El Observatorio

Tránsitos

La última obra del ilicitano Jesús Zomeño es un inquietante viaje, a través de la luz y la oscuridad, a las profundidades de la condición humana

Cada día más, el Mercado del libro en España va estableciendo un abismo mayor entre una multitudinaria edición de textos, de finalidad estrictamente comercial, temáticas extraídas del más variopinto pelaje (desde historias de romanos a aventurillas sentimentales, desde temas del telediario a mensajes de autoayuda, desde “descarnadas experiencias personales” a crímenes ingeniosos), relatadas siempre en un lenguaje “absolutamente comprensible por el hombre de la calle” (cualquier “dificultad” es calificada por el mercado como algo extraño y ajeno que empuja a la gente fuera de los libros, a la claridad de las plataformas y las series) y, por otro lado, una edición ya prácticamente marginal (al menos a efectos puramente numéricos) de textos que intentan mantener viva lo que ha sido la gran tradición literaria (digamos desde Grecia hasta las vanguardias, y las escasas pero valerosas secuelas posteriores hasta nuestros días) que siguen aspirando a profundizar y actualizar la honda y necesaria interrogación que los seres humanos necesitan imperiosamente llevar a cabo sobre su propia naturaleza y condición, y sobre la naturaleza y condición de la sociedad y el mundo donde viven, a través de ese vehículo tan singular de acceso a la verdad que es la ficción poética y literaria. Un vehículo que discurre por unas vías bien singulares, que hace un uso especial y único del lenguaje y que con orgullo puede reivindicar su condición artística, haciendo suyo el dictado nietzscheano de que “el arte es incluso más poderoso que la verdad”.

En este contexto, la publicación de un libro como Tránsitos, del escritor ilicitano de origen manchego Jesús Zomeño (Alcaraz, Albacete, 1964) tiene que ser saludada como un acto de coherencia y valentía, pues lejos de dejarse seducir por las modas (o las hoy llamadas “tendencias”), la citada obra insiste en llevar hasta el final la apuesta del autor por un compromiso literario extremo y un afán permanente por ahondar en los entresijos del alma humana y en la condición absolutamente desvalida del hombre contemporáneo, muy en la línea de lo que ya dejaron sentado hace un siglo autores claves como Kafka, Walser, etc.

‘Tránsitos’ contiene cuatro novelas cortas que relatan cuatro viajes en tren.

Tránsitos contiene cuatro relatos, aunque novelas cortas sería la mejor manera de definirlos. Relatan cuatro viajes en tren. Cada uno discurre por uno de los trayectos que es necesario realizar para viajar de Sofía (Bulgaria) a Bucarest (Rumanía) si uno quiere hacer el viaje nocturno en trenes de media distancia. El libro lleva también por subtítulo “Nocturnos de los Balcanes”, definiendo así el marco geográfico en el que transcurren los hechos. Los cuatro relatos llevan, además, títulos que remiten directamente a la mejor tradición literaria europea, expresando así no solo la deuda del autor con dichos textos, sino poniendo en evidencia su voluntad de meterse en el núcleo de algunos de los dilemas esenciales de dicha tradición.

“Noche oscura del alma”, “El paraíso perdido”, “Extraños en un tren” y “Mi nombre es Mary Shelley” marcan un recorrido, enteramente novedoso en sus planteamientos y en su resolución formal, por algunos de los mitos y de las figuras literarias a través de las cuales se han definido los límites materiales y espirituales del bien y del mal, los monstruos que han sintetizado los miedos más acerbos de nuestra cultura y de nuestra sociedad (Drácula, Frankestein….), la caída de los mundos que expresaron sueños que devinieron en pesadillas o el tránsito de la vida a la muerte.

En el primer trayecto, un pasajero, sin nombre y sin rostro, hace el viaje entre las estaciones de Bojchinovci y Vidin, sin un motivo definido. El vagón -ocupado por una fauna variopinta de viajeros-, deviene en el escenario -cerrado, hermético, estrecho, como las viejas trincheras de sus relatos de guerra-, en el que van a desenvolverse los juegos imaginativos y las especulaciones de nuestro protagonista. Lo que aparentemente son divagaciones sin sentido van marcando indeleblemente la senda de una experiencia espiritual, un sobrecogedor recorrido por la noche oscura del alma.

El vagón es el espacio cerrado donde todo puede ocurrir

En el segundo trayecto, dos viejos agentes del servicio secreto búlgaro de la era soviética dan cuenta de la devastación de sus ilusiones mientras viajan engañados al entierro de un camarada. Sus grotescos y ya desdibujados recuerdos dejan traslucir la debacle del mayor proyecto de transformación social del siglo XX.

En “Extraños en un tren”, el policía acosado por sus compañeros que ya protagonizó algunas de sus novelas anteriores (El cielo de Kaunas, 2018; El 53 de Gilmore Place, 2021, ambas editadas en Contrabando, como la actual), en un nuevo capítulo de su huida, comparte vagón con un excéntrico vampiro tatuador. Mientras el vampiro va apoderándose de su mente, al hilo de sus palabras va tatuando en él todas las huellas del miedo. Los monstruos, y los miedos, se construyen con y por el lenguaje. Un relato escalofriante que da la verdadera talla del libro.

Por fin, en el cuarto trayecto, una joven que viaja a su primer encuentro con un novio que solo ha conocido por internet despliega un monólogo, aparentemente insustancial y a ratos hasta hilarante, ante una persona desconocida que entra en su departamento. Esta moderna Mary Shelley crea sus propios monstruos a través de la realidad virtual de internet.

Los cuatro trayectos acaban configurando una de las catas más hondas que podemos encontrar sobre la condición humana. en la literatura actual.

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