"Dalí­", en el Museo Reina Sofí­a. La exposición del año,

Todos nuestros sueños, y todas nuestras pesadillas

Dalí­ es Dalí­. Dalí­ es toda la pintura. Dalí­ es nosotros. Porque sus obras nos obligan a enfrentarnos a todos nuestros sueños y pesadillas.

Harto de la exigencia de ser absolutamente moderno, Dalí repetía: “¿Qué hay de nuevo en la pintura? ¡Velázquez!”. De la misma forma, Dalí sigue siendo hoy un pintor del futuro todavía por llegar. Frente a quienes sólo pintan cuadros que no duelen, y por eso son viejos antes de terminarse.

Cuando el Reina Sofía abrió las puertas de “Dalí”, colas interminables anunciaban que esta será, sin duda, la exposición del año.

Hacía treinta años que España no dedicaba una antológica a uno de sus pintores más geniales. ¿Alguien puede entenderlo? Dalí sigue molestando a unos pocos. Por eso es capaz de atraer a tantos.

Libérrimo hasta la provocación, que comienza a andar justo donde los otros se detienen. Irreverente ante la autoridad, desde que negó al tribunal de Bellas Artes de San Fernando autoridad para juzgar su trabajo sobre Rafael. Exhibicionista de los conflictos más íntimos, que los demás nos negamos a nosotros mismos, por seguridad y conveniencia. Contradictorio hasta el delirio, atrayéndonos y repeliéndonos al mismo tiempo, y por eso poseedor de una inabarcable capacidad para fascinarnos. Individualista y ególatra, pero capaz como casi nadie de sintetizar los anhelos y terrores colectivos. Demasiado catalán, y demasiado español, y por ello mismo despreciado por la burguesía catalana a pesar de ser el más artista que la cultura catalana haya dado nunca. «Colas interminables anunciaban que esta será, sin duda, la exposición del año»

Así es Dalí. No era, porque no es posible hablar de Dalí en pasado. Sólo en presente o en futuro.

Hay quien incluso se atreve a calificar a Dalí como “fascista”, por convivir con el franquismo. Pero en los años treinta pintó “Alucinación: seis imágenes de Lenin sobre un piano” o “Niño geopolítico contemplando el nacimiento del hombre nuevo”. Obras que podrán contemplarse en la exposición. Y a lo que jamás se han atrevido los “progresistas” críticos que despedazan a Dalí.

El mismo Dalí que dibujó la serie “Putrefactos” en la Residencia de Estudiantes –y que también podemos ver en la exposición- para descargar, junto a lo mejor de la generación del 27, la ira de clase contra todo lo que de viejo y “putrefacto” ofrecían las clases dominantes.

O el Dalí surrealista, que impulsó el famoso método paranóico-crítico, inventado por él y que revolucionó todo el movimiento. Con cuadros como “La persistencia de la memoria”, donde habla de Freud y de Einstein, aunando el psicoanálisis y la relatividad para construir, con los relojes derretidos, una de las imágenes más poderosas del arte contemporáneo.

Y engendró, a cuatro manos, junto a Buñuel, algunas de las inquietantes y poderosas imágenes de la historia del cine en “Un perro andaluz” o “La edad de oro”.

Junto al Dalí que escarba hasta hacerse daño en sus obsesiones, deseos y represiones sexuales. Porque allí, en torno a la carne, es donde se dirime de forma más aguda el conflicto entre el deseo y la realidad.

Dalí es inabarcable. Y muy moderno. Le pese a quien le pese. O precisamente por eso.

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