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Sinzho Abe, segunda oportunidad

El primer ministro saliente de Japón, Yoshihiko Noda, ha durado cerca de 16 meses en el cargo. Eso es habitual para un país que, durante la mayor parte de la década, ha cambiado a sus líderes cada año.El último ejemplo, Shinzo Abe ya pasó un año como primer ministro, entre septiembre de 2006 y septiembre de 2007. Ahora tendrá una segunda oportunidad. Su Partido Democrático Liberal, después de tres años como partido minoritario, volverá a tratar de gobernar el país que lideró la mayor parte de la segunda mitad del siglo tras la Segunda Guerra Mundial.La inestabilidad política refleja y contribuye a la dificultad de los desafíos de Japón. Con 127 millones de habitantes y un ingreso per cápita de 35.000 dólares, Japón sigue siendo una nación rica y funciona sin problemas. Sin embargo, su población está envejeciendo y disminuyendo, minando la confianza y la innovación. El sistema político ha sido incapaz de adoptar medidas que puedan revitalizar la sociedad, aumentar la inmigración o mejorar las condiciones para las madres trabajadoras.Para las autoridades de Estados Unidos, esta inestabilidad ha sido frustrante. Apenas habían dominado el nombre de un ministro de Exteriores cuando estaba ya saliendo. Sin embargo, Japón sigue siendo un aliado crucial para que la administración Obama construya su tan discutido «pivote» en Asia. Con China flexionando sus músculos y haciendo alarde de su poder, la ruta democrática para el desarrollo, no sólo de Estados Unidos sino de las naciones del sudeste asiático como Filipinas, cada vez hace ver más a Japón, con sus valores democráticos compartidos, como una importante fuerza de equilibrio.La pregunta es si el régimen de Abe aumentará o disminuirá ese papel. Abe se ha comprometido a mejorar las capacidades militares de Japón y ampliar su actividad en las alianzas regionales. Durante su primer mandato, trabajó en la mejora de las relaciones con las democracias vecinas, entre ellos la India y Australia. Pero también ha mostrado una tendencia a minimizar la culpabilidad histórica de Japón en los conflictos asiáticos, lo que sigue siendo un punto delicado para muchos vecinos.Estas dos líneas –el reforzamiento militar y el revisionismo histórico– tienden a intercalarse entre los conservadores japoneses. Pero, de hecho, esta última alarma a los vecinos y también a muchos japoneses. Cuanto más dispuesto esté el Sr. Abe a aceptar la realidad de la historia japonesa, mejor posición tendrá su país para desempeñar un papel constructivo en la seguridad de Asia.Nadie lo va a estar siguiendo más de cerca que los chinos, cuyos líderes avivan las llamas del sentimiento anti-japonés para consolidar su posición interna. Xi Jinping, nuevo líder de China, ha estado siguiendo este patrón, hablando con dureza con respecto a las islas en disputa y, la semana pasada, enviando aviones de observación para sobrevolarlas, en lo que Japón denunció como una invasión de su soberanía.La disputa por estas islas no es más que una faceta de la creciente asertividad de China, ya que reclama casi todo el Mar de China Meridional y mantiene disputas con Vietnam, Filipinas y otros. Pero el argumento de las islas –conocidas en Japón como Senkaku y en China como Diaoyu– es particularmente peligroso. Tanto Japón como China tienen mucho más que ganar con la cooperación que con la confrontación. Esperemos que los dos nuevos líderes lo reconozcan.

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