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Sánchez recurre a Maquiavelo: el fin justifica los medios

No era un secreto para nadie que el secretario general del PSM se había situado del lado de Susana Díaz y que no desaprovechaba la ocasión para criticar a Sánchez. Como también era una evidencia, en Ferraz desde luego, el desplome de los socialistas en la capital, donde Podemos emergía como el único partido capaz de disputarle la mayoría al PP.

A pesar de todo, Gómez pensaba que aún no estaba todo perdido. Su estrategia consistía en llegar a un pacto antiPP (ya había llegado a un acuerdo con Ciudadanos y esperaba la colaboración de Podemos) que le situara como presidente de consenso en la Comunidad.

Quince días antes del golpe, el secretario general del PSOE le había insistido en la conveniencia de que cediera la candidatura de Madrid, lo que para él era tanto como pedirle que dejara de respirar. No pensaba en otra cosa más que en hacerse con la Presidencia de la Comunidad, anhelo que había llegado a ser casi obsesivo para él.

Gómez ya resistió en una ocasión los embates de Ferraz, que le quiso imponer a Trinidad Jiménez, pero aguantó y ganó las primarias contra todo pronóstico. Desde entonces, el exalcalde de Parla convirtió al partido en un coto cerrado donde ejercía el poder de manera casi despótica. No se había percatado de lo que se tramaba a sus espaldas. Sánchez ya se había puesto en contacto con Rafael Simancas, buen conocedor del PSM, para que capitaneara el Gobierno provisional si es que Gómez no se avenía a razones.

Pero no fue hasta el domingo 8 de febrero cuando Sánchez y un grupo muy reducido de personas decidieron poner en marcha la fase final de la operación para echar a Gómez. Ese día se comunicó a los miembros de la Permanente del Comité Federal la suspensión -sin ninguna razón- de la reunión que debía celebrarse el lunes.

No se podía perder tiempo porque durante esta semana comenzaba en las agrupaciones la designación de candidatos a la Asamblea de Madrid y, naturalmente, los mejor colocados iban a ser los hombres del secretario general, cosa que había que evitar a toda costa.

El candidato de Sánchez, el exministro Ángel Gabilondo, nombre sugerido por el recuperado Alfredo Pérez Rubalcaba y el editor Juan Luis Cebrián, le había hecho llegar que, en ningún caso, él estaba dispuesto a entrar en batallas por el liderazgo. No quería ruido, pretendía que su designación fuera por aclamación. Por tanto, para que Gabilondo diera el sí, había que descabalgar a Gómez.

Gabilondo es un hombre bien visto por la vieja guardia socialista. Exministro de Educación, catedrático, prestigioso intelectual… aunque tampoco levanta pasiones.

Pero eso no importaba demasiado, ya que se trataba de matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, Sánchez lograba el apoyo de un sector todavía muy influyente (el emergente Rubalcaba entre ellos), que aparecería como el Séptimo de Caballería al rescate del secretario general, rodeado por las tribus al mando de Susana Díaz; por otro, con la destitución de Gómez se mandaba un mensaje inequívoco a los rebeldes, que preparaban ya el asalto al poder para después de las municipales y autonómicas.

El lunes la operación se había puesto en marcha. A Gómez se le hizo saber que debía renunciar a la candidatura, lo que éste rechazó de plano.

La Ejecutiva se convocó para el miércoles a las 11 de la mañana. Sánchez citó en Ferraz a Gómez a las 10:15 horas para comunicarle la decisión de apartarle del cargo si insistía en ser candidato. Conociendo el fin de esa cita, Gómez no acudió y ni siquiera se puso al teléfono cuando le llamó el secretario general.

La Ejecutiva se celebró sin la presencia de ningún miembro de la federación andaluza. Susana Díaz no fue informada del golpe. Micaela Navarro, a la sazón presidenta del PSOE, se marchó antes de que comenzara la reunión de la Permanente con lágrimas en los ojos, ante lo que interpretó como una «deslealtad». César Luena, secretario de Organización, explicó como pudo las razones que llevaban a proponer una medida tan drástica como la disolución de la dirección del PSM y la creación de una comisión gestora, al frente de la cual estaría Simancas.

Pedro Zerolo, que llevaba apenas un mes como presidente del PSM (él mismo en su intervención se autodefinió como Pedro el breve), puso objeciones al momento y a la forma elegida para el relevo del cabeza de lista en Madrid. Carmen Chacón también manifestó su desacuerdo.

El jueves, el mismo diario que el pasado domingo había situado al PSOE como tercera fuerza política, llevaba a su portada una encuesta de urgencia según la cual, tras el «golpe de autoridad» de Sánchez, su partido se situaba ya como primera fuerza en Madrid.

Los hay que todavía creen en milagros. Y los hay incluso que piensan que gente como Rubalcaba tienen dotes de prestidigitación política que pueden incluso hacer variar las tendencias más contumaces.

El mayor error de Sánchez sería creer que una estratagema de laboratorio puede arreglar todos sus problemas. Su legitimidad está basada en la fuerza que le dieron los votos en las primarias. Pero ahora, ¿dónde queda la democracia interna?

Sánchez ha tomado una decisión sin precedentes con argumentos (caída en las encuestas, posibilidad de imputación por las irregularidades en el tranvía de Parla…) que no se sostienen. La única opción que le salvaría del desastre es que Gabilondo (si es que finalmente acepta la oferta) saque un resultado digno, lo que significaría quedar, al menos, en segundo puesto. Pero, ¿y si el PSOE queda por detrás del PP y de Podemos? ¿Y si Gabilondo no logra superar los resultados del propio Tomás Gómez? Entonces, el perdedor no sería el catedrático, sino el propio Sánchez. Sólo las personas en una situación acuciante de debilidad son tan temerarias como para jugarse su futuro a una sola carta. Por el momento, lo único que ha logrado es recuperar el apoyo del caído Rubalcaba y una efímera portada tan poco fiable como su nuevo consejero áulico.

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