Las primeras frases de “El héroe inexistente”, su primer libro, definen el aliento de toda la obra de Ramón Lobo: “Boy murió sin derecho a un nombre, con nueve días de vida, agazapado en una cunita esquinada, en el hospital Connaught, en Freetown, cubierto por ropa de mujer y una toquilla estampada. Para él no hubo medicinas, suero, leche infantil”.
La muerte en la más absoluta soledad de un recién nacido que es la víctima más indefensa define la tragedia de un país, Sierra Leona, sacudido por una sangrienta guerra civil mecida por la intervención de potencias extranjeras.
Ramón nos cuenta su historia, buscando la verdad con una insobornable honradez, pero siempre tomando partido hasta mancharse. Lo hizo hasta el final, firmando el manifiesto “Por la Paz. Fuera tropas rusas. Solidaridad con Ucrania”.
El cáncer se ha llevado a uno de los últimos ejemplos de una estirpe clásica de reporteros y corresponsales de guerra, hechos de una pasta especial, capaces de vivir el horror, contarlo y no ser devorados tras penetrar en la boca del lobo.
Vivió en primera persona las guerras en Irak, Afganistán, Bosnia, Gaza, Chechenia, Sierra Leona, Liberia… Contándonoslo desde un impulso que él mismo define: “emular a los grandes viajeros, cruzar el puente que separa este mundo del otro en crisis permanente, condenado al silencio informativo, a la no noticia”.
“No olvido ni un instante quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos” (Ramón Lobo)
Poner el foco en esas guerras olvidadas, que recorren como un cuchillo el Tercer Mundo, y a cuyos horrores se les aplica la sordina de la “no noticia”.
En la forma en que afrontó su muerte están algunas de las claves para entender la obra de Ramón Lobo. Por la entereza, y el amor por la vida de quien ha vivido tantos océanos de muerte. Y por abordar la verdad de cara, sin eufemismos que la oculten. Exigió que se informara que murió de cáncer, “nada de una larga enfermedad”. Y lo hizo desde una coherencia que guio su vida y su obra: “Si nosotros trabajamos con la verdad, no podemos ocultarla cuando nos afecta, o ir a los sinónimos y buscar fórmulas que nos permitan escapar”.
Desde la convicción profunda de que un corresponsal de guerra no puede ser jamás un testigo aséptico. Tal y como nos planteó Ramón Lobo, “siempre creí que los reporteros éramos buscadores de contextos, de las causas verdaderas que explican lo que sucede en nuestro mundo”. Una información que no se conforma con la compasión pasiva sino que busca ser una herramienta de transformación: “para suprimir los efectos, hay que trabajar sobre las causas. Si no se reescribe la partitura, nunca cambiará la música”.
“Los reporteros somos buscadores de las causas verdaderas que explican lo que sucede” (Ramón Lobo)
Por eso las crónicas de Ramón Lobo desnudaron los crímenes del imperialismo ruso en Chechenia, bárbaro antecedente del horror que hoy sufre Ucrania. Señaló la mano de la intervención francesa tras algunas de las sangrientas contiendas en el corazón de África. Se enfrentó a los desmanes de la superpotencia, recordándonos cómo “EEUU y sus aliados se van de Afganistán, tras veinte años de guerra, sin modificar la vida de sus habitantes. La mayoría siguen atrapados en un ciclo de pobreza, desesperanza y violencia, el mismo que había antes de la llegada de los salvadores”. Y pensó siempre “en los que se ahogan en el Mediterráneo y en el Atlántico, los que nunca alcanzan al sueño americano o mueren en guerras lejanas bajo nuestras bombas made in Occidente”.
Gervasio Sánchez, uno de los reporteros gráficos de referencia en zonas de guerra, nos ha recordado que Ramón Lobo “jamás aceptó presiones” y fue “un periodista que nunca estuvo al lado del poder”. Dedicando a su amigo la mejor despedida: “Puedes irte tranquilo porque has conseguido algo muy difícil: formar parte de la cúpula de la tribu periodística que encabezan Manu Leguineche y Enrique Meneses y entrar en el club ideado por Ryszard Kapuściński, aquel que descartaba a los cínicos porque no sirven para este oficio”.
Y no hay mejor definición de Ramón Lobo que sus propias palabras, en el blog titulado conscientemente “En la boca del lobo”: “Alcanzo la edad de la jubilación en plenitud profesional, la cabeza más o menos en su sitio y sin olvidar ni un instante quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos. No tengo banderas, solo valores y principios”.
Leer a Ramón Lobo
- El héroe inexistente. Los viajes de un corresponsal de guerra al corazón de las tinieblas del fin de siglo. (Aguilar, 1999)
- Isla África. (Seix Barral, 2001)
- Cuadernos de Kabul. Historias de mujeres, hombres y niños atrapados en una guerra. (RBA, 2010)
- El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra. (KO, 2012)
- Todos náufragos. (Ediciones B, 2015)
- El día que murió Kapuściński. (Círculo de Tiza, 2019)
- Las ciudades evanescentes. Miedos, soledades y pandemias en un mundo globalizado. (Península, 2020).
Román Bobo dice:
Este señor seguro que fue un santo antiimperialista, pero yo me acuerdo cuando decía que la OTAN no había bombardeado Yugoslavia y cuando al ver las atrocidades del ejército ucraniano espetaba un «cuidado, que perdemos el relato».
Pues eso, un santo la mayoría de veces, y un mierdas alguna que otra vez. Lo mismo está bien recordar todo.