Dice el refrán que «dos no discuten si uno no quiere». En el caso de las negociaciones de paz entre Ucrania y Rusia que se han abierto en Turquía -que todos los medios han calificado de «fiasco»- podríamos adaptarlo a «dos no negocian si dos -es decir, Moscú y Washington- no quieren».
Trump y Putin se reservan para ellos las negociaciones sobre el futuro de Ucrania. Detrás de la nula voluntad por la paz de Rusia no sólo están las ambiciones del Kremlin, que busca una rendición casi incondicional por parte de Kiev, sino los planes del inquilino de la Casa Blanca, que está de parte del país invasor.
Las expectativas eran mínimas en las primeras conversaciones de paz entre Ucrania y Rusia en mucho tiempo, y los resultados han sido prácticamente nulos, salvando un importante canje de prisioneros, de un millar de cautivos por bando, el más numeroso desde que comenzó la guerra.
Las conversaciones en Estambul han sido un fiasco, una humillante pérdida de tiempo. Y lo han sido por dos razones.
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Una: la nula voluntad negociadora de Rusia
La primera razón es que Rusia ha enterrado bajo condiciones inasumibles la petición de alto el fuego de la parte ucraniana. Para cesar las hostilidades, Moscú no sólo exige anexionarse las partes de Luhansk, Donetsk, Jersón y Zaporíyia -además de la península de Crimea- que ya controla, sino que Ucrania le entregue los enclaves de esas regiones que aún están bajo su control.
Además, Rusia habría exigido -según The Economist– que Kiev les entregue otras dos provincias, Sumi y Járkov, incluyendo esta última su capital homónima, la segunda mayor ciudad de toda Ucrania y uno de los principales centros industriales, culturales y educativos del país. Además exigen la práctica desmilitarización del país invadido.
Unas exigencias insultantemente inaceptables para Ucrania, que en palabras de la delegación diplomática de Kiev estaban «fuera de toda realidad» e «iban mucho más allá» de cualquier escenario discutido anteriormente.
La humillación rusa estaba clara desde el momento de revelarse la composición de las delegaciones. Mientras que por parte de Ucrania hasta el mismo presidente Zelensky llegó a viajar a Estambul, acompañado por miembros de alto nivel de su gobierno, como el ministro de Defensa, Roustem Oumierov, la misión diplomática rusa estaba compuesta por miembros de tercer nivel, y estaba encabezada por el asesor de Putin, Vladimir Medinsky. Eran las mismas personas que habían participado en los primeros intentos mediadores al inicio de la invasión, en 2022.
Para dejar más claro aún el mensaje, el mismo Medinsky, uno de los ideólogos del revisionismo histórico del Kremlin, recriminó a los ucranianos la «oportunidad perdida» en 2022. «La historia demuestra que cuando una parte rechaza compromisos razonables, a menudo acaba perdiendo más», les espetó. Y luego, citando a Napoleón para rechazar el alto el fuego, les dijo: . «Los que dicen que primero hace falta una tregua y luego las negociaciones no conocen la historia: la guerra y las negociaciones siempre van de la mano».
Esta es la nula voluntad por la paz de una Rusia que sabe que todavía tiene mucho que arrancar a Ucrania mediante brutales bombardeos, o mediante sangrientas acometidas en el campo de batalla.
Trump y Putin se reservan para ellos las negociaciones sobre el futuro de Ucrania
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Dos: la Casa Blanca juega en el equipo del Kremlin

La segunda razón es que los EEUU de Trump lo han puesto todo de su parte para que Ucrania llegue a estas negociaciones lo más débil posible. Washington ha dejado sola a Kiev.
Zelenski no quería viajar a Estambul, y ponía como condición para iniciar unas negociaciones que Rusia declarara un alto el fuego de 30 días, además de que la representación rusa fuera del mismo nivel que la ucraniana, rechazando reunirse con cualquier representante ruso que no fuera Putin.
Entonces, Trump presionó al líder ucraniano para que acudiera a Estambul, sugiriendo su propia presencia en Turquía para facilitar las conversaciones. Pero cuando Zelenski estaba viajando, llegó la noticia de que EEUU no iba a estar presente en las negociaciones, y que por supuesto Putin tampoco acudía. De hecho, Trump justificó -de manera tan farisea como narcisista- la ausencia del líder ruso: «¿por qué iba a acudir Putin si yo tampoco voy?».
Pocas dudas quedan ya sobre de qué lado de la mesa negociadora está la Casa Blanca. Trump trabaja para forzar a Kiev a una humillante capitulación, empujando a Ucrania a entregar a Rusia el 20% de su territorio, además de repartirse con Moscú la explotación de las riquezas minerales -en tierras raras o hidrocarburos- del país invadido.
Detrás de este giro de 180º de EEUU en su política sobre Ucrania hay un órdago geopolítico. Trump apuesta fuerte por atraer a Rusia a su sistema de alianzas, en la perspectiva de alejarla de China y de los BRICS, y de negociar con ella en temas tan decisivos como el reparto de las nuevas rutas comerciales del Ártico. Y para conseguirlo está dispuesto a entregarle, humillada y maniatada, a Ucrania.