LA CONVENCIÓN que el PP abrió ayer con la mirada puesta en las elecciones municipales y autonómicas del próximo mes de mayo pretendía servir para rearmar moralmente a sus bases haciendo un alarde de unidad y fortaleza. Aunque todavía quedan dos días para la clausura, no está claro que los organizadores puedan lograr su objetivo, y ello como consecuencia de que la apertura contó con elementos inesperados.
La inauguración corrió a cargo de Aznar, que dejó descolocada a la mayoría en sus asientos. Sus palabras se esperaban con expectación, no sólo por su condición de referente del partido, sino por su notorio distanciamiento de la cúpula en los últimos tiempos. Aznar, lejos de mostrarse complaciente con sus compañeros, hizo un llamamiento para recuperar las esencias del PP y enmendó la plana a sus actuales mandatarios. De esta forma, el cónclave de los populares, que llegaba en un buen momento para el Gobierno, con una coyuntura económica positiva para España, con crecimiento, creación de empleo y recuperación del prestigio internacional, se ha topado con el discurso crítico de Aznar, una circunstancia con la que no contaba.
A ello hay que añadir otro factor que tampoco estaba en el guión: la salida de la cárcel de Luis Bárcenas. Con sus declaraciones de ayer, ha conseguido que la corrupción del PP vuelva a situarse en el centro del debate, lo cual amenaza también con apagar el brillo de la conferencia. Sólo unas horas antes de que los populares subieran el telón en el Palacio de Congresos de Madrid, el ex tesorero aseguraba a los periodistas que Rajoy cobraba un sobresueldo con dinero del partido cuando era ministro y que, además, «conocía la existencia de la contabilidad B desde el principio».
La realidad es que, a día de hoy, Bárcenas no ha podido probar que el líder del PP estuviera al tanto de las irregularidades financieras que se cometieron en su partido. Más aún: ni siquiera ha aportado indicios fiables contra él. Si hubiera sido de otro modo, el juez, al que no le ha temblado el pulso a la hora de instruir la causa, la habría elevado al Supremo. El problema de Bárcenas es que las denuncias que hace sólo puede respaldarlas con su palabra, y ésta ha quedado desacreditada a lo largo del proceso, empezando por sus peregrinas explicaciones acerca del origen de su fortuna en el extranjero.
Ahora bien, que el ex gerente haya mentido con frecuencia no significa que todo lo que ha manifestado sea falso. El PP insiste en responsabilizarle de haber montado su propio tinglado para enriquecerse, pero eso es algo que no se sostiene. La Fiscalía y la Abogacía del Estado aseguran que había una «caja B» en el PP para pagar gastos de la organización y que la utilizaron no sólo Bárcenas, sino sus antecesores Sanchis y Lapuerta. Como ayer apuntó Bárcenas, si ese dinero fuera suyo no habría pagado obras del PP.
El lastre que arrastran los populares es el de no haber dado una respuesta seria, contundente y creíble a la corrupción en su partido. Ésa es una herida mal cerrada que supura una y otra vez. En sus discursos de ayer, tanto Aznar como Cospedal mencionaron el problema, pero pasaron de puntillas sobre él, particularmente la secretaria general, que se limitó a afirmar que el PP «tiene un compromiso contra la corrupción absolutamente incuestionable». Aznar, enigmático, dijo que, en este tema, él responde de sus actos «desde el primero hasta el último». Y añadió: «Sé muy bien que tendremos que lamentarnos de decepciones».
El PP tenía todo preparado para realizar una gran puesta en escena y encarar con ilusión este año electoral. Aún no se ha dicho la última palabra, pero han tenido imprevistos que amenazan con aguarles la fiesta.