Entrevista a Javier Marias

“Según me han dicho y yo lo creo…”

Este principio de David Copperfield, que el propio Javier Marías cita, explica el hilo conductor de su obra, Berta Isla; la inquietud que esconden la duda y el secreto.

En esta novela vuelve a escenarios, personajes y temas ya abordados en otras obras, como los secretos, el no llegar nunca a tener certezas, como en Tu rostro mañana. ¿El escritor no puede abandonar jamás sus obsesiones?

Tanto como obsesiones yo no las llamaría nunca, pero digamos que hay cuestiones que a uno le interesan especialmente. No soy un tipo de escritor que ande buscando temas que puedan resultar atractivos literariamente. Suelo escribir de aquello que me inquieta.

Una de las cosas que me ha interesado es la naturaleza del secreto y el hecho de estar abocados a padecerlos y tenerlos. La imposibilidad de saber nada a ciencia cierta, ni siquiera de nosotros mismos. También la traición, que es un tema central en Tu rostro mañana. Saber qué nos va a deparar cada persona cercana en el futuro, hasta qué punto se puede confiar en las personas… quién no conoce casos de verdaderas decepciones, quién no ha dicho alguna vez ‘habría puesto la mano en el fuego por esta persona’ o ‘me habría jugado el cuello a que no haría esto o lo otro’.«Me interesa la naturaleza del secreto»

Son cuestiones que le interesan a cualquier persona en realidad, que son parte de la vida. Me voy ocupando de ello desde diferentes ángulos y matices, y espero no repetirme en exceso. Pero sí, no tengo ningún reparo en tocar temas que ya haya tocado en otras novelas.

El tema de los servicios secretos es recurrente y muy fructífero en su obra…

Solo en Tu rostro mañana. Si uno mira un poco, en ese momento en España, los espías como género literario estaban olvidados. Aunque mis novelas que tratan de espías, no son ‘novelas de espías’, en el sentido de género. Quien espere encontrar aventuras o misiones, se llevará un chasco. Es una profesión que encarna muy bien alguno de los asuntos que le acabo de comentar.

Otra de las razones por las que me atraen es que he visto siempre cierta similitud entre la labor de los espías y la labor del novelista. En cierto sentido, un novelista, sobre todo si es en tercera persona, que hace afirmaciones sobre personajes y situaciones un poco gratuitas, está siempre conjeturando, interpretando y decidiendo sin tener suficientes elementos de juicio para hacerlo, un poco en la manera que lo tiene que hacer un espía.

Le permite sin duda hablar de si se puede estar realmente seguro de algo. ¿Cómo sostener la vida con una viga tan insegura, que hace que nada sea realmente sólido? Piensas que conoces pero no conoces…

Lo que pasa es que la mayor parte de la gente no es consciente de eso. Si se le señala, como hago en la mayor parte de las novelas, probablemente la mayoría se percatarían de que efectivamente es así. Pero no se vive con esa conciencia. Sería un poco difícil sobrellevarla.

He citado en numerosas ocasiones, como ejemplo, el principio de David Copperfield de Dickens, que empieza diciendo: ‘Para dar comienzo a mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho y yo lo creo)’. Cuando se empieza a hablar de uno mismo, lo primero que se suele decir es ‘yo nací en tal sitio o en tal año’, y ese paréntesis que Dickens introduce es muy pertinente. Todos dependemos de lo que nos han contado y de que lo creamos, pero en realidad no tenemos seguridad sobre eso. Hasta en un detalle así dependemos de terceras personas, de lo que se nos ha contado. Pocas cosas sabemos sobre nosotros mismos de primerísima mano. Incluso sobre aquello que ya siendo adultos vivimos, en la medida que en nuestra vida intervienen otras personas. Mientras actúan terceros o segundos, nunca podemos tener la certeza de lo que realmente ocurrió. ¿Por qué se fue al traste este matrimonio?, ¿por qué fracasamos en tal cosa que emprendimos? En el fondo siempre son aproximaciones.«El narrador omnisciente está un poco desprestigiado»

La mayoría de la gente decide contarse su vida de una manera determinada y lo da por bueno. Si uno le llama la atención para decir que en realidad no sabe nada, probablemente me dará la razón, pero la gente normalmente hace caso omiso y se queda con lo que se ha contado a sí misma.

En Berta Isla la voz más poderosa es sin duda la de ella, la que le da originalidad y fuerza al relato. ¿Por qué decides que el narrador principal sea ella, la parte más atractiva, que la mejor parte de la novela la cuente ella?

Tengo la costumbre, creo que desde el año 86, con El hombre sentimental, de utilizar la primera persona. En parte porque resulta más verosímil en una época como la nuestra. El narrador omnisciente está un poco desprestigiado. Es difícil aceptar, en una época tan fragmentada como la nuestra, que alguien sepa todo sobre todo el mundo, que pueda entrar en los dormitorios de la gente.

En Berta Isla empecé en primera persona y me di cuenta enseguida de que iba a ser excesivo mantener las conjeturas en una novela de tanta extensión. Y Berta Isla tiene que hacer conjeturas todo el rato sobre lo que puede estar haciendo o lo que le ha pasado a su marido. Pensé que quizás fuese mejor que las partes que se refieren a Tomás Nevinson, su marido, del que hay mucho que no se sabe, estuvieran en tercera persona. Luego pasé a la primera persona de Berta Isla, y más adelante se vuelve a la tercera.«Los servicios secretos intervienen mucho más de lo que nos suponemos»

Evidentemente, la razón para haber recurrido, por primera vez en más de treinta años, a la tercera es que una novela escrita en primera persona habría dependido demasiado de deducciones, suposiciones y conjeturas. Eso, durante quinientas y pico páginas habría sido muy pesado. No poder contar algunas cosas, de vez en cuando, sin recurrir a esas deducciones.

¿Es el apellido de la protagonista una imagen de esta inseguridad, de esta imposibilidad de saber o de conocer quién es realmente su marido? Porque es una tensión que crece a lo largo de toda la novela.

La verdad es que no. Entiendo que se presta, pero es un apellido relativamente corriente, como creo que se dice en la novela. A veces, cuando elijo los apellidos de los personajes, miro a ver si son demasiado raros o comunes. Eché un vistazo a la vieja guía de Madrid, y vi que había unos cincuenta. Es un apellido, no muy común, pero tampoco muy raro. Y es bonito. Me gusta. Incluso he conocido a un señor Isla.

Luego me di cuenta de que, efectivamente, se puede prestar a una interpretación simbólica. No es así, pero si alguien lo interpreta de ese modo tampoco hay objeción.

Habla de las cloacas del Estado, de los servicios secretos… ¿en qué medida son una herramienta para hablar de lo que nunca se puede llegar a saber, incluso propio de las relaciones personales, y en qué medida le interesan como algo real que interviene en el curso de las cosas en la sociedad?

Yo creo que intervienen mucho en el curso de las cosas, y mucho más de lo que no suponemos, o de lo que estamos dispuestos a admitir. La mayoría de la gente hace caso omiso, a no ser que surja un escándalo determinado, y da por sentado que eso debe existir, y que si son servicios secretos es normal que sea secreto lo que hacen. De vez en cuando surgen protestas: ‘queremos que los servicios secretos sean transparentes’, lo cual es un absurdo. Una de dos, o nos los tenemos, o si los tenemos tienen que ser secretos.

Actúan de manera poco ética en muchas más ocasiones de las que sabemos o de las que, probablemente, estamos dispuestos a imaginarnos. Además, su naturaleza es esa. Creo que la sociedad se comporta hipócritamente cuando, de vez en cuando, pone el grito en el cielo ante el descubrimiento de alguna felonía cometida por gente, que al fin y al cabo, está al servicio del Estado, pero que al mismo tiempo dan por sentado que son útiles y que benefician al conjunto de la población. Lo normal es que nadie se pregunte mucho, en términos generales.

Hay una discusión en la novela, entre Berta Isla y su marido, a raíz de una escena de Enrique V de Shakespeare, en la cual los dos hablan sobre el carácter de ese tipo de actividad. Ella le dice que es una bajeza en sí misma. En el caso de un espía infiltrado, ella le dice que es alguien que se gana la amistad de otros, aunque sean enemigos, con vistas a traicionarlos. No es que surja la traición, sino que el propósito previo es traicionar a alguien con quien se va a hacer amistad. Él le va contestando que siempre lo ha habido, que el Caballo de Troya ya era un engaño. Son dos puntos de vista que pueden aceptarse o estar de acuerdo con uno o con otro.

Desde mi punto de vista son discusiones irresolubles.

¿Cómo ve el momento actual de la literatura? ¿Piensa que mantiene el estatus que tuvo cuando usted empezó o que está en declive?

No estoy muy al tanto de lo que se escribe. Y no leo mucho, porque lo hice durante muchos años, procuré estar al día, pero llega un momento en el que se pierde mucho tiempo. De diez novelas nuevas, a lo mejor vale la pena una. Esto lo deben hacer los críticos y los profesores, pero no tiene por qué hacerlo un escritor.

Ahora, se ha producido un cierto rebajamiento de la función de los novelistas. Me da la sensación de que hay una cantidad tan ingente de novelas de toda índole, que muchos lectores no saben cómo orientarse. Creo que la crítica ha renunciado precisamente a su función orientativa. No ayudan mucho. Y a la crítica más seria, la gente le hace cada vez menos caso. Se ha desprestigiado mucho.

Existe, y hablo en términos generales, la idea de que la literatura está ahí, que sirve de entretenimiento. Pero se ha perdido la idea, insisto en que hay excepciones, de que la literatura nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a conocer al mundo. No solo a conocer una historia que puede ser apasionante mientras la leemos, pero que a veces, nada más terminar el libro, no nos deja ninguna huella. A lo mejor está muy bien escrito, pero una vez terminada la lectura, queda borrado inmediatamente. Eso no sucede con la gran literatura de todos los tiempos. Deja un poso y suele hacer que uno se detenga a pensar, a reflexionar sobre cosas sobre las que no se reflexiona habitualmente. Quizás eso sí se ha perdido un poco.

¿Qué relación tiene con los premios? Ha vuelto a recibir el Premio de la Crítica, 26 años después, ha aparecido varias veces en los posibles Premios Nobel…

No me presento a premios. Lo hice una sola vez en el 86, pero después de eso no lo he vuelto a hacer. Ya solo eso me parece una vanidad.

En los premios que a uno se le conceden, los agradezco mucho, le alegran a uno mucho, le dan un poco de seguridad sobre lo que hace, que yo tengo poca. La única excepción, como sabe, es con los premios de carácter oficial, los que dependen del Ministerio de Cultura de mi país, no los de otro país. Hace unos años me dieron uno en Austria, y como ni vivo ni pago impuestos allí, lo agradecí mucho.

Ahora, en mi propio país prefiero no tener que ver con ese tipo de cosas. Tengo por norma no aceptar nada del Estado, ni siquiera invitaciones del Instituto Cervantes, ni de las universidades estatales. No quiero que nadie pueda decir un día que estoy privilegiado. No creo que el Estado tenga por qué intervenir mucho en esas cosas, pero tampoco me parece mal que la gente los acepte. Simplemente yo prefiero no hacerlo.

Hice una excepción con un premio de la Comunidad de Madrid, porque era mi ciudad, en la que nací, pero hace muchos años de eso. Por lo demás, uno los agradece y se pone contento.

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