Trump fuerza la renuncia de su fiscal general debido a la ‘trama rusa’

Apenas unas horas de conocerse el resultado de las elecciones, Donald Trump ha liquidado al fiscal general Jeff Sessions, tras meses de reproches y desavenencias por su papel en la investigación del «Rusiagate». Una destitución que indica que, en esta segunda parte de su mandato donde los demócratas tienen el control del Congreso, Trump, lejos de pisar el freno, piensa mantener sus políticas con pulso firme, purgando su equipo de elementos vacilantes o poco fiables.

Las urnas de las elecciones a mitad de mandato estaban aún calientes, cuando se conoció que Trump había defenestrado a Jeff Sessions, el responsable del Departamento de Justicia. Poco después trascendió la carta de renuncia de Sessions, en la que dejaba claro que presentaba su dimisión a petición de Trump. Un capítulo más de la larga ristra de dimisiones y destituciones en la Casa Blanca, casi una treintena de altos cargos en dos años, que muestran la violenta lucha de poder que se libra en torno al Despacho Oval.

La de Sessions ha sido un cese largamente anunciado. La historia de Trump con su fiscal general ha pasado del idilio inicial a una agria relación. Jeff Sessions, un antiguo juez de Alabama con un historial racista bien documentado, fue el primer senador republicano que brindó públicamente su apoyo a Trump cuando anunció su intención de convertirse en presidente. Es uno de los muñidores de las políticas más reaccionarias de la actual administración, desde las directrices que separan a los niños migantes de sus padres, al veto migratorio que pone en el limbo a los ‘dreamers’, los jóvenes que llegaron al país de manera ilegal siendo menores de edad.

Pero todo se torció entre Trump y Sessions con la investigación de la ‘trama rusa’, que trata de esclarecer la injerencia del Kremlin en las elecciones presidenciales de 2016 -a favor de Trump y contra Hillary- y si hubo connivencia del entorno del presidente en dicha conjura y un posible delito de obstrucción a la justicia.

Sessions intentó al principio entorpecer las pesquisas sobre el ‘Rusiagate’, pero en marzo de 2017 se hizo público que había ocultado al Senado sus reuniones con el embajador ruso en pleno ciberataque de Moscú contra el Partido Demócrata. Entonces decidió inhibirse en todas las investigaciones de la trama rusa, ya que su presencia podía condicionar la investigación.

Al apartarse Sessions, la supervisión de los trabajos del FBI pasaron a estar supervisados por un fiscal especial, Robert Mueller, con fama de implacable ante las presiones, que se ha convertido en una auténtica fuente de dolores de cabeza para el Despacho Oval.

Estos dos errores de Sessions son para Trump no ya una incompetencia, sino una auténtica traición, y así se he encargado de decirlo públicamente. “[Sessions] nunca debió inhibirse, y si iba a hacerlo debió haberme avisado antes de aceptar el trabajo”, declaró Trump en una entrevista al New York Times. “Puse a un fiscal general que aceptó el trabajo y luego dijo: ‘Me voy a recursar a mí mismo’. ¿Qué clase de hombre hace esto?”. Trump llevaba meses queriendo cesarlo, pero sus asesores le convencieron para no hacerlo antes de las elecciones legislativas. Horas después de los comicios, Sessions está de patitas en la calle.

Con la purga de Sessions, el Departamento de Justicia queda en manos de Matthew G. Whitaker, un cuadro procedente del gobierno de G.W.Bush que ha declarado que la investigación de la ‘trama rusa’ es una auténtica «caza de brujas», mostrando sus intenciones de cerrarla. Algo extremadamente necesario para Trump ahora que los demócratas controlan el Congreso, y que pueden aprobar una comisión parlamentaria sobre el ‘Rusiagate’.

Estos movimientos en torno al Departamento de Justicia, al cuerpo de fiscales y al FBI en torno a la investigación de la ‘trama rusa’ se han convertido en uno de los principales frentes del agudo enfrentamiento en el seno de la clase dominante norteamericana por imponer una u otra línea de gestión de la superpotencia. Una división y un enfrentamiento profundo y que viene de lejos, pero que ha dado un salto cualitativo, pasando de realizarse entre sus representantes políticos a darse y exhibirse públicamente en los principales aparatos del Estado.

Esta pugna -que tras la victoria parcial de los demócratas en las legislativas promete agudizarse aún más- también se expresa en el mismo interior del equipo presidencial de Trump. Lejos de parecer recular o de buscar un tono más conciliante con la oposición para esta segunda mitad de mandato, Trump parece decidido a luchar ferozmente por mantener la iniciativa para desplegar sus políticas. Y para eso, los elementos «débiles» o vacilantes como Sessions no tienen lugar en la Casa Blanca.

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