SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Un debate irreal

Julián Marías, el más crédulo y disciplinado de los discípulos de Ortega y Gasset, escribió que “lo irreal, lo imaginado, lo deseable, resulta, inesperadamente el factor de la realidad humana, y por lo tanto, de la historia“. La cita viene a cuento del debate sobre el estado de la nación. Resultó -hasta que escribo estas líneas- especialmente irreal, o si se quiere, puramente virtual. La opinión pública guarda ausencias porque sabe que el próximo debate en ese formato no lo harán los mismos que lo protagonizaron ayer y que la España sobre la que con tan mala fortuna se quiso debatir será ya otra. Ninguno de los oradores -y principalmente el presidente del Gobierno, elusivo especialmente de la realidad social- supieron esbozar la ruptura que se ha producido entre la ciudadanía y sus representantes y, en consecuencia, peroraron sobre lo de siempre como si el mañana no hubiese llegado, y sin reparar que el futuro es para ellos el ayer.

Por esa razón -más allá de las medidas anunciadas- el debate reflejó la pobreza extrema de la política española sin que de esa indigencia de prospectiva histórica y social se librase ni Rajoy ni los que le siguieron en el uso de la palabra. El estado de la nación no consiste en una ristra de números y estadísticas, sino en el retrato de su estado de ánimo, de sus angustias, esperanzas, de sus miedos y de sus certezas. La política ha sido una actividad grande para los que pensaban igualmente en grande, no en el detalle, en el dato o en la anécdota. España no mereció un debate como el de ayer en el Congreso porque sus inquietudes rebasaron las entendederas de los que lo representaron.

El empeño del presidente del Gobierno por suponer que el electorado y la sociedad responderán, como los perros de Paulov, a un mismo estímulo de manera indefectible es un acto supremo de soberbia y, si se me permite decirlo, de torpeza intelectual. Lo mismo que el agua no discurre inocuamente sobre el lecho de los ríos y redondea las aristas de las pedreras, los acontecimientos de dimensión general van cincelando nuevas realidades que al momento presente parecen irrealidades, futuribles, imaginarias. Esas perspectivas de cambio son las que hacen la historia como advertía Marías.

El presidente procura un aburrimiento que no es momentáneo sino histórico porque no le permea la realidad que se comporta como una subida de la marea, con oleaje que avanza y retrocede pero que se impone. Rajoy no siente sus pies ideológicos ateridos por la gélida dialéctica de sus números y acabará arrastrado por la resaca de una sociedad que se quiere tragar, digerir y hacer desaparecer la “vieja política” de la que Ortega advirtió en los albores, casi, del siglo pasado. Volvemos a repetir la historia.

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