Literatura

Stieg Larsson remacha el clavo

Con una España mucho más afectada por la «fiebre Millennium» que por la anunciada «gripe A», llega la hora de comenzar a sacar conclusiones de un fenómeno, en primera instancia puramente literario, pero que sin duda acabará teniendo consecuencias en muchos más órdenes. Y ello lo prueba que hasta lectores tan poco dados a «radicalismos» como Vargas Llosa han acabado no sólo reconociendo su entusiasmo por la obra -como casi siempre, es el primer autor «culto» que lo hace-, sino aceptando que le ha obligado a cambiar su percepción sobre algunos aspectos de la realidad (el ideal de la sociedad sueca, por ejemplo), al tiempo que cifra el éxito y el enorme impacto de la obra en la enorme «sed de justicia» que recorre el fondo más oculto e inescrutable de las sociedades occidentales. Cierto.

En Millennium 3 -"La reina en el alacio de las corrientes de aire"- Stieg Larsson remacha el clavo que ha ido preparando minuciosamente desde la primera línea del primer volumen. Larsson destapa claramente su juego. Levanta todas sus cartas. Tras habernos paseado por los vericuetos más escondidos, recónditos y siniestros de la clase dominante sueca (la familia de potentados industriales Vanger, el especulador Wennerstrom), y tras desnudar los perversos mecanismos que rigen el funcionamiento del Estado y de sus aparatos de dominación (impagable descripción de cómo se fabrica un enemigo y se le persigue hasta la total aniquilación), en el tercer tomo Stieg Larsson nos lleva hasta los últimos sótanos, los reductos más secretos y cenagosos del poder, allí donde un puñado de "elegidos" se instituyen como defensa última de la nación y del Estado, y en nombre de ello perpetran crímenes, destruyen reputaciones, aniquilan políticos, e imponen una lógica criminal fuera de todo control.Lo que Stieg Larsson nos cuenta no es que Suecia sea como el Chile de Pinochet. Eso sería una falsificación insostenible y grotesca. Pero lo que sí dice -y esa es su gran novedad- es que en Suecia pueden ocurrir -y, de hecho, ocurren- cosas como en Chile. En Chile acabaron con Allende. Y en Suecia con Olof Palme. Por ejemplo.La diferencia es que el primero fue víctima de un golpe militar encabezado por Pinochet (que, además, mató a otras 30.000 personas), mientras que en Suecia nunca se supo quién mató a Palme y no hicieron falta más víctimas. Conclusión: en las sociedades de capitalismo monopolista avanzado tan sólidas, asentadas y estables como la sueca, cambiar el rumbo del país puede requerir sólo el movimiento de una pieza. Pero eso sí, para que las reglas del juego no salten por los aires, es necesario que no se sepa quién ha movido la pieza, quién ha dado la orden, quién ha valorado su necesidad…; lo importante es que la sociedad deseche por "imposible" la idea del asesinato, y crea a pies juntillas que nadie ha dado la orden… porque todo ha sido obra de un "loco solitario", o como mucho, una "venganza personal". En teoría, el Estado democrático no se mancha nunca las manos de sangre.Larsson corre el velo de esta colosal "mentira de Estado", metiéndose hasta los rincones más inaccesibles y los túneles más oscuros y siniestros, esos "bucles" que los servicios secretos hacen dentro de sí mismos para llevar a cabo aquellas operaciones que "nadie" -a veces, ni siquiera el propio gobierno- debe conocer.Pero Larsson no se limita a desvelar y radiografiar esos organismos pestilentes -que todo Estado democrático tiene, alienta y emplea-, y sus siniestros y criminales modos de operar en nombre de la sacrosanta "razón de Estado", sino que también aborda el "discurso" del poder, las "razones" del Estado. Sin duda, la cumbre de este tercer volumen es el debate entre la abogada defensora de Lisbeth Salander (la hermana de Mikael Blomkvist) y el psiquiatra Teleborian, quintaesencia de ese perverso y maquiavélico discurso del poder, en el que una capa de cientifismo y sentido común, amparado en un supuesto halo de buenas intenciones y grave preocupación social, encubre una maquinación secreta destinada a aniquilar a alguien.Teleborian, más incluso que los criminales de la "Sección" (capaces de organizar una verdadera carnicería con tal de mantener ocultas sus anteriores fechorías), encarna con una perfección rayana en la obra maestra ese conjunto de argucias ideológicas que utiliza una y otra vez el Estado democrático -el dictatorial no necesita estas argucias, impone directamente el terror- para encubrir y justificar su "inevitable" lado criminal, para imponer a la sociedad la creencia de que hasta la mayor atrocidad se hace "por su bien", para "protegerla", o simplemente para silenciar y ocultar "lo que no debe saberse".Por lo demás, este tercer volumen mantiene intactas las virtudes (y los defectos) de los dos anteriores: el dinamismo adictivo de su intriga, la capacidad de mantener en danza y en vilo distintas tramas paralelas y una enorme y variopinta cantidad de personajes, la atracción irresistible que despierta su singular pareja de protagonistas… Pese al previsible final y al abuso de los recursos "planos" del best seller, Stieg Larsson consigue un triunfo prodigiosos de la imaginación.Lleva razón Vargas LLosa cuando sitúa las peripecias de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander en la estela y a la altura de las aventuras del conde de Montecristo y de los relatos de Dickens, por su capacidad de atraer y colmar la imaginación del lector. Pero aún lleva más razón cuando -con un atrevimiento digno de muy pocos- llega incluso a poner a dichos personajes en la tradición del propio "Quijote", en la de esos "locos" que se lanzan a las más insólitas aventuras con tal de "desfacer entuertos" y hacer justicia. Y es que esa es, en sustancia, la razón del enorme éxito popular de Millennium: en esta trilogía se colma, literalmente, la infinita sed de justicia que recorre las maltrechas y baqueteadas sociedades occidentales.

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