Editorial

Siria: Putin fuerza a EEUU a negociar

La reciente aprobación por parte de la ONU de una «hoja de ruta» que prevé el inicio el próximo mes de enero de conversaciones de todas las fuerzas polí­ticas no terroristas, incluidos los representantes del régimen sirio, es una indiscutible victoria diplomática rusa. Moscú ha terminado por imponer, pese a todas las altisonantes declaraciones de los lí­deres occidentales sobre la salida de Asad, la evidencia de que sólo un acuerdo de amplio espectro entre todas las fuerzas sirias puede alumbrar el camino hacia el fin de la guerra.

Por supuesto que una solución justa, pacífica y democrática para el pueblo sirio no vendrá de la mano de las grandes potencias. Pero la hoja de ruta diseñada en la ONU esta pasada semana es un primer paso en el largo camino de poner fin al terror, el sufrimiento y la miseria a los que ha sido condenado el país en los últimos 5 años.

Que Putin haya conseguido arrancar de EEUU la concesión de no plantear la salida de Asad como condición previa para cualquier negociación no es fruto ni de la habilidad diplomática del Kremlin ni de la buena voluntad de la superpotencia yanqui.

Si hoy parece posible empezar a tantear un camino que ha estado bloqueado desde que en 2011 EEUU decidió apoyar, financiar y armar a las fuerzas rebeldes de la oposición siria, en nombre de la “primavera árabe”, es porque la situación militar, la correlación de fuerzas sobre el terreno ha empezado a cambiar de forma acelerada desde que Rusia tomó la iniciativa de intervenir directamente en la guerra.

La intervención rusa ha impactado de forma profunda en la situación política y militar de la guerra siria, alterando sensiblemente la correlación de fuerzas y las alternativas de futuro.

Al tomar la iniciativa, proteger a un Assad impotente y exhibir su reforzado músculo militar con un sofisticado armamento que el propio Pentágono ignoraba que poseyera el ejército ruso, Moscú ha cambiado el escenario político-militar en que hasta ahora se desenvolvía la guerra. Y no sólo por su propia acción militar, sino por un factor añadido de alto valor estratégico.

A diferencia de EEUU y las potencias europeas, Rusia sí dispone de tropas sobre el terreno capaces de rentabilizar territorialmente sus ataques aéreos contras las posiciones del ISIS. La suma de las tropas leales al régimen sirio, las milicias libanesas chiíes de Hezbollah –con experiencia de años de combate contra el ejército israelí, lo que son palabras mayores– y los altos mandos y tropas enviadas por la guardia revolucionaria iraní forman un contingente tan numeroso como altamente cualificado. Lo que explica cómo en los apenas tres meses de intervención rusa, el régimen sirio ha sido capaz de volver a controlar numerosas zonas y enclaves estratégicos del país.

«La intervención rusa ha impactado de forma profunda en la situación política y militar de la guerra siria, alterando sensiblemente la correlación de fuerzas»

Por contra, todos los esfuerzos de EEUU y las potencias europeas para crear una potente fuerza de combate siria bajo su control capaz de derrocar a Assad se han visto frustrados por la complejidad de los múltiples intereses cruzados y opuestos que operan en la región, incluso entre sus propios aliados.

Así, lo que inicialmente había sido concebido como un programa secreto norteamericano de apoyo y equipamiento con armas a la oposición “moderada” para derribar a Asad, fue cambiado por Turquía y se convirtió en un amplio programa de apoyo técnico, militar y logístico a todos los opositores, incluyendo al Frente al Nusra (franquicia de al Qaeda en Siria) y al Estado Islámico. De este modo, en el curso de los años los llamados “rebeldes moderados” fueron evaporándose y el autodenominado Ejército Libre Sirio quedó convertido en un grupo diezmado, radicado en una base militar de Turquía, mientras el ISIS se expandía sin oposición.

Con su implicación directa, Moscú ha abierto una tercera fase del conflicto. En ella, las fuerzas del régimen de al Assad se recomponen, lanzan nuevas ofensivas sobre enclaves estratégicos y recuperan algunas de ellas.

En la actualidad, el régimen controla la práctica totalidad de la zona occidental del país, ha recuperado la ciudad de Homs –a la que llegó a calificarse “capital de la revolución siria”– y disputa con la ayuda rusa e iraní retomar el control completo de Alepo, primera ciudad siria, y su región.

La entrada de Rusia con todas sus consecuencias en la guerra siria ha aumentado, paradójicamente, las posibilidades de empezar a atisbar la posibilidad de una salida negociada al conflicto.

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