Ha sido una víctima colateral. Un pianista de «salón» tiroteado por el sheriff a guisa de demostración intimidatoria. No hay nadie en el PSOE que no sepa que el balazo político que ha tumbado esta semana a Tomás Gómez, líder de la federación madrileña y candidato autonómico, iba en realidad dirigido contra Susana Díaz. Un disparo de advertencia efectuado por el secretario general, Pedro Sánchez, para afirmar su cuestionada autoridad en el partido. Un episodio más del pulso de liderazgo que vive la socialdemocracia española en el momento más delicado de su reciente historia.
El partido que más tiempo ha gobernado España desde la Transición, el que diseñó bajo el mandato de Felipe González las bases de la arquitectura política del actual Estado, el que los españoles contemporáneos han identificado históricamente como la organización más parecida a su propio retrato colectivo, atraviesa una crisis letárgica que amenaza su papel estructural en la vida pública nacional. Tres años después del descalabro del zapaterismo, el PSOE no logra superar su debilidad interna ni levantar un nuevo proyecto de mayoría social.
Las expectativas que deberían corresponderle por el desgaste de un PP obligado a gobernar bajo las severas restricciones económicas de un duro ajuste se han disipado en la oleada del desencanto ciudadano por la corrupción y el colapso institucional del sistema bipartidista. Y una fuerza de reciente aparición, capaz de aglutinar el descontento en un frente de rechazo, se siente con fortaleza para arrebatarle el voto útil de la izquierda, el gran pilar sociológico sobre el que se edificó la hegemonía felipista.
Desplome zapateristaEl surgimiento de Podemos ha desestabilizado a un Partido Socialista que no ha encontrado la línea de oposición capaz de sacarle del marasmo en que lo sumergió el desplome zapaterista. La etapa de Pérez Rubalcaba se consumió en una convalecencia quebradiza, una debilidad que ha permitido la irrupción del proyecto radical de Pablo Iglesias con su eficaz y carismática proclama populista. Y ni siquiera la victoria en unas elecciones primarias ha permitido a Pedro Sánchez asentar un nuevo liderazgo con legitimidad unánime.
Falto de arraigo en un partido emocionalmente huérfano, pendiente de articular una imagen antes que un discurso, el secretario general carece de la «auctoritas» interna que pueda permitirle cohesionar la organización. Ayuno de la confianza de los líderes territoriales y la «vieja guardia», bracea en un oleaje agitado por la conspiración de los suyos y el estado de nervios que causa el avance continuo de Podemos, cuyos dirigentes están decididos a convertirse sin tapujos en el eje de la izquierda española.
En este contexto, la destitución fulminante del candidato madrileño aparece como un intento de afianzar la legitimidad del líder mediante un golpe de autoridad ejecutado contra la pieza más débil de entre sus rivales, aunque de gran repercusión por el carácter simbólico de la plaza.
Golpe al susanismoSánchez ha enviado un mensaje a su principal rival, la presidenta de Andalucía, y ese mensaje es el de que no piensa abdicar de su responsabilidad porque se considera respaldado por los votos de la militancia. Un hecho que el «susanismo» no acaba de aceptar por la sencilla razón de que fue la federación andaluza la que le proporcionó la masa crítica necesaria para vencer en el proceso electoral interno. Díaz intentó ser elegida por aclamación y al fracasar en ese empeño no se atrevió a desafiar a Eduardo Madina en unas primarias. Eligió a Sánchez y volcó sobre él su influencia para mandar por persona interpuesta y solventar de forma provisional la crisis hasta que ella pudiese aclarar su propio calendario. Naturalmente, una vez investido por el sufragio directo, el secretario general se siente en condiciones de imponer su propio criterio. No está dispuesto a calentarle el sillón a Díaz y piensa hacer frente a cualquier intento de desestabilización o sabotaje.
Por eso el episodio de Madrid tiene un carácter decisivo en el equilibrio de poder de la organización. Susana Díaz ha ido tejiendo una red de influencias y alianzas basada en un cómputo numérico: Andalucía, Madrid y Valencia suman la mayoría de delegados suficiente para decidir un congreso. Junto al líder de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, el madrileño Gómez y el valenciano Ximo Puig han venido constituyendo el núcleo de poder territorial en que Díaz ha basado su cálculo estratégico. Sánchez lo sabe, e intuye que unos malos resultados en las elecciones locales y autonómicas de mayo podrían precipitar el ataque contra su liderazgo, una ofensiva destinada a impedir las primarias que en julio deben elegir el candidato a la Presidencia del Gobierno. Al desmantelar la dirección de Madrid, ha amputado al susanismo su garantía aritmética de éxito.
Victoria de Susana DíazLa presidenta andaluza ha encajado mal la maniobra. No sólo porque conoce su significado de alcance sino porque entiende que la imagen de conflictividad -«el lío»- perjudica sus expectativas electorales inmediatas. A Sánchez no le gustó el adelanto electoral en Andalucía; lo ha entendido como un movimiento de su rival para despejarse el camino y someterle a él a un análisis comparativo: la previsible victoria de Díaz será el baremo que mida los resultados nacionales de mayo. Ya sucedió en las europeas de 2014, donde la líder andaluza exhibió su ventaja de diez puntos sobre el PP frente al batacazo de Rubalcaba y Elena Valenciano.
El secretario general teme un asalto al poder este mismo verano. Su empeño consiste en resistir hasta las municipales y a partir de ahí iniciar el proceso de primarias, pero también sabe que no podría resistir un mal resultado. En el entorno susanista, sin embargo, manejan otro calendario. Salvo hecatombe general en las municipales, Díaz no atacará de inmediato. Las primarias no le gustan, como a Felipe González; su fuerza está en el peso orgánico. Si se produce un descalabro nacional en mayo, podría forzar un congreso o un comité federal que la proclamase candidata; si no, dejará pasar el tiempo. Su opción en las primarias sería Carmen Chacón, a quien ya apoyó frente a Rubalcaba en enero de 2012. La dirección andaluza sospecha que en cualquier caso el PP volverá a ganar en noviembre y entonces sería el momento de dar el paso. Pero antes Díaz tiene que vencer, y con claridad, en Andalucía, donde va a ser la primera en medirse al desconocido «efecto Podemos»; si algo no le va a perdonar Sánchez es un paso en falso.
Juego de tronosTodos estos «juegos de tronos» esconden, en realidad, la ausencia de una estrategia clara en torno al proyecto socialdemócrata, que el partido ha tratado de reconstruir no sobre un debate de ideas sino sobre una pugna de liderazgo.
Una disputa que ha quedado mal resuelta porque ni Rubalcaba primero ni Sánchez después han satisfecho las esperanzas de una organización en quiebra moral. En ese sentido, el consenso sobre Susana Díaz es claro: criada en el partido como un bebé probeta, tiene «punch» político, empatía social, y representa un eco del felipismo transversal, institucionalista y pragmático. Además conoce el poder, un aspecto que la nueva dirección ignora por su inexperiencia; el «sanchismo» ha surgido de una generación barrida de las instituciones por la catástrofe electoral de 2011.
Como suele comentar José Bono, «aunque no sepas definir el liderazgo, ves a Susana y dices: esa es un líder». Lo mismo piensa Zapatero -«ha nacido para llevar el maillot amarillo»-y el propio Felipe González, a quien Díaz sedujo con desparpajo y audacia después de que recibiese su irrupción con comentarios displicentes y despectivos.
Muchos dirigentes socialistas ven a González detrás de la estrategia de la presidenta andaluza. Una línea institucionalista y de defensa del bipartidismo que identifica en Podemos el enemigo esencial: a Felipe nunca le gustó que hubiese nada significativo a la izquierda del PSOE, al que concebía como un all catch party, una fuerza hegemónica de amplio espectro.
La vieja guardia socialista, biográfica, intelectual y sentimentalmente vinculada al gonzalismo, contempla con desagrado los titubeos de Sánchez respecto al nuevo partido radical-populista, al que a veces ataca y en otras ocasiones parece estarle ofreciendo la mano. El actual líder defiende la prioridad de una mayoría natural de izquierdas, aunque se presenta como cabeza de un proyecto bussiness friendly, una socialdemocracia moderna, frente al carácter anticapitalista de Pablo Iglesias. Pero se sabe muy solo ante las baronías territoriales y vigilado por los sectores influyentes del partido. La entrevista, a sus espaldas, de Zapatero, Bono y García Page con Pablo Iglesias la consideró una maniobra desleal más allá de una falta de respeto.
Especialistas en enredosEn la actualidad, sólo el extremeño Guillermo Fernández Vara y el asturiano Javier Fernández respaldan abiertamente al secretario general. «Por la estabilidad del partido; si nosotros no se la damos, ¿quién lo va a hacer?», señala Vara. La paradoja es que ambos fueron los principales apoyos del rival de Sánchez en las primarias, Eduardo Madina. Quien pese a su carácter introvertido tampoco desperdicia oportunidad de ahorrarle una crítica. «Somos especialistas en el enredo», admite Antonio Miguel Carmona, el candidato a la alcaldía de Madrid, sacudido por la tormenta de esta semana. Un enredo en el que los partidarios de Gómez creen ver también la mano oculta -a través de sus contactos en la unidad policial de delitos económicos- del antiguo brujo de todas las conspiraciones: Alfredo Pérez Rubalcaba.
En este fragor cainita y fulanista, las expectativas electorales son inciertas fuera de Andalucía. En Cataluña y el País Vasco los socialistas van a disputarse con el PP una posición de absoluta irrelevancia: quinta o sexta fuerza parlamentaria. En Madrid, los sondeos arrojaban cifras alarmantes para un Tomás Gómez ampliamente sobrepasado por un Podemos sin candidato. En Valencia hay más esperanzas, pero a Ximo Puig sólo lo salvará la posibilidad de un pacto multipartito -con Podemos, Compromís y otras fuerzas de izquierda- que pueda darle la Presidencia autonómica.
Si no lo logra, los partidarios de Sánchez lo señalan como la próxima pieza a abatir para desarmar a Susana Díaz. El líder federal confía en que la convocatoria de mayo le servirá para recuperar poder territorial ante la falta de mayorías absolutas del PP. Eso puede dar la apariencia de un avance estructural del partido, pero sus críticos le esperan con una tabla estadística sin dobleces: la suma de votos totales en España. Y la van a comparar con los del PP, con los de Podemos/Ganemos… y con los del propio PSOE en Andalucía.
Inestable posiciónAl fondo de los avatares electorales está, sin embargo, la identidad del viejo partido, su inestable posición como referencia política actualmente amenazada de irrelevancia en contraste con la creciente pujanza de Podemos. «Nos hemos perdido ideológica y políticamente», ha escrito Nicolás Redondo Terreros, referencia del moderantismo centrista del partido. «Hemos querido ser a la vez del 15-M sin bajar del coche oficial, republicanos y monárquicos, autonomistas y federalistas. Y no se puede ser todo a la vez durante mucho tiempo».
Como Bono y otros antiguos dirigentes ahora alejados de la primera línea, Redondo aboga por una refundación de principios que resitúe al partido con una definición de carácter nacional en la órbita de reformismo institucional de centro izquierda. «Si jugamos a Podemos, gana Podemos». Y las encuestas dicen que va ganando: supera al PSOE en intención decidida de voto y en fidelidad de sus electores.
También, y es importante, en dinamismo sociológico: los votantes socialistas son más mayores y tienen menos estudios e influencia económica. Podemos vence en los segmentos de cuadros medios, con más estudios y más jóvenes. No tiene concreción pero tiene un discurso: dadme vuestro cabreo y os daré una esperanza. El PSOE, abrasado en una perpetua hoguera de nervios, conjuras, rivalidades e inseguridad, sólo ofrece las brasas de duda en las que se está consumiendo. Y tiros al pianista.