Debate sobre el calamitoso estado de la nación

Sin ideas, sin futuro

Asistir al debate de Estado de la nación es lo más parecido a acudir a ver una y otra vez una pelí­cula de serie B. Siempre los mismos actores (no demasiado brillantes), un guión monótono y cansino que repite presentación, nudo y desenlace año tras año. Zapatero en el papel de adalid de los gastos sociales y la atención a los desfavorecidos. Rajoy, el malo de la pelí­cula, permanentemente alineado con aquellos que, se trate de lo que se trate, siempre piden más mano dura. Izquierda Unida fiándolo todo al aumento del gasto público. Y los nacionalistas con su eterna cantinela, «¿qué hay de lo mí­o?»

Y mientras tanto, el aís cuesta abajo y sin freno por la pendiente de una crisis que se ha convertido ya en la más grave de su historia. Cualquiera esperaría que sus señorías, además de enzarzarse en disputas tan broncas como estériles, aportaran alguna idea nueva, alguna perspectiva distinta, algún horizonte capaz de arrojar luz sobre la salida a la crisis. Pero son esperanzas vanas porque, ¿cómo nos van a sacar de la crisis las mismas fuerzas políticas que nos han conducido a ella? Mientras todo el debate se centra en propuestas y medidas inmediatas que como mucho, y en el mejor de los casos, se dirigen a poner parches efímeros y momentáneos, cuando no oportunistas e improductivos, nadie está dispuesto a abordar el problema central, ni a darle una alternativa. Porque todo el quid de la cuestión, el meollo del asunto, está en un modelo de crecimiento (desarrollado hasta sus últimas consecuencias por gobiernos de PSOE o de PP indistintamente), basado en una enorme burbuja inmobiliaria y en un colosal y doble endeudamiento –tanto exterior como interior– que es el que nos ha conducido a una situación cercana a la insolvencia y la quiebra como país, a un desbocado y salvaje incremento del paro y a un aumento desconocido de las desigualdades sociales. Pero en su debate sobre el estado de la nación, si algo brilla por su ausencia es cualquier propuesta, ni el mínimo atisbo de una alternativa, de un diseño estratégico, de largo alcance, para la economía española. ¿Qué queremos ser? ¿Qué papel queremos ocupar en la economía mundial? ¿En qué debemos concentrar los esfuerzos y especializarnos? ¿Qué sectores y ramas de la producción deben tener una prioridad especial? ¿En qué podemos ser tan o más competitivos que nadie en el mercado global? ¿Qué capital humano, y por tanto que tipo de educación y formación, necesitamos para ello? ¿Que recursos en I+D+I se precisan, a dónde hay que dirigirlos y de dónde deben salir? Estas son las cuestiones decisivas, de largo alcance, de futuro para el país que nadie, ni en el gobierno ni en la oposición, saben, pueden o quieren contestar. Y mientras no se haga, cualquier medida que se tome será como dar palos de ciego, empezar a andar sin saber siquiera a dónde se quiere ir, para tener que volver a desandar, a mitad del camino, lo ya andado. Eso sí, con unos costes extraordinariamente gravosos para la economía de la nación y para las condiciones de vida y trabajo de millones de sus ciudadanos. Dos caminos El debate sobre el estado de la nación se desarrolla este año en medio de una situación excepcional, en medio de la mayor crisis que ha conocido el capitalismo desde la Gran Depresión del 29 y con una economía nacional camino de los 5 millones de parados y al borde del colapso. En esta situación, ante España se abren dos caminos. O mantener un modelo de crecimiento basado en un endeudamiento insostenible, que se dirige casi exclusivamente a surtir la demanda de 4 o 5 mercados europeos y altamente dependiente de una energía cara y no renovable como el petróleo. Modelo en el que una partitocracia, dueña del modelo político, ha impuesto una desmedida dependencia, más o menos disimulada y suave, del capital extranjero. O España tiene que buscar su propio modelo de desarrollo alternativo, productivamente eficiente, económicamente competitivo, y social y ecológicamente sostenible. Orientando nuestro crecimiento económico y nuestro sistema productivo hacia el desarrollo de fuentes de energía renovables alternativas al petróleo, abriéndonos el camino, tomando la delantera y ocupando un papel destacado en uno de los mercados más cualitativos del futuro y por el que inevitablemente están abocadas a transitar todas las economías del planeta. ¿Por qué la estructura productiva de nuestro país tiene que estar dirigida por los intereses de Volkswagen, Renault o Ford, cuya producción además está destinada a una pequeña parte de la población mundial concentrada en el primer y segundo mundos? ¿Quién ha dicho que no poseemos recursos de todo tipo para dirigir nuestra economía hacia una producción orientada a unas demandas y unos mercados que son los que están abriéndose paso, y de forma cada vez más amplia y acelerada, en el mundo? Un mercado de futuro En el terreno de las energías renovables existe un enorme mercado de futuro, que está ahí para quien quiera, sepa o pueda ocuparlo. De la misma forma que entre finales del siglo XIX y principios del XX el petróleo vino a sustituir al carbón como principal fuente de energía, porque el mismo desarrollo de las fuerzas productivas exigía de nuevas fuentes más poderosas y económicas, el mundo vive hoy un período de transición en el que las energías renovables van a ir ocupando el papel que hasta ahora ha jugado el petróleo. Y esto no sólo en los mercados de algunos países desarrollados, sino a nivel global. Y no en un futuro lejano y a largo plazo, sino en el más cercano e inmediato. Optar por este camino, desplegar las potencialidades económicas y productivas del país en esta dirección no excluye, de ninguna manera, el desarrollo de otros sectores, algunos de ellos de tan alta rentabilidad futura como la biomedicina, los nanoconductores y otros muchos. Pero es el mercado de las energías renovables, por su mismo volumen y dimensión, el que tiene la capacidad de articular en torno a él al grueso del tejido productivo nacional, de convertirse en uno de sus centros de gravedad, de actuar como uno de sus motores principales de desarrollo. ¿Está España en condiciones de emprender ese camino? ¿Podemos abordar este reto? Podemos hacerlo porque es una alternativa que está de acuerdo con nuestras capacidades científicas y tecnológicas y de formación y capacitación de nuestros recursos humanos. Podemos hacerlo porque está de acuerdo con los recursos naturales de nuestro país. Podemos hacerlo porque está de acuerdo con las tendencias fundamentales de desarrollo del mundo en esta etapa histórica, en el que los nuevos mercados emergentes como China, India, Brasil,… al incorporar a cientos de millones de nuevos consumidores al mercado, han puesto sobre la mesa el reto de cambiar un modelo insostenible basado en una energía finita, no renovable, cara y medioambientalmente muy costosa. Podemos hacerlo porque está de acuerdo con los intereses de la mayoría de la humanidad y con la salud de nuestro planeta. La misma gravedad de la crisis que atravesamos pone en nuestras manos la oportunidad de emprender otro camino, de cambiar un modelo de desarrollo que, al final, sólo ha traído beneficios sin cuento para unos pocos y crisis y empeoramiento de las condiciones de vida para los más. Cambio que, al mismo tiempo, debe ir acompañado también de una serie de medidas de redistribución de rentas y salarios que disminuyan las abismales diferencias sociales y de una política de ahorro capaz de proporcionar recursos propios a la inversión productiva y la creación de riqueza y empleo que necesita el cambio de modelo de desarrollo. Pero de todo esto, en el debate sobre el estado de la nación no se ha escuchado ni una palabra. El suyo es otro estado, otra nación, otro mundo. Sin ideas ni futuro.

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