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Mas, arrollado por el soberanismo tras brindar la Diada a ERC

LA CELEBRACIÓN de la Diada no sólo ha confirmado la polarización que sufre Cataluña, embarcada por sus gobernantes en un proceso de ruptura cuyo punto de inflexión llegaría en dos meses si se celebra la consulta secesionista. También ha ratificado la hegemonía del independentismo, y principalmente de ERC, en un proyecto de ruptura obtusamente impulsado por Artur Mas y CiU.

Basta reparar en la marea de esteladas -banderas republicanas- en la multitudinaria manifestación de ayer en Barcelona para concluir que el presidente de la Generalitat ha sido subyugado por sus socios puntuales en su huida a ninguna parte. En este sentido, las palabras de la presidenta de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), Carme Forcadell, increpando a Mas para que «ponga las urnas» en la calle ilustran a la perfección hasta qué punto el Molt Honorable resultó arroyado por la multitudinaria ‘V’ humana -de victoria y de votación- que confluyó entre la Diagonal y la Gran Vía.

Y ello, pese a los esfuerzos desesperados del president por contrarrestar una inercia de la que sólo él es responsable. Artur Mas quiso valerse de esta Diada para intentar recuperar espacio y contrarrestar a ERC, que le adelanta en las encuestas. De ahí que aprovechara su discurso institucional para hacer proselitismo de su pulso al Estado, asegurando que «lo tenemos todo listo» para aprobar la controvertida ley de consultas y sacar las urnas a la calle el 9-N.

El problema es que al convertir la ruptura con España en el principal reclamo electoral, y en el leitmotiv de su mandato, Mas ha centrado la pugna con los republicanos en un terreno en el que éstos, por su radicalidad, tienen ventaja. El reciente llamamiento a la «desobediencia civil» de Oriol Junqueras, si el Tribunal Constitucional prohíbe la consulta, o su teoría de que la votación el 9-N «es un derecho humano, independiente de la marco legal», demuestran que CiU poco tiene que hacer frente al populismo de ERC o la ANC. Hace sólo un año, la cadena humana que cientos de miles de personas -con Jordi Pujol y Marta Ferrusola como eslabones preeminentes- desplegaron entre Francia y Castellón permitió ver que ERC iba a ser la gran beneficiada del programa independentista. Pero Mas no ha hecho nada por frenar esa tendencia, sino todo lo contrario.

De hecho, el presidente catalán no ha tenido empacho en apropiarse indebidamente, en favor de la causa soberanista, de una celebración que, tal como señaló el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, debería servir para promover «la convivencia y tender puentes y no para hacer frentes». En un descarado ejercicio de cinismo, Mas alegó que su determinación de celebrar un referéndum ilegal se debe al «inmovilismo» de Mariano Rajoy, quien no contempla como escenario que la consulta llegue a celebrarse. Obvia Mas que el deber inexcusable de todo Gobierno -también debería de serlo de la Generalitat- es salvaguardar la legalidad, y que sólo el Estado tiene competencias para celebrar un referéndum sobre la unidad territorial de España.

La división de la sociedad catalana se visualizó ayer en todos los homenajes del Tricentenario de la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión, con actos diferenciados y pronunciamientos opuestos por parte de las formaciones a favor y en contra del derecho a decidir. Tras la Diada, el pulso al Estado ha aumentado su intensidad. Más se ve entre la espada de los partidos radicales y la pared de la legalidad constitucional. Aunque el presidente catalán no quiso pronunciarse al respecto, la posibilidad de que se vea obligado a convocar elecciones anticipadas cobra fuerza en un escenario en el que él ha pasado a ser un personaje secundario. Lo grave es que unos comicios en clave soberanista enconarían más la división que ya padece la sociedad catalana.

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