¿El peligro de que "todo cambie para que todo siga igual"?

Un nuevo modelo polí­tico en gestación… ¿hacia dónde?

Los resultados del 20-D han certificado la quiebra del viejo modelo bipartidista, y convertido en inaplazable la necesidad de un recambio. Ya todos hablan de las reformas que deben acometerse, calificadas como «una nueva transición». E incluso Mariano Rajoy parece ahora sumarse al camino de un cambio constitucional mucho más amplio del que cabrí­a imaginarse por la trayectoria del PP. Nos dicen que ya se han creado las condiciones para que «una nueva polí­tica» sustituya a la «vieja», vigente desde el 78, abriendo así­ paso a una regeneración democrática. ¿Pero ese es el cambio que necesitamos, y el que reclaman, más allá incluso de los programas de los partidos con mayor representación, los 11 millones de votos que el 20-D se movilizaron contra los recortes y el bipartidismo?

Es evidente que algunas, o muchas cosas, van a cambiar en la política española. Pero ya Lampedusa sintetizó magistralmente en “El Gatopardo” que en determinados momentos para el poder “es necesario que todo cambie para que todo permanezca igual”.

Ahora se pone encima de la mesa, especialmente por parte de Pablo Iglesias, la necesidad de “una nueva transición”. Pero en la transición original no solo se cambio el modelo político, sino el conjunto del régimen, acabando con buena parte de la “vieja casta franquista”. Y a pesar de todos esos evidentes cambios, el resultado final fue un reforzamiento del dominio de la oligarquía, y sobre todo del hegemonismo norteamericano sobre nuestro país, creando las condiciones para nuestra plena incorporación a la OTAN. Neutralizando, integrando en el nuevo régimen, y más tarde pulverizando, al poderoso movimiento popular que luchaba no solo por acabar con la dictadura sino por avanzar hacia un cambio real. «No puede haber ningún cambio político real sin redistribución de la riqueza»

Ahora solo se habla de las esperanzas de cambio que ofrece el final del bipartidismo. Pero se ocultan los riesgos y peligros de que, como en la transición, nos vuelvan a dar “gato por cambio”.

Ni Washington y Berlín ni la oligarquía española podían paralizar o borrar el aumento del rechazo a los recortes ni el acelerado desgaste del bipartidismo. Pero sí maniobrar para intentar reconducir ese viento popular hacia límites que no cuestionen los pilares fundamentales de su dominio.

Justo cuando tras las europeas del pasado año empezó a expresarse políticamente el viento popular contra los recortes, el relevo en la Corona abría, desde la cúpula del Estado, un proceso de “reformas” controlado que sustituya el viejo modelo bipartidista por otro adaptado a las nuevas condiciones.

Será necesario ofrecer concesiones, algunas menores otras más importantes, para alumbrar ese nuevo modelo político todavía en gestación. Bajo la forma de un mayor pluralismo, avances en la transparencia y regeneración democrática o medidas contra la corrupción. E incluso se puede dar cabida a algunas reivindicaciones sociales y económicas. Por ejemplo tal y como plantea Pedro Sánchez, y que ahora parece que Rajoy se inclina a considerar, una reforma del artículo 135 de la Constitución para, sin cuestionar la prioridad en el pago de la deuda, proteger al mismo tiempo las inversiones sociales.

Pero lo que se oculta son los límites de ese nuevo modelo político, lo que de ninguna manera se puede cambiar. Se debe aceptar como “ineludible” el euro, y por tanto acatar en lo sustancial la Europa alemana. Y no son cuestionables ni nuestra permanencia en la OTAN ni las bases norteamericanas en suelo español.

Cuando la dirección de Podemos admite que “nuestro objetivo no es la salida de la OTAN”, anuncia que “respetaremos hasta la última coma del acuerdo sobre las bases militares” o presenta como futuro ministro de Defensa a Julio Rodríguez, ex jefe del JEMAD con estrechas relaciones con el Pentágono, está aceptando en los hechos estos límites.

También cuando en plena campaña no levanta la voz ante el escandaloso “Informe de Vigilancia” publicado por la Comisión Europea, en el que nos exige nuevos y más duros recortes para el año próximo. O cuando “recorta” en su programa las referencias a una auditoría de la deuda o la creación de una banca pública con las cajas rescatadas con dinero público.

Tanto Podemos como Ciudadanos, son expresión del movimiento general de rechazo al bipartidismo y a las consecuencias del saqueo, y esa es la posición de sus bases y votantes.

Pero al mismo tiempo, la línea impulsada por sus direcciones permite la “domesticación” de ese viento popular, eliminando su parte más rupturista y conduciéndolo a “integrarse” en el nuevo modelo sin desbordar los límites impuestos por las principales “reglas del juego” del dominio hegemonista y oligárquico.

Antes y durante la campaña electoral ya se ha escenificado los primeros pasos de un nuevo modelo político en el que el viejo bipartidismo es sustituido por un “juego a cuatro”, donde todos han aceptado previamente las “reglas del juego”.

Pero este es un nuevo modelo político todavía en gestación, y su alcance y formas va a depender de lo que suceda en los próximos meses. Y hay un factor “incontrolado” que puede variar o desbaratar los diseños previos: la irrupción como un protagonista político de primer orden de esa marea de 11 millones de votos contra los recortes y el bipartidismo.

Tras el 20-D, y ya con el nuevo mapa político creado por los resultados electorales, vamos a asistir por parte de unos y otros a una catarata de propuestas de cambios y reformas. Debemos estar vigilantes para evitar que una vez más “todo cambie para que todo permanezca igual”.

Y el aspecto principal es que avance, en organización y capacidad de influencia, especialmente entre los sectores más conscientes, una línea como la que ha planteado en estas elecciones Recortes Cero-Grupo Verde, capaz de enfrentarse de verdad al proyecto de saqueo económico, intervención política y aumento de la dependencia militar impuesto desde Washington y Berlín y aceptado por la oligarquía española.

Cogiendo como centro que no puede haber ningún cambio político real sin redistribución de la riqueza, es decir sin obligar a bancos, monopolios, grandes fortunas y capital extranjero a devolver una parte de sus gigantescas ganancias arrancadas a golpe de un saqueo sistemático al 90% de la población.

Y teniendo claro que tampoco podrá haber redistribución de la riqueza sin defender la soberanía nacional, sin conquistar autonomía para enfrentarse a los recortes impuestos desde el FMI o la UE o liberarse de una dependencia que nos obliga a convertirnos en peones de la estrategia militar norteamericana.

Estas son las “reglas del juego” y el cambio político que nos interesa a la mayoría.

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