Todo por la pasta

Aquí­ hace falta una «revolución formidable» que, por lo menos, cursará, si los hados quieren favorecernos, con más de un siglo de retraso. España no es posible, ni deseable tan siquiera, en ese océano de mierda -con perdón- en el que chapotean nuestros partidos polí­ticos y, con ellos y aparentemente satisfechos, los sindicatos, las patronales y cuantos, de una u otra manera, viven enganchados a la teta del Estado.

No hay muchos aíses en Europa tan fuertes como para soportar, al mismo tiempo y sin desmoronarse del todo, un Gobierno como el de Zapatero y una oposición como la de Rajoy mientras el vuelo de los corruptos multicolor nos impide la contemplación del sol. EXPANSIÓN.- Las últimas cifras de la industria española muestran la sima en que se halla sumida la economía. En el mes de septiembre, la producción industrial se redujo un 12,5%, lo que supone triplicar el ritmo de caída acumulado hasta hace doce meses, y un nuevo repunte de los descensos tras la ligera moderación en el mes de agosto. Esta realidad refleja cómo el corazón de la economía española se ha quedado sin fuelle y, peor aún, sin resortes para intentar liderar cualquier amago de recuperación EL PAÍS.- El crecimiento explosivo del déficit empuja inevitablemente al Gobierno a considerar políticas de reducción del gasto público. El Ministerio de Economía teme que los mercados retiren la confianza en las emisiones españolas de deuda si se prolonga el desequilibrio de las cuentas públicas; y pesa el miedo a no cumplir la exigencia de reducir el déficit, que este año estará en torno al 10% del PIB, al 3% en 2013. Opinión. Estrella Digital Todo por la pasta Manuel Martín Ferrand "El cántaro cayó: ¡pobre lechera!" (Samaniego) En 1907, recién llegado a la presidencia del Consejo de Ministros Antonio Maura, en una España alterada por las sospechas del pucherazo y angustiada por la guerra de Marruecos, Benito Pérez Galdós, a la sazón diputado por Madrid en las filas del Partido Republicano, le dijo -en la calle del Turco- a Julio Camba: "Esto es una farsa a la que no se debe asistir. No hay nada más hipócrita, más falso ni más miserable que la vida política de España. El sufragio universal es, entre nosotros, la mayor de las mentiras. Aquí hay unos cuantos caballeros que distribuyen las actas tres días antes de las elecciones con un cinismo espantoso, con una desaprensión estupenda. Y una vez hecho esto, no hay manera de corregirlo." ¿Les suena a ustedes esa canción? Un siglo después, tras entretenernos con una dictadura hacendosa, una república frustrada, un tremenda guerra civil, una estéril y larga posguerra y una singular Transición, seguimos en las mismas: en lo de la farsa. Las listas cerradas y bloqueadas han perfeccionado el poder de los jefes de fila y, de hecho, sólo dos personas -en la actualidad, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy- tienen en sus manos la designación de los concejos de la mayoría de las ciudades españolas, la composición de los parlamentos regionales y la del Congreso y, por ello mismo, el control simultáneo de los tres grandes poderes del Estado. Aquella memorable e ilustrativa conversación entre Galdós y Camba terminó con una vibrante conclusión por parte del autor de Los episodios nacionales: "Aquí lo que hace falta es una revolución formidable…" Sigue haciendo falta. Si no le queremos dar más vueltas a una misma falacia habrá que concluir que la Transición ha fracasado. La partitocracia se apoderó de ella y vivimos el esperpento de un sistema representativo que no nos representa y de un parlamentarismo nada parlamentario. La mejor demostración de lo que digo está en la generalizada corrupción que, sin excepciones, se incrusta en todos los partidos políticos y nos asfixia económica y moralmente. El diario ABC afirma que "mueve más dinero que la droga" y, posiblemente, se quedan cortos. El "todo por la Patria" que algunos escrupulosos de la democracia mal acuñada cuestionan en los cuarteles de la Guardia Civil se ha transformado en una lema común y fáctico que, con las excepciones personales que quieran incluirse, agosta la realidad de los partidos, empobrece la realidad moral de la Nación e impide una verdadera convivencia democrática: Todo por la pasta. Galdós tenía toda la razón. Aquí hace falta una "revolución formidable" que, por lo menos, cursará, si los hados quieren favorecernos, con más de un siglo de retraso. España no es posible, ni deseable tan siquiera, en ese océano de mierda -con perdón- en el que chapotean nuestros partidos políticos y, con ellos y aparentemente satisfechos, los sindicatos, las patronales y cuantos, de una u otra manera, viven enganchados a la teta del Estado, madre nutricia de iniciativas estériles, proyectos tan faraónicos como inútiles y de un rosario de instituciones prescindibles. Si tuviéramos la fortuna de que una epidemia de sentido común se instalara entre nosotros y el anticuerpo de la honradez colectiva machacara la epidemia de golfancia que se ha adueñado de los partidos políticos y de muchos de sus ámbitos de influencia, esto sería Jauja. No hay muchos países en Europa tan fuertes como para soportar, al mismo tiempo y sin desmoronarse del todo, un Gobierno como el de Zapatero y una oposición como la de Rajoy mientras el vuelo de los corruptos multicolor nos impide la contemplación del sol. Aquí la lechera no gana para cántaros. ESTRELLA DIGITAL. 2-11-2009 Editorial. Expansión Crisis industrial y falta de previsión Las últimas cifras de la industria española muestran la sima en que se halla sumida la economía. En el mes de septiembre, la producción industrial se redujo un 12,5%, lo que supone triplicar el ritmo de caída acumulado hasta hace doce meses, y un nuevo repunte de los descensos tras la ligera moderación en el mes de agosto. Al profundizar en los datos, se observa cómo las mayores bajadas se dan en la producción de bienes de consumo duradero, que se redujo un 25,8% en septiembre; mientras que la fabricación de bienes de equipo cayó un 15,7%. Resulta esclarecedora la menor producción de automóviles (37% menos), muebles (34%) y la industria extractiva (32%), así como que la industria represente el 26% de los concursos de acreedores declarados en España hasta septiembre. Esta realidad refleja cómo el corazón de la economía española se ha quedado sin fuelle y, peor aún, sin resortes para intentar liderar cualquier amago de recuperación. Incluso la producción energética, que durante los primeros meses de la crisis mostró una cierta resistencia, se suma a la corriente generalizada de pérdidas productivas, en este caso del 6,9%; impulsada por la caída de la demanda eléctrica (un 2,7% menos en octubre). No sorprende que la industria sea uno de los sectores que genera deflación. Hasta septiembre, el descenso de los precios industriales fue del 5,4%, la tercera mayor caída en el año, especialmente intensa en los bienes intermedios y la energía. Pero si la radiografía actual de la industria española es grave, aún más preocupante resulta la reacción del Gobierno ante esta coyuntura. Se ha limitado a parchear a dos de los sectores con mayores caídas de la producción (automóvil y minería) mediante subvenciones, bien a la compra de particulares (como en el caso de los turismos y las motocicletas) o bien, como en la industria nacional del carbón, imponiendo a los productores eléctricos cuotas mínimas de consumo de este mineral fósil. El recurso a estas regalías es consecuencia de la improvisación de la que ha hecho gala el Ejecutivo y de la ausencia, tantas veces denunciada por las empresas, de una verdadera política industrial durante las dos últimas legislaturas; de la que la menguante partida presupuestaria del Ministerio de Industria es el principal testigo. EXPANSIÓN. 10-11-2009 Editorial. El País Toca reducir gastos El crecimiento explosivo del déficit empuja inevitablemente al Gobierno a considerar políticas de reducción del gasto público. El Ministerio de Economía teme que los mercados retiren la confianza en las emisiones españolas de deuda si se prolonga el desequilibrio de las cuentas públicas; y pesa el miedo a no cumplir la exigencia de reducir el déficit, que este año estará en torno al 10% del PIB, al 3% en 2013. Ése es el plazo máximo que concederá hoy Bruselas a España, Reino Unido, Irlanda y Francia para cumplir con la exigencia de estabilidad presupuestaria. El plan económico financiero 2010-2012 recoge estos temores con propuestas para recortar el gasto público. Sugiere limitar el aumento salarial de los funcionarios, restringir la oferta de empleo público, obligar a todos los ministerios y empresas públicas a presentar un plan de austeridad y eliminar organismos públicos. Éste es casi todo el grado de detalle que ofrece el plan. En una primera impresión no parece que se trate de un ajuste radical del gasto. La crisis económica resalta el desequilibrio histórico de la Administración. En el Gobierno hay inflación de vicepresidencias, con el agravante de que su poder de coordinación es muy escaso; sobran algunos ministerios, que apenas alcanzarían el nivel de secretarías de Estado en una organización más racional, y faltan centros de poder ministerial en asuntos vitales para el buen funcionamiento económico, como la energía. Sobre todo, proliferan los organismos públicos de utilidad más que dudosa para el ciudadano. Es cierto que el grueso del gasto público no está ahí, sino en las pensiones, los costes del paro, la sanidad, el servicio de la deuda y la financiación autonómica. En épocas de elevado desempleo y de ansiedad por la pérdida de la renta familiar, los gastos sociales no deben recortarse. Pero sí es deseable imponer un recorte del gasto a los Gobiernos autónomos. En medio de la recesión más grave de la democracia, todavía hay autonomías que proponen para 2010 aumentos presupuestarios, como si no estuvieran obligadas a moderar el déficit para ayudar a que el Estado reduzca el suyo. Tampoco parecen dispuestas a devolver al Estado el exceso de dinero que han recibido una vez contabilizada la caída de ingresos públicos. La Administración central apenas decide hoy sobre el 25% de los recursos de la nación; y aplicando ajustes a ese 25% no se consigue reparar las cuentas de todo el país. EL PAÍS. 10-11-2009

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