Algunas claves de los cambios en la política española

Un modelo político en movimiento

En apenas un mes hemos vivido un nuevo vuelco político. El PP ha perdido el Gobierno, el PSOE repunta al alza tras llegar a la Moncloa, mientras Ciudadanos y Podemos se resitúan. El inmovilismo político ha pasado a la historia. Todo se mueve… ¿pero en qué dirección? Detrás de todos estos movimientos hay un modelo político en movimiento, que ha cerrado la etapa del bipartidismo pero cuyo recambio está todavía abierto.

De dónde venimos y a dónde vamos

Para comprender lo que sucede en la política española, en un momento caracterizado por la fluidez y cuyo saldo final no está predeterminado, es necesario ampliar la perspectiva.

No se están dilucidando meras disputas entre partidos. A lo que asistimos es a una refundación de la arquitectura política sobre la que ha descansado la gobernabilidad del país.

Para situar la dimensión de los cambios debemos partir de dónde estábamos antes, y a dónde parece dirigirse la política española.

Desde la transición, el régimen democrático se ha gobernado a través de un modelo político cerrado.

En la cúspide se situaba un bipartidismo donde los dos grandes partidos, PSOE y PP, concentraban en torno al 80% de los votos. Ello permitía la alternancia, pero otorgando siempre al partido en el Gobierno una amplia mayoría.

Contaba con una clase política creada en la transición, dando lugar a una partitocracia en la que apenas se permitía la entrada de “intrusos” y con unos “consensos de Estado”, reflejados en la unanimidad en torno a cuestiones que no eran discutibles: nuestro papel OTAN o en la Unión Europea…

Este modelo político garantizó estabilidad durante casi cuatro décadas. Pero en 2010, con la primera oleada de recortes ejecutada por Zapatero, comenzó a agrietarse. Profundizó su crisis con los nuevos ajustes impuestos por Rajoy. Y acabó certificando su defunción en 2015 y 2016, con la doble vuelta de las generales.

Los tiempos del bipartidismo ya no volverán. La realidad obliga a construir un nuevo modelo político, proceso en el que estamos inmersos.

¿A dónde apuntan estos cambios?

A una fragmentación parlamentaria que ha venido para quedarse y que obliga al partido en el Gobierno, sea cual sea, a pactos y concesiones.

A un modelo político que debe abrirse a más fuerzas. El bipartidismo se ha convertido en un “modelo a cuatro”, donde a izquierda y a derecha han aparecido nuevas fuerzas (Podemos y Ciudadanos) que deben ser tenidas en cuenta.

A una renovación de las mismas élites del régimen. Comenzó en la Corona, con la abdicación de Juan Carlos I y la llegada al trono de Felipe VI. La renovación de liderazgos llegó al PSOE, y ahora hará lo propio en el PP. Tanto el Jefe del Estado como los dirigentes de las principales fuerzas políticas forman parte de una nueva generación que no participó en la transición. No es solo una cuestión generacional, una “segunda transición” requiere también de nuevas élites.

Pero este cambio del modelo político no es un “juego de tronos” donde solo intervienen las élites. Se produce en un contexto de crisis. En el que no solo aparecen los recortes, también un movimiento creciente de rechazo. Que no solo se manifiesta en las calles, sino que ha acudido masivamente a las urnas. Adquiriendo una influencia política que podemos comprobar en ayuntamientos, Gobiernos autonómicos, y ahora en el nuevo ejecutivo de Pedro Sánchez.

Demasiadas cosas por decidir

El viejo modelo político, el bipartidismo, es inaplicable, y el nuevo está todavía en formación. Esta es la base de la fluidez que parece azotar la política española.

El resultado final no está escrito, y dependerá de varios factores. Sucedió lo mismo en la transición, donde el modelo político solo se cerró en 1982.

En el desarrollo político actual ha intervenido la gestión realizada por la dirección de las fuerzas políticas. La audacia de Pedro Sánchez y su equipo, apoyándose en las bases del partido, le ha permitido cambiar su destierro por un retorno más que exitoso. La renovación de la “casta política” encontraba un obstáculo en la derecha. La vieja estructura de cuadros del PP, y el liderazgo de Rajoy, constituían un tapón que finalmente ha sido eliminado.

La situación política permite vuelcos inesperados. Así lo registran las últimas encuestas, en las que el PSOE aprovecha el “tirón Moncloa” y pasa del tercer al primer puesto, el PP se hunde, y tanto Podemos como Ciudadanos se resitúan a la baja. Ahora bien, esta es una foto fija que puede cambiar en los próximos meses.

En la configuración final del nuevo modelo político va a influir un movimiento popular al que es imposible expulsar de la escena política. Siempre que ello ha sucedido ha generado problemas para Washington, Berlín o la gran banca española.

Ya lo hemos comprobado. Si el Gobierno del PP ha caído, después de que se forzara su llegada a la Moncloa en 2016, no es solo por los casos de corrupción sino porque sus políticas eran ya insoportables para la mayoría.

Hoy, el poderoso movimiento levantado en defensa de las pensiones públicas ha levantado ya “líneas rojas”, justo en el sector que más ambiciona el gran capital extranjero. Los cambios en la reforma de 2013 -con la vuelta a las subidas respecto al IPC- ya han provocado el rechazo de la Comisión Europea o el FMI.

Y el avance del movimiento popular influye en el nuevo Gobierno. Los grandes medios internacionales no se han enfrentado al ejecutivo de Pedro Sánchez, incluso algunos lo han alabado. Pero, en la letra pequeña, ya le anuncian que las concesiones a la mayoría progresista “no deben poner en peligro las reformas”.

La pista oculta

En febrero de 2013, se publicó un artículo bajo el título de Informe confidencial al embajador Salomon. Alan D. Salomon era en esos momentos el embajador norteamericano en Madrid.

En él se afirmaba que “España corre el riesgo de una explosión social”, y establecía que EEUU “no puede permitir que una pieza militar clave para el Norte de África como España entre en un periodo de desestabilización política, social y económica descontrolado”.

No era solo una llamada de alarma; proponía que “como ocurrió en los años 70 con la transición”, las grandes potencias imperialistas con intereses en España debían coaligarse para “ayudar y controlar la situación española”, o “en su caso pilotar esta segunda transición en favor de: salvar y reconducir el vigente régimen partitocrático; o influir en la reforma de la Constitución (…) con o sin la monarquía, a la vista de cómo se vayan decantando los acontecimientos”.

El artículo concluía con una advertencia sobre la inexistencia de nuevos dirigentes “no contaminados con el régimen hoy fallido”, pero aseguraba sin ningún género de dudas que, “llegado el momento, los nuevos protagonistas de la reforma aparecerán”.

Este artículo nos proporciona una valiosa pista a seguir, poniendo sobre la mesa elementos que han intervenido en los cambios políticos pero son cuidadosamente ocultados.

El nuestro es un país demasiado importante para los grandes centros de poder mundiales. Clave en la estabilidad europea, pilar del despliegue militar norteamericano, con un PIB que triplica la suma del portugués y el griego, y de donde el capital extranjero ha sacado en la última década ganancias netas por valor de 1,1 billones de euros.

El informe Salomon nos advierte de que ya en 2013 proponían alternativas para contener un viento popular cuya fuerza amenazaba con desbordar los cauces establecidos. El cambio era inevitable, si no se quería correr riesgos mayores. Pero debía ser encabezado desde arriba para que fuera ordenado.

Había que integrar a la “nueva política”, con partidos como Podemos y Ciudadanos. Pero también asegurarse de que en el nuevo cuatripartito se mantenían los límites que todos deben aceptar: la integración en la OTAN, los mandatos de la Europa alemana, la creciente penetración del capital extranjero, y el grueso de los beneficios de la gran banca española.

Este es un elemento, que queda fuera de la inmensa mayoría de análisis políticos, y que es necesario tener en cuenta.

La configuración del nuevo modelo político sigue siendo una batalla abierta. En su desarrollo influyen los límites impuestos por los centros de poder o la gestión de las diferentes fuerzas políticas, pero también la actuación de un movimiento popular que se niega a ser acallado.

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