Trump sigue avanzando hacia la guerra comercial

Tambores de guerra económica contra China y la UE

Los tambores de la guerra comercial que Donald Trump parece decidido a librar suenan con un ritmo cada vez más frenético y marcial. Aunque las primeras salvas se dirigen contra la UE, el verdadero oponente es China. Con este conflicto, Trump intenta imponer unas nuevas reglas en el comercio internacional que privilegien aún más los intereses de EEUU

Trump ya ha tirado las primeras piedras de un conflicto que puede tener hondas consecuencias para el comercio mundial, al aumentar los aranceles sobre el acero (en un 25%) y del aluminio (10%) importado desde fuera de EEUU. Al aumentar los impuestos sobre estas materias primas clave -que afectan a multitud de mercancías- Trump pretende que el acero y el aluminio extranjeros sean mucho más caros, impulsando así a los fabricantes estadounidenses.

Parece una medida proteccionista clásica, en la línea de lo que Trump ha venido prometiendo desde su campaña electoral al grito de «¡America First!». Una de los ejes de la política de la actual administración ha sido la de derogar sin contemplaciones todo tipo de acuerdos comerciales -considerados «nefastos» por Trump- impulsados durante la era Obama. “EEUU tiene un déficit comercial anual de 800.000 millones de dólares por nuestros estúpidos acuerdos y políticas. Se ríen de lo tontos que nuestros líderes han sido. ¡Nunca más!”, ha dicho una y otra vez.

Pero más allá de sus ansias proteccionistas, hay importantes intereses geopolíticos. Bajo sus soflamas incendiarias contra la globalización, Trump no intenta tanto una imposible vuelta al proteccionismo de finales del siglo XIX o al de los años 30 del XX, sino que intenta imponer unas nuevas reglas en el orden económico y el comercio internacional que privilegien (todavía más) los intereses de EEUU frente al resto del mundo.

Se trata en realidad de un «proteccionismo selectivo», en una sola dirección, que pretende erigir barreras a que las mercancías extranjeras lleguen al mercado norteamericano, pero que busca que los mercados mundiales sigan siendo inundados por los productos estadounidenses, en condiciones aún más ventajosas para los monopolios yanquis. Trump reniega de grandes Tratados de Libre Comercio como el derogado TPP TransPacífico o el enterrado TTIP con Europa, pero busca con ahínco imponer tratados comerciales bilaterales con cada país, en los que haya primacía draconiana a los intereses comerciales norteamericanos.

La mejor prueba de ello es cómo -de momento- ha excluido de los aranceles a sus dos principales socios comerciales: Canadá y México. Pero no se trata precisamente de ninguna benevolente excepción de buena vecindad. Washington está sumergido con sus dos países fronterizos en una tensa renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). Los aranceles suspendidos sobre las cabezas de los negociadores canadienses y mexicanos funcionan a modo de una amenazadora espada de Damocles para decantar la balanza del lado estadounidense.

Trump vs UE: Divide et impera

Las primeras salvas en esta conflagración han ido dirigidas contra la Unión Europea. Los aranceles contra el acero y el aluminio de la UE causaron gran consternación entre las autoridades comunitarias, que aunque prudentes y guardando un perfil bajo y conciliador, anunciaron represalias sobre determinados productos estadounidenses, en un listado que incluye las Harley Davidson, los pantalones vaqueros, el bourbon, los arándanos o la mantequilla de cacahuete. Lejos de suavizar su postura, Trump redobló su agresividad.

Muchos analistas se muestran perplejos de que Trump esté dispuesto a sacrificar la relación estratégica con sus aliados por su propia agenda interna, dañando gravemente una asociación transatlántica con la UE que va mucho más allá de lo económico y comercial, enraizándose en lo político y militar. Hasta el propio jefe del Pentágono, James Mattis, ha mostrado su preocupación. Hace poco más de un año y medio, en los últimos meses de la era Obama, Washington impulsaba un acuerdo de libre comercio con la UE, el TTIP, que significaba una autopista para que los capitales y las mercancías made in USA pudieran invadir los mercados europeos.

La superpotencia norteamericana necesita explotar más profunda y concienzudamente a su área de dominio, incluida Europa. Pero en la negociación por el TTIP se encontró -además de la movilización de los sectores populares opuestos a lo que consideraban un «caballo de Troya» de las multinacionales yanquis- con la oposición de importantes sectores de las burguesías monopolistas europeas, contrarias a un acuerdo fuertemente escorado hacia los intereses estadounidenses. Trump no quiere ni oír hablar de negociar con la UE como bloque compacto. Así que promueve la vieja táctica imperial del «divide y vencerás».

Con la apertura de esta guerra comercial -que ya veremos si acaba en gran conflagración o en escaramuzas parciales- Trump pretende dividir y enfrentar a los países europeos entre sí, y a distintos sectores económicos y comerciales entre sí, según les afecten en mayor o menor medida la subida de los aranceles o mantener sus exportaciones a EEUU. De momento los primeros cañonazos de la guerra comercial ya han conseguido potenciar la deslealtad del Reino Unido. Aunque las competencias del comercio todavía las tiene Bruselas, Londres ha afirmado que buscará por su cuenta una exención para su acero.

Una vez que reine la discordia en la Unión, Trump saldrá a pescar en río revuelto, intentando llegar a acuerdos comerciales bilaterales con algunos países, mucho más ventajosos para los intereses de Washington.

Objetivo principal: China.

Aunque los primeros proyectiles de este conflicto hayan caído sobre las capitales europeas, el verdadero oponente de la Casa Blanca es Pekín. En lo que se trata de discusiones arancelarias, Trump siempre ha esgrimido como la afrenta más grave el gigantesco déficit comercial de Estados Unidos con China, que aumentó un 13% en 2017 hasta alcanzar los 375.000 millones de dólares.

La Casa Blanca ha exigido a las autoridades chinas que reduzcan en 100.000 millones de dólares este déficit, o que se atengan a las consecuencias. Y el nuevo consejero económico de Donald Trump, el economista Larry Kudlow, arremetía contra Pekín nada más conocer su nombramiento. EEUU se dispone a aplicar aranceles por valor de 60.000 millones de dólares a las importaciones chinas de forma inminente, especialmente aquellas relacionadas con los sectores de la tecnología y las comunicaciones. Casi un centenar de productos podrían verse afectados por este plan.

Pekín, fiel a su tono moderado, no se deja intimidar. “China no se deja pisotear. Tal vez sea el destino de China luchar con EEUU para darle una lección», decía el diario oficial Global Times. «Estamos listos para lanzar golpes a la cabeza contra Washington y no ser suaves».

El gigante asiático tiene armas de sobra para contraatacar a una ofensiva comercial norteamericana, y provisiones abundantes para mantener un conflicto económico duradero. Los propios medios oficiales han filtrado la idea de que las primeras represalias se dirigirían contra materias primas de las que EEUU es un gran exportador a China, como la soja, que podría ser comprada ahora en Brasil. O contra multinacionales tan simbólicas para EEUU como Boeing -que, no lo olvidemos, forma parte del complejo militar-industrial- y cuyos beneficios dependen en gran medida de la ingente expansión del sector aéreo chino, que podría adquirir hasta 7.200 aviones en las próximas dos décadas invirtiendo en estas compras cerca de 1.100 millones de dólares. Ahora todo eso podría recaer en el mayor competidor de Boeing: el consorcio europeo Airbus.

Nadie en el plano internacional desea esta guerra, que solo Trump y su equipo consideran beneficiosa. Otra cosa es que puedan ganarla, o que no acaben pegándose un tiro en el pie.

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