Las claves de la formación del nuevo ejecutivo

Un gobierno cocinado a fuego lento

Uno de los principales periódicos nacionales ha definido el gabinete presidido por Pedro Sánchez como un “sólido gobierno de emergencia”. Aparente contradicción en los términos. La precipitación no suele ofrecer nada consistente. La respuesta está en un reportaje ofrecido por otro de los periódicos de referencia. El nuevo gobierno no es un guiso realizado en olla exprés para acelerar los tiempos, sino que se ha cocinado a fuego lento.

No se diseñó a marchas forzadas tras ganar la moción de censura. Es el resultado de un proceso iniciado hace más de un año. Con reuniones discretas donde Pedro Sánchez seleccionó a ministras y ministros, desde un plan cuyo objetivo era construir una alternativa de gobierno.

En la receta de este ejecutivo que ha sorprendido a muchos están algunas de las claves que explican la actual situación política.

Un año para un gobierno

Cuando Pedro Sánchez presentó el nuevo gobierno, algunos medios lanzaron dos lecturas contrapuestas. Por un lado alabando la solvencia de los nombres, y la habilidad para aunar seguridad con atrevidas novedades. Por otro, criticando la improvisación y el “efectismo” de un ejecutivo con individualidades notables pero sin proyecto político.

No puede existir una cosa y la otra al mismo tiempo. Y el Gobierno de una potencia como España, la cuarta economía de la zona euro, clave en la estabilidad europea, enclave estratégico para el despliegue militar global norteamericano, no se improvisa en unos pocos días.

Se ha mencionado que la sentencia de la Gürtel pilló desprevenido a Pedro Sánchez que se sacó de la manga el recurso de la moción de censura. Pero hace más de un año, Iván Redondo, el principal consultor del nuevo presidente, (que va a ocupar el estratégico cargo de jefe de gabinete de Moncloa), anunciaba que “si enfocamos bien el ajedrez político que se avecina hay altas probabilidades de que Sánchez pueda ser presidente”. Remarcaba que una de las opciones era “a través de una moción de censura, si se suceden más escándalos en el seno del PP y se conforma esa mayoría alternativa”.

Lo mismo ha sucedido con la conformación del gobierno.

Hace casi año y medio, antes de ganar las primarias, el equipo de Pedro Sánchez trazó un plan con dos objetivos claros: el control del partido y la reconstrucción de su imagen como hombre de Estado y futuro presidenciable.

Ya restituido como líder de la oposición, comenzó una nueva etapa, cuyo norte era tener preparado un gobierno dispuesto a tomar las riendas del país.

Dos hechos coinciden en el tiempo. Parece que no tienen nada que ver pero avanzan en una misma dirección.

Por un lado, el PSOE negociaba con el PP la aplicación del 155 frente al desafío de Puigdemont. Esa decisión, que algunos leyeron como un plegamiento al PP, desatascó recelos a que el PSOE volviera a la Moncloa y relanzó la imagen de Pedro Sánchez, reunido de igual a igual con Rajoy, como un presidente en el que se podía confiar.

Mientras eso sucedía, Pedro Sánchez, todos los lunes, al terminar la reunión de la ejecutiva del PSOE, se reunía discretamente para comer con personalidades de dentro y de fuera del PSOE, en el madrileño barrio de Chueca. No eran encuentros protocolarios. Se estaba diseñando un nuevo gobierno.

Por allí pasaron muchos de los que hoy ocupan carteras en el gobierno. Formaban parte de un elenco del que también tomaron parte personajes influyentes como los escritores Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo, el exseleccionador de fútbol Vicente del Bosque, el periodista Jesús Calleja…

Se buscaban “posibles candidatos potentes para distintos cargos futuros, sobre todo mujeres”. Pero dentro de un plan establecido, no por aluvión o agregación, sino encajando dentro de un proyecto que debía tener en cuenta diversos factores.

En política económica debía atenerse a “los compromisos adquiridos con Bruselas”. Por eso se elige a Nadia Calviño, que dentro de la Comisión Europea se ha dedicado a la tarea clave de revisar los presupuestos de cada uno de los países miembros. El mismo día que fue nombrada ministra, la nueva titular de Economía debía compartir conferencia con Ana Patricia Botín. La presidenta del Santander quiso remarcar públicamente su vinculación con la ministra, celebrando su nombramiento en un tuit que concluía con una felicitación pretendidamente familiar: “enhorabuena Nadia”.

Pero al mismo tiempo, Sánchez entrega al ministerio de Sanidad a Carmen Montón, la consejera valenciana que se ha enfrentado a fondos norteamericanos para recuperar la titularidad pública de hospitales, o la cartera de Trabajo a Magdalena Valerio, anunciando la intención de derogar los aspectos regresivos de la reforma laboral.

Este encaje de fuerzas, que solo se consigue si se busca, está presente en otros campos del nuevo gobierno. Con alguien como Grande-Marlaska en Interior, un juez que entró en el Consejo General del Poder Judicial a propuesta del PP, y con Dolores Delgado en Justicia, una fiscal seguidora de Baltasar Garzón y partidaria de la justicia universal, esta última limitada por Rajoy bajo presiones norteamericanas.

También encomendando Exteriores a Borrell, una decisión donde se conjugan múltiples factores. Por un lado el claro mensaje de que el PSOE del 155 permanece, para enfado de Puigdemont y alivio de muchos otros. Por otro, apostando por Europa pero colocando a alguien con un gran peso específico. El mismo día que se anunciaba su nombramiento, Ana Patricia Botín, otra vez, remarcaba en Bruselas que “España no es Italia”. La necesidad de apoyos de Berlín y Bruselas puede ser una oportunidad para elevar el peso en la UE, y Borrell está preparado para intentar aprovecharlas.

Y esos factores, que compiten y han sido tenidos en cuenta por Sánchez, se manifiestan por un lado en la mayoría de ministras, algo impensable hace bien poco, pero por otro colocando al frente a dos “mujeres de Estado”: Carmen Calvo, negociadora del 155, en la vicepresidencia, y Margarita Robles, con larga experiencia de gobierno, en Defensa.

Se han filtrado muchos nombres como posibles ministrables en los medios. Desde Patxi López a Rafael Bengoa, pero la selección de ministras y ministros se había realizado mucho tiempo atrás, y más discretamente. Por eso Pedro Sánchez pudo formar un gobierno “sólido” en pocas horas.

Tres factores que han avivado el fuego

A pesar de encontrarse arrinconado, Pedro Sánchez anunciaba a quien quería oírlo que algún día sería presidente. Se atribuye a una personalidad repleta de autoconfianza. Pero hay factores objetivos que lo han permitido, que han avivado el fuego donde se ha cocinado este gobierno. No han sido “golpes de casualidad”, como la sentencia de la Gürtel, sino corrientes de fondo que cuando emergen lo desbaratan todo.

Primero, el reflejo dentro del PSOE de una mayoría de progreso que no se pliega al guion establecido.

Pedro Sánchez no es solo el primer presidente que llega a Moncloa tras una moción de censura, es también el primer líder del PSOE defenestrado por el aparato y que vuelve para conquistar el poder en el partido.

Entre septiembre de 2016 y mayo de 2017 sucedió lo impensable. Pedro Sánchez fue expulsado de la secretaría general en un tumultuoso comité federal. Luego volvió para ganar las primarias a Susana Díaz.

Segundo, las sacudidas de un modelo político todavía abierto y por ello extraordinariamente móvil.

Se impuso la llegada de Rajoy a la Moncloa, ante el peligro de formación de un gobierno de progreso. Pero el gobierno del PP ha arrastrado la debilidad de enfrentarse a una mayoría contraria a sus políticas, y a un horizonte judicial que tarde o temprano iba a estallar.

Tercero, la gestión de la actual dirección del PSOE.

En la trayectoria de Pedro Sánchez se unen continuidad y moderación junto a renovación y actitudes que chocan con tradiciones políticas.

No es un simple militante de base que ha escalado posiciones. Mantiene vínculos con exministros socialistas como Carlos Westendorp o Enrique Barón, que llegó también a ocupar la vicepresidencia del parlamento europeo. Ha trabajado en Wall Street y en organismos de la UE, labrando contactos internacionales.

Pero al mismo tiempo ha demostrado un grado de autonomía, relativo pero mucho más que raro en la élite política española. Mantuvo hasta el final el “no es no” a Rajoy, cuando hasta Obama vino a España para hacer posible un gobierno del PP. Se ha apoyado en las bases socialistas para derrotar a un aparato que siempre había triturado a sus adversarios.

Estos tres ingredientes combinados han creado el marco en el cual se ha podido cocinar, a fuego lento, el nuevo gobierno.

¿Una alternativa necesaria?

Queda claro que este gobierno se ha formado, no a última hora e improvisadamente, sino de forma minuciosa. Pero si, en medio de una crisis política de primera magnitud, con la propia integridad territorial en cuestión en Cataluña, la dirección del PSOE ha dedicado horas y esfuerzo a ello… es porque esa era una alternativa que debía estar operativa.

Por las tensiones introducidas por una mayoría de progreso que exigen ver satisfechas sus demandas. Y que, con capacidad para hacer oír su voz, no pueden ser silenciadas. Convirtiendo al gobierno del PP de pilar de la estabilidad en factor de desorden.

Pero también por la necesidad de apuntalar un modelo político que, tras la quiebra del bipartidismo, permanece peligrosamente abierto. La Corona abrió el camino del cambio, con el relevo personificado en Felipe VI. Ahora pueden darse condiciones para que ese camino llegue a toda la clase política.

Incluyendo al PP, reacio a los cambios. El relevo de Rajoy tampoco ha sido un movimiento improvisado. Desde hace meses, importantes medios “filtran” que se había convertido en el tapón que impedía la necesaria renovación del primer partido de la derecha. Ahora, esas resistencias han saltado.

En el guiso del nuevo gobierno debe haber necesariamente cocineros internacionales. No se puede fraguar una alternativa de gobierno en un país tan importante como España durante un año sin que centros mundiales, no solo se enteren, sino metan la cuchara.

Contrariamente a los anuncios apocalípticos desde la derecha, las bolsas y los fondos de inversión mundiales han saludado al nuevo gobierno. ¿Por qué pasan de defender a Rajoy a aceptar tranquilamente un gobierno de Sánchez?

Un analista como Enric Juliana habla de que el gobierno de Sánchez puede seguir “el estilo Trudeau”, el premier canadiense que ha sabido cumplir todas las exigencias internacionales y modernizar la política. Iván Redondo, el principal asesor de Sánchez, habla de que “la estrategia vencedora será aquella que reconozca las tensiones realmente existentes y sepa ofrecerles una perspectiva razonable, pacífica e ilusionante”.

Es decir, no enrocarse en el inmovilismo, y por el contrario encabezar los cambios ya inevitables para garantizar el encauzamiento de las tensiones provocadas por una mayoría de progreso movilizada que no puede ser orillada.

Las demandas de la mayoría de progreso y los límites y exigencias de los centros de poder, nacionales y globales, son dos vectores que están en pugna y presentes en cada acontecimiento, determinando el rumbo político del país, tanto en el conjunto de la sociedad como en el interior del PSOE o del gobierno de Sánchez.

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