Cuba

Trump congela el deshielo con Cuba

Trump ha dado varios pasos atrás en la política de acercamiento entre Washington y La Habana iniciada por Obama.

El presidente norteamericano restablecerá las restricciones para los viajeros estadounidenses que visitan la isla y prohibirá las transacciones con empresas controladas por el Ejército cubano, que administra gran parte del sector hotelero y turístico. Aunque no pretende dinamitar los puentes hacia el entendimiento con Cuba o volver a la política de aislamiento -fracasada tras 50 años de insistencia- Trump busca condicionar los avances en las negociaciones a que La Habana acepte las condiciones políticas -la «transición»- que quiere la Casa Blanca.

No hay desmantelamiento completo de la política de “deshielo” con Cuba iniciada por Obama, pero si un notable retroceso. Trump no plantea romper las relaciones con Cuba ni deshacer los mecanismos diplomáticos que estableció su predecesor en la Casa Blanca, pero va a vender mucho más caro a La Habana el reestablecimiento pleno de las relaciones y planea incidir mucho más agresivamente en los asuntos de la isla.

Donald Trump escogió cuidadosamente el escenario para anunciar la nueva política sobre Cuba. En un discurso en Miami, acompañado por el gobernador republicano de Florida, Rick Scott, y congresistas de origen cubano furibundamente anticastristas como Marco Rubio, Mario Díaz Balart y Carlos Curbelo, así como por representantes de la disidencia cubana, Trump tachó de «brutal» el régimen de Raúl Castro y aseguró a su auditorio que «pronto se va a lograr una Cuba libre». Luego expuso la “cancelación” de la política de Obama sobre la isla y supeditó cualquier negociación de “un acuerdo mejor” al proceso de «apertura democrática» de Cuba.

Pero más allá de la puesta en escena y del estilo agresivo que suele utlizar en sus negociaciones Trump -siempre empieza agrediendo a su adversario para que haga concesiones- nada puede cambiar el pasado. Cuando Obama anunció en diciembre de 2014 que Washington y La Habana reestablecían relaciones diplomáticas -reconociendo el fracaso de cinco décadas de aislamiento y bloqueo contra la isla- una gran victoria del pueblo cubano y del mundo hispano contra la superpotencia quedaba grabada en la Historia. Los tiempos del embargo -sea con Obama o con Trump- no pueden volver porque el profundo declive norteamericano y el avance de la lucha antihegemonista de los pueblos no lo permiten.

La administración Trump trata de dar varios pasos atrás en las negociaciones con La Habana para conceder menos ventaja y terreno ganado al gobierno cubano, así como para intervenir en los asuntos internos de la isla. Las principales medidas de endurecimiento que toma Trump hacen referencia sobretodo a prohibir las transacciones comerciales con las empresas que controlan las Fuerzas Armadas cubanas, que administran una gran parte del sector hotelero y productivo.

Otra importante paso atrás de la administración Trump hace referencia al mantenimiento de las restricciones para los turistas norteamericanos que viajan a la isla, que ya empezaban a rebajarse notablemente: fruto de eso, cerca de 300.000 estadounidenses visitaron la isla durante los primeros cinco meses de 2017, lo que representa un crecimiento de 145% respecto al año anterior. La vuelta a las barreras significa un importante varapalo para el creciente sector turístico cubano, una de las principales fuentes de divisas de la isla.

Para avanzar en derribar esos vetos «el régimen va a tener que cumplir con hitos muy específicos en lo que se refiere a la celebración de elecciones libres y en la liberación de presos políticos», ha dicho una fuente cercana a la Casa Blanca. De esa manera el gobierno Trump busca intervenir en el proceso de transición que pronto comenzará en Cuba. Raúl Castro ha anunciado que dejará el poder en febrero de 2018, y en octubre de ese año se celebrarán elecciones municipales en las que grupos opositores quieren presentar candidaturas independientes.

Otro punto de fricción entre las dos líneas en la cabeza del Imperio.

La decisión de dar marcha atrás en la política sobre Cuba cuenta con numerosos apoyos, pero también con poderosos detractores. Y no sólo en las filas del Partido Demócrata y entre los que apoyaron la maniobra de Obama -una política apoyada por el 73% de los estadounidenses- sino entre importantes sectores de los republicanos. Importantes congresistas y senadores conservadores han declarado que el nuevo enfoque obstaculiza la entrada a un mercado potencialmente lucrativo para las empresas estadounidenses de bienes y servicios y han tachado la decisión de equivocada y aislacionista, instando a Trump a aliviar las barreras con La Habana para impulsar el comercio y crear empleos en ambos países.

El representante republicano por Arkansas, Rick Crawford, ha declarado que la decisión de Trump es «una oportunidad perdida para la América rural», que se beneficiaría de un mayor acceso al mercado de importación agrícola de Cuba. Las empresas estadounidenses exportan alrededor de 300 millones de dólares en productos agrícolas a Cuba cada año, y esperaban multiplicar enormemente esas cifras conforme se desarrollara la apertura de relaciones. Y junto a ellas, un nutrido conjunto de sectores comerciales y fabricantes norteamericanos, junto a la industria de viajes estadounidense, busca ávidamente introducirse plenamente en un mercado de once millones de personas a sólo 144 kilómetros de las costas de EEUU.

Pero hay más razones que las puramente económicas. Crawford ha denunciado que el retroceso con la isla puede poner en peligro la seguridad nacional a medida que los competidores estratégicos se muevan para llenar el vacío que podría crear el enfriamiento de la relación bilateral entre ambos países. “Una mayor desconexión de EEUU abre oportunidades para que países como Irán, Rusia, Corea del Norte y China ganen influencia en una isla que está a 90 millas de nuestra costa”.

Deja una respuesta