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El año en que Europa quedó sometida a Berlí­n

Rettungs routine (rutina de rescates) es la palabra del año en la República Federal, según la Sociedad Alemana de la Lengua. Y representa, mejor que ninguna otra, lo que ha sido este año 2012 para los alemanes: una suma de amenazas de rescates, antiguos y nuevos (Grecia, España, tal vez Francia o Italia), que arruinan sus bolsillos -aunque aún no han puesto sobre la mesa un solo euro- y amenazan sus ahorros y pensiones. Esa rutina de rescates sirve también para ilustrar los últimos 365 días de la Unión Europea: una montaña rusa de crisis, cumbres y operaciones de salvamento de la que ha salido, al menos, fortalecida la moneda única, que cierra el año a punto de concluir con un valor medio frente al dólar de 1,30, casi el mismo que en los primeros días de enero.

La buena noticia es, pues, que el euro sigue vivo y, aparentemente, en excelentes condiciones, gracias sobre todo a las palabras de Mario Draghi a principios de agosto, justo en plena crisis de la banca en España y de las primas de riesgo: “Dentro de nuestro mandato, haremos todo lo necesario para salvar el euro… y, créanme, será suficiente”.

Después de la calma creada por Draghi, el hombre del año para el Financial Times, algunos dirigentes como el presidente del Consejo Europeo, Hermann van Rompuy, y el comisario europeo de Mercado Interior, Michel Barnier, han llegado incluso a afirmar que “lo peor de la crisis ha pasado”. Pero Angela Merkel ha cantado las verdades del barquero: “Tenemos por delante un tiempo difícil y doloroso (…), tantos años de ausencia de disciplina presupuestaria y de pérdida de competitividad no se arreglan de un plumazo”. Esto marca un primer desacuerdo de ópticas en el seno de la UE: mientras Merkel y compañía piensan prioritariamente en términos de globalización y de hacer frente a otros mercados emergentes para que no nos coman vivos (el 90% del PIB mundial se produce fuera de Europa, repite a menudo la canciller), los países del Sur sufren precisamente por la aplicación de las políticas destinadas a hacerlos más competitivos, con el riesgo de perder la vida en ello.

Las políticas de austeridad son vistas desde Alemania como un justo castigo para todos aquellos que se han dormido en los laureles y se justifican con amenazas apocalípticas de una Europa empequeñecida y devorada por chinos, orientales y brasileños, quienes en su vida conocieron un mínimo Estado de bienestar y desconocen el concepto de la justicia social o las leyes de salario mínimo.

Logros…

2012 ha sido también el año en que las instituciones europeas han sido ninguneadas como nunca por una Alemania que, prácticamente sola -ya que François Hollande no parece salir de su hemiplejia postelectoral-, ha corregido de acuerdo con su propio criterio los errores de la construcción europea:

– Rompió un primer tabú al impulsar una quita de la deuda griega que afectaba a los acreedores privados y a los bancos. Ahora, Merkel ha dejado incluso abierta en el horizonte la posibilidad de otra nueva quita que, esta sí, afectaría directamente a los contribuyentes europeos. Grecia, en todo caso, seguirá en la eurozona porque Alemania, después de los titubeos de este verano, así lo ha decidido.

Se impuso el Pacto Fiscal, con el que Francia tuvo que transigir, y que establece un límite por ley del endeudamiento de los estados.

Se cerró el Mecanismo Permanente de Estabilización del Euro, que entró en vigor en octubre y que, algún día, podrá salvar directamente bancos o países.

– Se acaba de aprobar el Organismo Supervisor de la Banca Europea, que sólo vigilará a los bancos grandes y cuya interacción y constitución creará aún bastantes tensiones entre el BCE, el Gobierno alemán y el resto de los socios.

La Unión Bancaria que en junio Merkel parecía querer poner en marcha cuanto antes, y que tanto fue alabada por Mariano Rajoy y sus colegas Hollande y Monti, ha quedado aplazada hasta, como muy pronto, principios de 2014. Mientras tanto, se debe organizar esa nueva institución, que algunos ven como insuficiente para controlar al detalle a todas las entidades de la eurozona y, muy especialmente, a aquellas que, aun siendo pequeñas o medianas, pueden crear considerables problemas al resto o recibir un trato de favor por parte de los supervisores nacionales, demasiado interesados en lavar la ropa sucia exclusivamente en casa (…)

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