido de la pobreza y se esté conformando una nueva gran clase media global, aunque queden más de 1.000 millones, y creciendo, en esa situación. De ahí la importancia de un volantazo -que España pretende que la Unión Europea impulse en este semestre- para el cumplimiento efectivo en 2015 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que han de desembocar en un enorme ejercicio de inclusión. Es necesario que Europa sea uno de los polos y se sitúe. Ya no es sólo una cuestión de voz conjunta, sino de actuar los europeos en y como una unión. Algún progreso importante se ha dado en esta crisis en el terreno financiero y económico. Salir de ella bien exigirá una política económica coordinada, que no única (…) EL PAÍS. 7-1-2010 Opinión. La Vanguardia La implosión de Pakistán (2) (…) La sangría económica de Pakistán empieza desde arriba y desde dentro: cuenta con nada menos que 92 ministros y sus respectivos ministerios. Las promesas de reducir dicha cifra siguen sin materializarse. Pero incluso gente por debajo del rango de ministro cuentan con diez o doce coches oficiales para toda la familia. La Hacienda pakistaní apenas tiene registrados a dos millones de ciudadanos, de los cuales sólo dos mil pagan impuesto de la renta, en un pais de 170 millones de habitantes. Sólo cien mil empresarios o autónomos están registrados para pagar el equivalente al IVA -lo cual no significa que lo paguen- pero para controlar a esta modestísima cifra de contribuyentes, se cuenta con un ejército de 35.000 funcionarios de Hacienda. Además, los puestos lucrativos -en aduanas, por ejemplo- sólo se obtienen a cambio de un buen soborno. Por otro lado, créditos por valor de cien mil millones de rupias (800 millones de euros) concedidos por bancos públicos a personajes bien relacionados políticamente han sido condonados durante los últimos veinte años, principalmente durante la dictadura de Musharraf. En Pakistán la gente bien informada sabe que parte de este dinero fruto del saqueo ha sido blanqueado en Barcelona a través de un líder de la comunidad pakistaní (con actividades inmobiliarias y filiación política), del hijo del exprimer ministro del Punyab y del hermano del presidente de la Liga Musulmana de Pakistán (PML-Q), todos ellos con residencia española. Naturalmente, la crisis de muchos es también la prosperidad de unos pocos. Nunca había habido tantos restaurantes de lujo en los barrios -aunque nunca habían estado tan protegidos -normalmente por hombres de edad ya madura y sin hijos que mantener, puesto que nadie puede parar a un terrorista suicida. "La gente sabe la cantidad de dólares que los norteamericanos han volcado en Pakistán y también saben que ellos no han visto ni uno", me dicen en el Press Club de Karachi, para jusfiticar el antiamericanismo en boga, a pesar de que Pakistán – y no India- ha sido históricamente el principal destinatario del apoyo de EE.UU. en la región. La carestía del azúcar es uno de los asuntos que desata los nervios de los pakistaníes contra Islamabad. Un malintencionada periodista pakistaní recuerda que los hermanos Sharif -con negocios de azúcar- podrían ser los principales acaparadores. La inflación de dos cifras no para de aumentar y la rupia se deprecia (un 40% en dos años). El primer día de Ramadán, el zakat, la caridad islámica, el 2,5%, es deducida de todos los depósitos bancarios del país y entregada, mayoritariamente, a mulás de varias mezquitas y a sus instituciones caritativas, lo que refuerza a los mulás pero también da una palanca de presión al estado. Huelga decir que muchos pakistaníes retiran sus ahorros el día antes del inicio del Ramadán y los vuelven a ingresar unos días después. Estados Unidos ha dicho que dentro de un año y medio empieza su retirada de Afganistán. Y tal vez sea verdad. Una retirada exige también un enorme esfuerzo logístico. Aunque el despliegue norteamericano en Pakistán indica que EE.UU. se prepara para cualquier eventualidad. U.S. Aid ultima en estas fechas el desembarco de 125 de sus funcionarios en Karachi. Entre ellos habrá un elevado número de espías, como muy bien sabe Islamabad, que en las últimas semanas ha empezado a registrar coches con matrícula diplomática. Cualquier occidental que circule por Pakistán corre el riesgo de ser identificado como un operativo de la vituperada empresa mercenaria Blackwater (acaba de cambiar de nombre), que hasta este mismo mes se encargaba hasta de cargar los proyectiles de los drones de la CIA con base secreta en Baluchistán. Aunque la descarga letal de estos aviones no pilotados -que provocan cientos de bajas civiles- la decida, como en un videojuego, un militar sentado en una sala de control en Nevada, Estados Unidos. Añade incertidumbre el hecho que, dentro de nueve meses, debería jubilarse el jefe del Estado Mayor, Ashfaq Parvez Kayani. Este, a diferencia de Musharraf, hace política sin ocupar el escenario, y finge unas ganas locas de poderse dedicar plenamente a su cargo de presidente de la Asociación Pakistaní de Golf. Pero además de golfista, Kayani ha sido el director del ISI, el servicio de inteligencia que históricamente ha fomentado el yihadismo para sangrar a India y ser determinantes en Afganistán (primer paso para influir en toda Asia Central, en la visión islamista del fallecido dictador Ziaul Haq). Vale la pena señalar que hace un mes, cuando Pakistán mostró su antiestético primer avión de combate autóctono (aunque de tecnología fundamentalmente china, como su arsenal nuclear) podían leerse anuncios en la prensa, camuflados como artículos, que justificaban la necesidad de supremacía aérea en el propio Corán. El apoyo histórico al terrorismo por parte de la élite política y militar pakistaní (formalmente pronorteamericana) ha conseguido inmovilizar a más de medio millón de soldados indios, permanentemente, en el valle de Cachemir- y mandar en un Afganistán que no reclame las FATA y el resto de zonas pastunes de Pakistán. Y no falta gente entre la élite punyabí que añore los días del General Musharraf -por lo menos los dos primeros años de su ambivalente dictadura. Los canales de televisión y los periódicos que hace menos de dos años le perdían el miedo a la mordaza de Musharraf y preconizaban el retorno de la primacía de los civiles sobre los militares -la excepción en la historia de Pakistán- ahora se pelean por desbancar al presidente civil, Asif Ali Zardari, más conocido bajo los mandatos de su difunta esposa, Benazir Bhutto, como Mister 10%. El ejército no sabe cómo quitárselo de encima, aunque ya ha conseguido que Zardari delegue en el primer ministro la jefatura del comité de emergencia (civil y militar) que controla el botón nuclear. Y la oposición presiona para que renuncie a otros prerrogativas que Musharraf añadió al cargo de presidente durante su mandato. La justicia ha anulado la amnistía que Musharraf concedió a más de dos mil cleptócratas pakistaníes en 2007, entre ellos Bhutto y Zardari, aunque en contra de lo que mucha gente cree a causa de la permanente campaña de descrédito de la política, sólo dos o tres decenas de ellos son políticos. La inmunidad presidencial protege ahora a Zardari, siempre y cuando los jueces del Supremo -que han aprendido la lección después de ser temporalmente destituidos por Musharraf y ya no se entrometen en el delicado asunto del millar largo de desaparecidos políticos en Baluchistán- no consigan impugnar su propia elección. Pakistán es proclive a las teorías conspirativas. Hasta los extranjeros residentes se contagian. Aunque un extranjero singularmente bien informado, como máximo responsable de la Cruz Roja en las labores humanitarias de apoyo a los desplazados en Swat y Waziristán, me confiaba lo siguiente hace unas semanas en Islamabad: "Mucha gente me dice que en marzo todo esto se va a acabar. Que va a haber un acuerdo con los talibanes". A los pocos días, Gordon Brown anunciaba una conferencia internacional en Londres, con Afpak como tema, para finales de enero. Se hablará cada vez más de "talibanes moderados". Pakistán no tuvo una dinastía Nehru-Gandhi que emprendiera la reforma agraria. En 1968, Mahbubul Haq, el economista pakistaní padre del Índice de Desarrollo Humano usado por Naciones Unidas, habló de 22 familias que controlaban el 68% de la industria y el 86% de la banca pakistaní. Lo único que ha cambiado desde entonces es que la oficialidad del ejército se ha fundido con la primitiva élite terrateniente y con la élite burocrática nacida de la independencia, hasta formar en gran medida una sola clase dirigente. Aunque el progresivo control de activos económicos e inmobiliarios por parte de los militares -proceso acentuado durante la dictadura de Musharraf- provoca tensiones con la declinante clase media que no disfruta de vínculos con los uniformados. Cuarenta años después, la desigualdad en Pakistán sigue. Aunque también es verdad que raramente se ve la miseria -no desesperada, sino resignada- que le asalta a uno por todas partes en India. Pakistán es un país de violencia frontal, no disimulada. Dicho esto, no está de más precisar que los pakistaníes son, en comparación con sus vecinos indios, un pueblo mucho más hospitalario, generoso, desinteresado y curioso. Curioso, también, sobre cómo los ven los demás -algo que le trae al pairo al 99% de los indios. El islam ha jugado un papel positivo en esta parte del subcontinente en la eliminación de la miseria más abyecta. Aunque el sistema de castas, bajo la superficie, se mantiene en Pakístán, por mucho que a las castas se les llame clanes. Los pakistaníes -como los indios- buscan a una chica de su casta-clan para casarse. Pakistán está siendo un tragadero para EE.UU., por mucho que particulares y empresas norteamericanas recuperen parte de la abultada factura en forma de contratos militares. En lo relativo a la mal llamada "guerra contra el terror", el ejército pakistaní pasa una inflada factura mensual de 80 millones de dólares a EE.UU. Simular que se busca a Bin Laden es un fabuloso negocio sin recibos, para ambas partes. Diplomáticos norteamericanos en Islamabad calculan que en realidad el 70% del dinero va a parar a otros gastos. De los 11 millones de dólares destinados entre 2002 y 2008, al final de la era Bush, 3800 millones, no se sabe dónde están. Aunque basta pasearse por el mastodóntico barrio de oficiales cercano al aeropuerto de Lahore para observar como la construcción de mansiones de lujo avanza a toda velocidad. Dicha fiebre inmobiliaria no se detiene en Pakistán. Según un corresponsal de la BBC, los oficiales pakistaníes contarían ya con su propia urbanización de lujo en Toronto, Canadá, por si cambian las cosas. Los visionarios del establishment pakistaní sueñan con superar a Indonesia como país musulmán más poblado en pocas décadas, algo que confirmaría la misión universal de la nuclearizada República Islámica de Pakistán. Pero hay otra tendencia más inquietante apuntada por esa demografía desbocada, que es una infraocupación igualmente galopante. La Persia del Shah conjugaba también un ejército de jóvenes desposeídos y una élite occidentalizada que se llenaba la boca de valores modernos mientras saqueaba el país a manos llenas. Eso sí, en Pakistán no hay de momento un Jomeini capaz de unir bajo un mismo "mot d’ordre" a los comerciantes del bazar y al ejército de jóvenes parados. En cualquier caso, los recientes atentados en Karachi (sectario, contra una procesión chií, medio centenar de muertos) y junto a Waziristán del Sur (casi un centenar de muertos, en una tribu reticente a los talibanes) confirman el temor de los pakistaníes de que la situación seguirá deteriorándose en 2010. LA VANGUARDIA. 4-1-2010