La crisis económica "socializar las perdidas"

Un gran desorden bajo el cielo

El terremoto está destruyendo riquezas en todas partes y no sólo el templo de las finanzas neoyorquino donde tuvo su epicentro. El Tercer Mundo, que no fue responsable del problema, está sufriendo las consecuencias.

Desde que estalló la burbuja eseculativa inmobiliaria en Estados Unidos y la crisis ganó a los mercados, los bancos y la llamada «economí­a real», se fue tomando mayor conciencia del problema.Al principio los economistas más osados decí­an que los daños alcanzarí­an el billón de dólares, estimación a la que adhirió el Fondo Monetario Internacional. Eso se afirmaba cuando la administración Bush gastaba sus últimos cartuchos y aprobaba un paquete por 700.000 millones de dólares.Después hubo otros salvamentos de bancos y corporaciones, sobre todo en EE.UU. y Europa, con lo que las cifras se hicieron aún más astronómicas.En los últimos dí­as el cálculo de las pérdidas totales mete algo más que miedo. Terror. El Banco de Desarrollo Asiático sostuvo que entre nacionalizaciones, quiebras de bancos y automotrices, baja en los mercados y auxilios gubernamentales, «el valor de los activos financieros mundiales cayó más de 50 billones (millones de millones) de dólares en 2008». La entidad aclaró que esa pérdida equivale al producto bruto mundial de un año.Es seguro que la evaluación quedará corta porque las previsiones más cándidas -las del FMI dirigido por Dominique Strauss Khan- sostienen que la crisis durará al menos hasta 2010, si es que los bancos hacen bien sus deberes. De lo contrario insumirá todo ese año.El terremoto está destruyendo riquezas en todas partes y no sólo el templo de las finanzas neoyorquino donde tuvo su epicentro. El Tercer Mundo, que no fue responsable del problema, está sufriendo las consecuencias. Esta vez no hubo «efecto arroz», «tequila», «caipirinha» ni «tango», pero Wall Street está derivando el drama hacia todas las direcciones. Es lo que se designa como «socialización de las pérdidas».Como fruto podrido de la recesión podrí­a aumentar el desempleo en el mundo; 51 millones de personas perderí­an sus puestos de trabajo. A su vez 1.400 millones de trabajadores, casi la mitad de la fuerza laboral, tendrán ingresos por debajo de la lí­nea de pobreza.Estas consecuencias sociales ya no son vistas con unanimidad por la legión de economistas y polí­ticos internacionales. Los números de las pérdidas sí­ concitan esa uniformidad. Pero cuando eso se traduce en dolor humano, muchos evaden el problema, se lavan las manos o los imputan a otros. Ellos, ya se sabe, nacieron de un repollo y están recién llegados a la polí­tica.Está a la vista el rol de los bancos comerciales y de los organismos internacionales de crédito en la génesis de este caos que un proverbio chino pintarí­a como «un gran desorden bajo los cielos». Lehman Brothers, Goldman Sachs o Merril Lynch no fueron criaturas diabólicas diseñadas por el iraní­ Mahmud Ahmadinejad ni por el venezolano Hugo Chávez. El Citigroup o el Bank of America, tampoco. Los manejos del Banco Santander (que se acopió del corralito argentino), los bancos suizos y el británico RBS, con las pérdidas en el valor de los mismos, no fueron un invento de los magrebí­es llegados muertos de hambre y sed en pateras a las costas europeas del Mediterráneo.La estadí­stica registra 38 bancos estadounidenses que quebraron y fueron liquidados o absorbidos por otras entidades. La responsabilidad de los banqueros en este drama que vive la humanidad es evidente. Sin embargo se han beneficiado de los millonarios planes dispuestos por los gobiernos. Y no sólo del de George Bush sino también del de Barack Obama, de la conservadora Angela Merkel y del socialista José Luis Rodrí­guez Zapatero.Y llegado el caso, que economistas como Nouriel Roubini predicen llegará, finalmente los Estados terminarán nacionalizando la banca. Lo harán para sanearla con dineros públicos, con vistas a su posterior privatización. Será la continuidad de la mencionada «socialización de las pérdidas». Cuando empiecen a dar ganancias, serán puestas a girar otra vez en la órbita privada.Y otro tanto ocurre con el FMI y el Banco Mundial, interesados en llegar a Londres, el próximo 31 de marzo y 1º de abril a la reunión del «Grupo de los 20», con una imagen remozada para demorar los cambios que se propongan y hacerlos más funcionales a sus propios intereses.El director gerente del FMI declaró dí­as atrás desde Tanzania, que «es injusto decir que el FMI no trató de prevenir la crisis». Al contrario, es justo afirmarlo. No sólo porque desde el inicio de la crisis financiera y bursátil en el sudeste de Asia, «efecto arroz», en 1997, no propuso ni implementó correctivos a la especulación financiera. También porque cubrió las espaldas de esa especulación y bancos, marcando a fuego en cambio a paí­ses dependientes.Los vació con esa mezcla explosiva de recetas de ajuste, privatización de empresas públicas y crecimiento exponencial de la deuda externa. En cambio, de la deuda billonaria de EE.UU., de su déficit presupuestario que este año será de 1,75 billónes de dólares, el Fondo no dijo ni mu.El «Grupo de los 7», que integran EE.UU., paí­ses europeos y Japón, reunió a mediados de febrero en Roma a sus ministros de Economí­a y titulares de Bancos Centrales. Allí­ discutió propuestas a llevar en forma conjunta a la reunión del «G-20» que se hará en Londres. La voz de orden parece ser «reformas al FMI y Banco Mundial», «mayores controles al capital financiero», «rechazo al proteccionismo», etc, y todo ello para salvar al capitalismo. Economistas como Jeffrey Sachs, entusiasmados con la receta Obama, elogian el supuesto cambio: «Está naciendo un nuevo modelo de capitalismo». Sin tanto candor, economistas como Krugman, Joseph Stiglitz y el reciclado Soros, son parte de la nueva ola.Aún con la deteriorada hegemoní­a estadounidense en el mundo, basada como último recurso en la fuerza militar, no es posible creer que tales reformas irán a fondo ni beneficiarán a las mayorí­as laboriosas del planeta. Con dos funcionarios procedentes del Tesoro y el Banco Mundial (Lawrence Summers) y del FMI (Timothy Geithner) en la primera lí­nea del gobierno de Obama, menos que menos.

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