Imborrable

El 21 de octubre de 2015 me reuní por última vez con Juan Goytisolo.

Yo había llegado por la noche a Marrakech, y antes de acudir a su encuentro pasé a saludar por el Instituto Cervantes, especialmente a Sanae Mesmoudi y a la directora Yolanda Soler, quienes, sin duda, estarán para siempre unidas al recuerdo de Goytisolo.

Le esperé durante unos minutos en el café de la plaza Yemáa el Fna al que siempre solía acudir, y desde allí nos dirigimos a su casa. Caminamos despacio por las calles de la Medina, deteniéndonos a cada poco para cruzar alguna palabra, seguidos por su amigo Abdelhadi, cuya mano estreché en la puerta de la casa justo antes de entrar.

La casa es un antiguo hostal por el que se entra a través de una pequeña puerta, que conduce a un estrecho pasillo, que desemboca en un hermosísimo patio interior con un árbol curioso, da naranjas y limones.

Goytisolo me condujo directamente a una salita contigua al patio. Una estancia con unos sofas al fondo en los que no sentamos, con una mesita en el centro llena de revistas, entre ellas los últimos números de El Viejo Topo, de su amigo Miguel Riera, con quien años antes tuve una conversación sobre Goytisolo en una terraza de un pequeño bar barcelonés, que no olvidaré nunca. La puerta de la sala estaba guardada por una pequeña televisión que no tardó en confesar que no veía. Me dijo: “mi conexión con la actualidad política de España es Mercedes (de la Torre)”, una de las fundadoras de los Ateneos XXI con la que hablaba cada cierto tiempo.

Fueron tres horas, hasta las dos de la tarde, pero parecieron minutos sembrados de dos o tres silencios cómodos que creaba Goytisolo y que permitían disfrutar mucho mejor del tiempo. Yo le había pedido la reunión, llevaba varias propuestas para hacerle (políticas y culturales), por lo que empecé yo (“¿Eso que me cuentas es cierto?”, dijo). En casa guardo como un precioso tesoro un documento firmado de su puño y letra que atestigua su respuesta a las propuestas.

Pero pronto llegó la conversación, ‘La Lozana andaluza’, el Premio Cervantes (cuatro meses antes le había entrevistado por ese motivo), las buenas revistas culturales, las independientes, un par de recomendaciones literarias, algunos nombres de autores de futuro, una interesantísima conversación sobre la situación del mundo árabe y sus intelectuales democráticos… y tantos otros temas que se cruzaron en los últimos veinte minutos y que nunca pensé que cupiesen en tan poco espacio.

Goytisolo hablaba despacio y en un tono más bien suave, pero con intensidad vital, subrayando con la mirada las palabras. A mitad de la conversación, sonó el teléfono. Fue la única interrupción. Cuando salí de su casa me dí cuenta de que estaba agotado. Él no lo parecía. No recuerdo si me acompañó hasta la puerta (es lo único que no recuerdo), pero sí recuerdo que nos estrechamos la mano, y también que atravesando la plaza Yemáa el Fna pensé en cómo organizaríamos la siguiente entrevista, que habíamos hablado de grabar con las cámaras en su casa. No pudo ser. Un recuerdo imborrable.

Nos conocimos en marzo de 2005, cuando Mercedes se puso en contacto con él y firmó el manifiesto que publicamos contra el Plan Ibarretxe (siempre le preocupó la defensa de la unidad desde la izquierda, la de Azaña y Pi y Maragall, a los que siempre mencionaba). Estamos muy agradecidos por estos 12 años. También por su amistad y por su apoyo.

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