Las leyes que originan las crisis capitalistas

¿Un contratiempo evitable?

Las crisis capitalistas cí­clicas no son un contratiempo en un ilimitado camino de progreso, ni producto de los excesos descontrolados del capitalismo salvaje. Están determinadas por las leyes que rigen el desarrollo capitalista, y por ello son inevitables. Las contradicción, antagónica e irresoluble, que alberga en su seno el capitalismo entre el carácter cada vez más social de la producción y la apropiación privada de la riqueza provoca las crisis. Y en su gestación confluyen dos leyes tan inevitables para el desarrollo capitalista como contradictorias entre sí­: la que iguala el precio de las mercancí­as a su coste de producción y la tendencia al descenso de la cuota de ganancia a medida que aumenta la masa, el número y el volumen de los capitales. Llegados a un determinado grado, el medio inevitable para el desarrollo capitalista -el avance permanente de las fuerzas productivas- se rebelan contra las mismas condiciones de existencia del capital -que exigen su revalorización permanente-, abriendo un periodo de crisis.

A derecha e izquierda, las ideas dominantes coinciden en negar que las crisis cíclicas sean un atributo genético del caitalismo. Para los teóricos de la derecha, la capacidad de “regeneración” del capitalismo, la expansión de la globalización, permitiría alcanzar una “autorregulación” que dejara atrás las crisis, consideradas una enfermedad propia de un estadio anterior de desarrollo del capitalismo. Para muchos sectores de la izquierda, las crisis serían consecuencia de los excesos de un capitalismo salvaje, donde hace y deshace a su antojo un capital financiero altamente especulativo. Según estas ideas, sería posible –dentro del régimen capitalista- alcanzar un “desarrollo armónico y sostenible”, sometiendo a control al capital especulativo, que dejara en el pasado las crisis capitalistas y sus consecuencias. Nada de esto es posible. Las mismas condiciones en que necesariamente se debe desarrollar la producción capitalista conducen inevitablemente a las crisis cíclicas.Las crisis capitalistas cíclicas no son un contratiempo en un ilimitado camino de progreso, ni producto de los excesos descontrolados del capitalismo salvaje. Están determinadas por las leyes que rigen el desarrollo capitalista, y por ello son inevitables.En el capitalismo sólo se produce con el objetivo de obtener ganancias, revalorizando –de la forma más acelerada posible- el capital. Las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado permiten la ganancia capitalista, plasmada en las horas de trabajo no remuneradas –la plusvalía- que alberga cada mercancía. Pero realizar de forma efectiva esa plusvalía exige vender esas mercancías, en un mercado donde entra en competencia con otros capitalistas. Cada capitalista busca, en competencia con otros capitalistas, copar la mayor parte posible del mercado para sus mercancías. Para ello debe vender más barato que el rival. Y sólo es posible hacerlo sin arruinarse disminuyendo los costes de producción, es decir rebajando el valor, haciendo que cada mercancía suponga menos horas de trabajo socialmente necesario.Para ello debe aplicar una cantidad mayor de fuerzas productivas: desarrollando la maquinaria y aplicándola a una mayor escala, elevando la organización social del trabajo, procediendo a nuevas divisiones del trabajo…Con estas innovaciones, el capitalista consigue una ventaja respecto a sus rivales. Rebajando sustancialmente el coste de producción puede vender las mercancías por encima de lo que a él le cuesta producirlas, pero por debajo de lo que le cuesta a otros capitalistas. Obteniendo así durante un determinado periodo unas superganancias, que le permiten revalorizar e incrementar su capital a un ritmo superior al de sus rivales, acumular más capital –a través del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas acometido- y concentrar capital, desalojando del mercado, total o parcialmente, a sus rivales. Pero este proceso –imprescindible para el desarrollo capitalista- acaba por crear peores condiciones generales para la revalorización del capital. La competencia determina que las innovaciones se generalicen rápidamente, igualando el precio de las mercancías con el nuevo coste de producción. Y el proceso vuelve a comenzar, pero esta vez desde un coste de producción más bajo, que cuesta más abaratar. Al mismo tiempo, desarrollar las innovaciones y el salto en las fuerzas productivas que impone la competencia, exige masas cada vez mayores de capital. Y el aumento momentáneo en la tasa de ganancia que generan las innovaciones atraen a un mayor número de capitales, creando una concentración exagerada en ese sector o rama de la producción.El aumento en el tamaño y magnitud de los capitales que impone la competencia va a provocar la paradoja de que aumente la masa total de ganancia al mismo tiempo que decrece la tasa de ganancia. El incremento y la concentración de los capitales permiten que se apropien de más horas de trabajo no remuneradas, aumentando la masa global de plusvalía, es decir de ganancia capitalista. Pero para hacer eso ha debido invertir –es decir transformar en capital- enormes sumas de dinero, se ha visto obligado a desarrollar sustancialmente las fuerzas productivas. En ese camino, la proporción de capital constante –imprescindible para no ser arrollado por la competencia, pero improductivo, es decir incapaz de agregar nuevo valor- aumenta en proporción con la que corresponde al capital variable –el que se destina a comprar fuerza de trabajo, la única mercancía que puede crear valor, cuya explotación es la fuente de toda ganancia capitalista-. Por eso –independientemente de que aumenten los beneficios, es decir la plusvalía- disminuye la tasa de ganancia –es decir la revalorización del capital- al menguar la proporción del capital variable en la composición global del capital.Con una menor tasa de ganancia, para mantener el montante de esa ganancia o incrementarla es obligatorio acumular más capital. Lo que a su vez vuelve a provocar un descenso de la tasa de ganancia. Traspasado un determinado umbral, el descenso en la cuota de ganancia entra en contradicción con el mismo fundamento de la producción capitalista, que no es otro que la revalorización del capital. Se genera entonces un capital “sobrante”, que debe ser destruido para que pueda recuperarse la tasa de ganancia que permita al capital seguir revalorizándose explotando la fuerza de trabajo. Una vez restablecido el “equilibrio” que interesa al capital, se entra en otro momento de “prosperidad”, pero donde las mismas leyes que han provocado la anterior crisis siguen actuando para desatar otra en una escala mayor. Por eso las crisis capitalistas son cíclicas, porque están engendradas e impulsadas por el mismo ciclo de desarrollo del capitalismo.La ley que iguala el precio de las mercancías a su coste de producción y la tendencia a la disminución de la tasa de ganancia conforme aumenta la magnitud de los capitales en liza, son pues los dos extremos en lucha de una contradicción inherente al capitalismo: su mismo medio imprescindible de desarrollo –el avance permanente de las fuerzas productivas- entra en colisión con las condiciones de existencia del capital –su revalorización permanente-. Por eso Marx plantea en el Manifiesto Comunista que “las modernas fuerzas productivas se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía. Las fuerzas productivas no sirven ya para fomentar el régimen burgués de propiedad, son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas producida”. Bajo otras condiciones diferentes a las del dominio del capital, las fuerzas productivas podrían desarrollarse de forma ilimitada. Pero desde las exigencias de revalorización del capital en determinados momentos existen “demasiadas” fuerzas productivas, “demasiados” medios de producción, y se procede a su destrucción para así asegurar su fin sagrado: la revalorización del capital.

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