Desde que Syriza ganó las elecciones en Grecia todo el establishment de la Eurozona puso la lupa sobre ellos a los que considera unos auténticos parvenu en el mundo confortable de las altas finanzas, que no está dispuesto a admitir de buen grado la alteración de sus dogmas financieros. No por esperado, el hecho dejó de causar inquietud y preocupación acerca del porvenir de la Unión Monetaria que, como es sabido aunque se niegue insistentemente, deambula por el filo de la navaja con sus errores de diseño y los resultados devastadores de sus políticas. En consecuencia, empezaron las sesiones de tanteo entre los recién llegados de Atenas y los otros socios del club, algunos de los cuales temen ser descabalgados de sus asientos en elecciones próximas; porque esa es la realidad que ha sobrevolado entre tantas y tantas declaraciones rimbombantes de estos días, en los que ha quedado claro que todo el mundo, griegos incluidos, necesita tiempo para que la bicicleta del euro siga pedaleando, la deuda se siga apuntando y se aleje, en suma, el cáliz de afrontar la verdad de la moneda única y de la deuda soberana continental. Por tanto, no más repetición de errores como el de la quiebra de Lehman Brothers y ¡mañaaana! como dice el cómico José Mota, se verá.
Las obras inacabadas de la moneda única
Conviene recordar que los quince años de moneda única se dividen en una primera parte, hasta 2007, de grandes facilidades crediticias, trasvasando el ahorro del Norte a los demandantes del Sur, que nunca se habían visto en otra y que se dedicaron a gastar sin tino, con la complacencia de las autoridades y la utilización del sistema financiero. Ese fue el caso español: hubo entidades que duplicaron o casi triplicaron sus balances durante esos años y se vivía un ambiente de felicitaciones mutuas, de acreedores y deudores, por haber descubierto la piedra filosofal del crecimiento financiero infinito, soportado sobre unos activos de ladrillo y de papel, con añadiduras de obras civiles faraónicas. De paso, la reducción de las rentas salariales, que venía siendo ininterrumpida desde finales de los 90, se compensaba con el maná del crédito abundante que llegaba sin parar. Todo el mundo contento, y las administraciones públicas más porque recaudaban lo que no había en los escritos. Con modelos de comportamiento distinto, desde el griego, muy burdo y clientelar, hasta el español, más sofisticado y especulativo, pero improductivo al fin, los años iban pasando con vida y dulzura.
Pero llegó la segunda parte, anunciada en agosto de 2007 y publicitada en 2008, que dejó al descubierto las diferencias agudas entre las economías de la Eurozona y los problemas que ello suscitaba ante la parálisis financiera y su repercusión en la economía real. El lector interesado puede encontrar el anticipo de lo ocurrido estos años en el ensayo de un economista veterano, Pedro Montes, titulado La historia inacabada del euro, publicado en 2001. A este economista no se le podrá acusar de ser clarividente a posteriori, porque advirtió de lo que venía en un momento muy difícil para cualquier disidencia, incluso académica. Y lo que vino lo hizo para quedarse, como se dice ahora en la jerga moderna, dando al traste con demasiadas cosas, que es lo que trae a mal traer a los diseñadores de un modelo que no solo no logra estabilizarse -¿cuántas veces ha sido salvado el euro?- sino que no consigue infundir confianza a quienes, en última instancia, lo tienen que salvar, que son los ciudadanos y contribuyentes, ya sean los ahorradores del norte o los deudores del sur.
Que las Cortes conozcan nuestros compromisos con los rescates
Unos y otros están bastante hartos del experimento y cualquier incidente, como la llegada de Syriza al gobierno en Grecia, agita los tubos de ensayo de los laboratorios de Bruselas y de Frankfort. Según se dice, ésta vez ha sido el responsable de Frankfort, Draghi, el que ha alertado de que el laboratorio podía saltar por los aires y, gracias a su aviso, se ha firmado un papel que dará cuartelillo a todos durante cuatro meses. Habrá negociaciones, fines de semana dramáticos, bastante especulación financiera etc., etc. Todo ello se daría por bien empleado si se tradujera en proyectos de reconstrucción y crecimiento en los países más necesitados, porque, si eso no sucede, continuaremos manejando la barra de hielo hasta que un día la derritan unos calores políticos o financieros aupados por las insensateces de quienes tienen las mayores obligaciones de gobernar y de prever. Los nuevos sonámbulos que se reúnen una y otra vez, sin despertar con los sonidos o lamentos de su alrededor.
A todo esto, nos desayunamos con que España tiene comprometidos con Grecia 26000 millones de euros, a los que habrá que añadirles los prestados a Portugal e Irlanda, que también fueron rescatados. Un sinsentido que no recuerdo que se hubiera debatido en nuestras Cortes en plena época de vacas flacas. En cualquier caso, al hilo de lo ocurrido ahora con Grecia, convendría refrescar el asunto en el Congreso de los Diputados, por lo menos para calibrar el alcance de nuestros compromisos y dar un poco de lustre al principio de la soberanía popular que aquí, a diferencia de otros países como Alemania, Holanda y Finlandia, que llevan estos asuntos a sus parlamentos, está bastante devaluado. Lógicamente será en las próximas Cortes, porque éstas no están por la labor, como queda acreditado.
La realidad es que todo está cogido con alfileres y el castillo de naipes no sabemos cuánto aguantará: días, meses… ¡Cualquiera sabe!, teniendo en cuenta la situación de los países de la Eurozona y el estado de sus opiniones públicas. Por supuesto, la Comisión Europea y el Eurogrupo me imagino que van a hacer encaje de bolillos y de ingeniería financiera para que los parlamentos de Alemania, Holanda y Finlandia presten su acuerdo. Así se evitaría dinamitar al gobierno de Tsipras, como ya se hizo en mala hora con el de Papandreu. Un gobierno que, al decir de algunos observadores, es la última carta democrática que se juega en Grecia. Si esta se malograse, el efecto dominó en las finanzas sería inmediato, abriéndose escenarios dominados por la geopolítica y los intereses de las grandes potencias y fuera del control de la UE. Después de la crisis del Este con Rusia y Ucrania, es lo que faltaría para el duro.