Materialismo frente a empirocriticismo

Una batalla teorí­a de decisivas consecuencias polí­ticas

¿Por qué es fundamental que el proletariado despliegue un agudo combate,en el terreno filosófico, frente a las concepciones del empirismo? El empirismo es un idealismo peligrosamente disfrazado, y antagónicamente enfrentado al materialismo revolucionario propio del proletariado. Pero, además, todas las corrientes reformistas y economicistas, es decir la forma que adopta la ideologí­a burguesa en el seno del movimiento obrero, tienen como sustento teórico el empirocriticismo. Reducen el marxismo a un mero método de análisis sin validez universal, cuestionando su carácter cientí­fico y la veracidad de sus tesis nodulares bajo la bandera de que «han cambiado las condiciones del capitalismo». Sólo conciben la existencia de las manifestaciones externas -y más superficiales- de la explotación y la opresión, y etiquetan al marxismo como «dogmático» por desentrañar -más allá de las meras sensaciones- las leyes que rigen el modo de producción capitalista. Y limitan el «movimiento anticapitalista» a una mera acumulación, sin orden, concierto ni jerarquí­a alguna, de todas y cada una de las luchas contra las manifestaciones externas de la opresión.

La línea de demarcación fundamental en el terreno filosófico, que seara y enfrenta materialismo e idealismo, se dirime hoy entre el materialismo dialéctico -la posición del proletariado revolucionario- y el empirismo -la posición propia de la burguesía en el terreno de la teoría-.¿Cómo podemos calificar al empirismo como idealista, cómo podemos decir que niega la existencia de la materia, si coloca las sensaciones, las percepciones recibidas a través de los sentidos, como fuente y origen de todo conocimiento, y exige no apartarse de ellas ni un milímetro? Aquí debemos detenernos en qué entendemos, en el terreno filosófico, como materia. Si lo confundimos con la concepción de materia en el lenguaje común -aquello que podemos tocar o percibir por los sentidos- disolveremos la línea de demarcación entre el materialismo y el idealismo, y caeremos inevitablemente en éste último. La posición del materialismo está expresada en las tres tesis de materialidad: 1.- Todo lo que existe es materia. Para el materialismo, también nuestras ideas son tratadas como materia, forman parte de la superestructura ideológica que tiene su base material en la infraestructura. 2.- La materia es objetiva e independiente de nuestra voluntad. La materia existe objetivamente, fuera de nosotros y al margen de nuestra subjetividad. No depende de nuestra voluntad, pero tampoco de nuestra percepción. Antes de que existiera el hombre y pudiera percibirla, la materia acumulaba miles de millones de años de existencia. El psicoanálisis ha demostrado que incluso nuestra psique es un proceso material que se mueve por leyes objetivas al margen de la voluntad del individuo. 3.- La materia se puede conocer y transformar, actuando sobre sus leyes internas de desarrollo. Cada proceso material está regido por leyes que le son propias, universales porque actúan en todo momento -independientemente de los múltiples cambios en las condiciones concretas-. Sólo podremos conocer esta sustancia de la materia si partimos de que es una realidad objetiva, al margen de nuestra voluntad. Y sólo podremos transformarla si somos capaces de desentrañar sus leyes de desarrollo y actuamos en consonancia con ellas.El empirismo se enfrenta virulentamente a estas tres tesis de materialidad. Niega, en primer lugar, la existencia de la materia como una realidad objetiva e independiente de nuestra voluntad, y con ello se sitúa de forma tajante en el campo del idealismo. Para el empirismo -sea en las concepciones del empirismo puro del siglo XVIII o bajo las más sofisticadas formas del empirocriticismo surgido a principios del siglo XX- sólo podemos estar seguro de la existencia nuestras percepciones sensoriales. Los objetos o procesos materiales son concebidos como un conjunto de percepciones. Y existen sólo en la medida en que los podemos percibir. Los empíricos consideran “dogmático”, y califican como una “especulación”, siquiera concebir la existencia de las cosas “en si mismas”, independientemente del sujeto que las percibe. Frente a esta concepción idealista, el materialismo toma posición por la existencia objetiva, y por tanto independiente de nuestra voluntad o percepción, de la materia. Para el materialismo las ideas elaboradas a partir de las percepciones sensoriales son una imagen, un reflejo en nuestra mente, de la realidad material que existe “en sí misma”, objetivamente, al margen de nuestra subjetividad, de nuestra voluntad y percepción. Para Berkeley -obispo anglicano y paladín del empirismo a principios del siglo XVII- las cosas son “combinaciones de sensaciones”, y manifiesta que “es perfectamente incomprensible como puede hablarse de la existencia absoluta de las cosas sin relacionarlas con alguien que las perciba. Existir es ser percibido”. Avenarius, notorio empirocriticista de principios del siglo XX, afirma que “sólamente la sensación puede calificarse como existente”, y proclama que “todo reconocimiento de la existencia de las cosas al margen de la percepción de los sentidos es metafísica”. Tal y como plantea Lenin, “las dos lineas fundamentales de las concepciones filosóficas quedan aquí consignadas con claridad y precisión. El materialismo: reconocimiento de los "objetos en sí" o fuera de la mente; las ideas y las sensaciones son copias o reflejos de estos objetos. La doctrina opuesta (el idealismo): los objetos no existen "fuera de la mente"; los objetos son "combinaciones de sensaciones". Esta posición idealista de la burguesía en el terreno filosófico está determinada por su colocación de clase. Aunque en el terreno de la historia siempre ha sido idealista, la burguesía, mientras fue una clase revolucionaria en lucha contra el poder feudal, si pudo empuñó el materialismo como arma de combate frente al idealismo teocrático. Los materialistas que combatía el obispo Berkeley eran los principales exponentes de la Ilustración. E incluso Lenin recurre a Diderot como un ejemplo de materialista que, ya en el siglo XVIII combatía tajantemente las concepciones filosóficas del empirocriticismo. Pero ya como clase dominante, la burguesía no puede sino adoptar ante el mundo una posición idealista. Especialmente cuando, a partir del último tercio del XIX, el proletariado irrumpe en la historia como clase revolucionaria, con el marxismo como guía. Es desde esta posición de clase idealista que la burguesía -que durante su etapa revolucionaria, partiendo del materialismo, había permitido un gigantesco salto en el conocimiento científico- reaccionará ferozmente contra el cualiativo salto científico que supone la física cuántica. Los adelantos científicos desvelan que, a una escala microscópica, ya no rigen las leyes de la física newtoniana, basadas en el materialismo mecanicista. Obligada por su posición de clase -idealista y empírica-, la burguesía utilizará estos descubrimientos para atacar la misma categoría filosófica de materia. Tal y como denuncia Lenin en “Materialismo y empirocriticismo”: “La conclusión que los filósofos van a sacar de la ruptura de los principios más fundamentales es que esta “hecatombe” demuestra que esos principios no son copias, reproducciones de la naturaleza, no son imágenes de algo exterior en relación a la conciencia del hombre, sino productos de dicha conciencia. A partir de ahí, la ciencia queda despojada de su condición de conocimiento objetivo de la esencia de las cosas y, con ello, no puede dar en adelante más que recetas prácticas, y no leyes universales”. Pero desde la posición de clase del proletariado revolucionario, los nuevos descubrimientos de la física cuántica no son sino una confirmación de los postulados del materialismo dialéctico -frente al materialismo mecanicista que había desarrollado la burguesía-. La negación de la misma categoría filosófica de materia -de su existencia objetiva e independientemente de nuestra voluntad y percepción-, conduce inevitablemente al empirismo a castrar cualquier desarrollo del conocimiento científico. Si sólo podemos estar seguros de la existencia de nuestras percepciones sensoriales, si es dogmático apartarse de la información recopilada por esas sensaciones, es imposible siquiera concebir que la materia posee un motor interno -sus leyes internas, objetivas y de valor universal- no revelada por la mera ordenación de las percepciones. Cualquier teoría cientifica, que exige elevarse de lo real-concreto al terreno de la teoría, es decir buscar más allá de las percepciones las leyes internas de cada proceso material, es descalificada como “dogmatismo”. Esta batalla en el terreno de la teoría es expresión de una aguda lucha de clases. Tal y como plantea Lenin, “detrás del escolasticismo gnoseológico del empiriocriticismo no se puede por menos de ver la lucha de los partidos en la filosofía, lucha que expresa, en última instancia, las tendencias y la ideología de las clases enemigas dentro de la sociedad contemporánea. La novísima filosofía está tan penetrada del espíritu de partido como la filosofía de hace dos mil años. En realidad — una realidad velada por nuevos rótulos seudo-científicos y charlatanescos, o bajo una mediocre no pertenencia a ningún partido –, los partidos en lucha son el materialismo y el idealismo. El idealismo no es más que una forma afinada, refinada, del fideísmo, que persiste armado con todas sus armas, dispone de muy vastas organizaciones y, sacando provecho de los menores titubeos del pensamiento filosófico, continúa incesantemente su acción sobre las masas. El papel objetivo, de clase, del empiriocriticismo se reduce en absoluto a servir a los fideístas, en su lucha contra el materialismo en general y contra el materialismo histórico en particular”. Las concepciones empíricas son el sustento teórico de todas las corrientes reformistas y economicistas, es decir, de la forma que adopta la ideología burguesa en el seno del movimiento obrero. Trasladadas al estudio de las sociedades humanas y al terreno de la práctica política, desde las posicones del empirocriticismo sólo existen las manifestaciones externas de la explotación y la opresión (las desigualdades sociales, la pobreza, la limitación de las libertades…). Combatirlas seria el objeto de la “práctica revolucionaria”. Y tachan al marxismo de “dogmático” por pretender que el modo de producción capitalista es un proceso regido por leyes universales más allá de sus manifestaciones externas. El materialismo histórico desvela, a través de la teoría de la plusvalía, la sustancia y el carácter de la explotación capitalista; pone al descubierto, colocando a la lucha de clases como motor de la historia, el dominio de la burguesía y dota al proletariado de armas para derribarlo. Desde las posiciones del empirismo sólo existen las consecuencias de esa explotación y de ese dominio de clase, que a menudo, y especialmente en el modo de producción capitalista, enmascaran su auténtico carácter. Por eso el empirismo, la posición propia de la burguesía en el terreno de la teoría, es el sustento teórico de todas las corrientes burguesas en el seno del movimiento obrero. Las posiciones actualmente dominantes en una parte de la izquierda son una revisión por la derecha de estas posiciones empíricas y reformistas. Para ellas, el “movimiento anticapitalista” sólo puede beber de las luchas contra los excesos del capitalismo que percibimos de forma directa (los bajos salarios o las catástrofes ecológicas, las limitaciones a la libertad de expresión o los multimillonarios bonus de los banqueros…). Reduciendo “el movimiento anticapitalista” a un saco de reivindicaciones sin orden ni concierto, donde cabe cualquier lucha contra “los excesos del capitalismo”. Condenando a quienes se rebelan contra el capitalismo a perseguir sólamente “una transformación social”, es decir una reforma de las aristas más puntiagudas de la opresión, sin cuestionar en absoluto la explotación capitalista.

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