SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Trescientos años después

Catalunya celebra hoy el Onze de Setembre, su fiesta nacional. Una Diada excepcional en la que se cumple trescientos años de la claudicación de Barcelona ante el sitio militar (1713-1714) que puso fin a la guerra de Sucesión, la primera guerra europea a gran escala.La guerra de Sucesión no es una nota a pie de página. En la historia de España significa la implantación de una nueva línea dinástica, que traslada a la Península la versión parisina de la monarquía absoluta: la fe en la eficacia de la centralización. En Catalunya es objeto de constante recordatorio el decreto de Nueva Planta -la abolición de las viejas constituciones catalanas-, pero hay otros datos ilustrativos de aquel cambio de época. En 1721, por ejemplo, el rey Felipe V promulga el primer mapa de postas, perfecto embrión de la actual red radial de carreteras y ferrocarriles. España, país de difícil orografía, con sus ciudades más dinámicas en el litoral, cambia de enfoque. Los austriacistas más comprometidos marcharon al exilio y la sociedad catalana se adaptó gradualmente al nuevo marco. Años más tarde, bajo Carlos III, la apertura del comercio con ultramar contribuyó decisivamente a hinchar las velas del progreso económico.No es fácil trasladar 1714 a las categorías actuales. No podemos reconstruir políticamente el pasado como si visitásemos un parque temático. Catalunya perdió sus viejas constituciones, pero no todo fueron tinieblas. Hubo un florecimiento económico, que probablemente también se habría producido con los Habsburgo. La sociedad catalana se adaptó, sin extinguirse una veta inconformista, que el malogrado Ernest Lluch estudió a fondo. Ecos del austriacismo y un nuevo pragmatismo. El deseo de intervenir en la gobernación de España. Esa corriente, en la que pueden inscribirse personajes y esfuerzos de muy distinta índole y naturaleza, recorre los principales acontecimientos de los siglos XIX y XX: la participación catalana en las Cortes de Cádiz, el intento de Jaume Balmes de reparar la escisión entre isabelinos y carlistas, el rotundo reformismo del general Prim, los republicanos federales de 1873, la Renaixença, la Solidaritat Catalana, la Mancomunitat, ahora hace cien años -un aniversario tan importante, o más, que el de 1714-, la República y el primer Estatut, el drama de la Guerra Civil, el franquismo (de nuevo, adaptación y resistencia), el pactismo de los años setenta, hasta llegar al día de hoy. Del maltrecho tronco de 1714 crece un árbol con muchas ramas, ramas entrelazadas, que no se pueden podar en forma de estilizado y uniforme ciprés. Pero hay una savia y un aliento que vienen de 1714. La savia de Barcelona, capital de Catalunya. La tenacidad, el deseo de no rendirse, la sublimación de la voluntad -también una crónica dificultad para el acuerdo interno en los momentos difíciles-, un perenne deseo de autonomía y libertad. Tres siglos después, el árbol tiene muchas más ramas y más deseos de crecer. Trescientos años después, el rey de España se llama Felipe VI, habla catalán, afirma en público que siente el idioma de los catalanes como propio, y ha llegado al trono con el propósito de alentar una verdadera regeneración en España. Puesto que no se trata de convertir 1714 en un parque temático, el mejor deseo que podemos expresar hoy, día en que una enorme manifestación ocupará las dos grandes avenidas de Barcelona, es el siguiente: que la inteligencia nos acompañe.

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