Salarios, contratos y despidos dialogados

«Tras dos años mirando cómo los indicadores económicos (inversión, consumo, producción y empleo) se desplomaban sin buscar soluciones negociadas responsables, los sindicatos, la patronal y el Gobierno se han convencido ya de que hay que hacer algo».

Esta negociación, en la que el Gobierno debe tomar artido en vez de anunciar de antemano que no abaratará el despido, debe acompañarse por unas cuantas medidas más de suavización de costes laborales, sean cuotas o remuneraciones, porque históricamente se demuestra que cada vez que se opera una reducción del factor trabajo, España genera más empleo. (CINCO DÍAS) EL PAÍS.- Ante el anuncio de Google de que podría abandonar el mercado chino por los ciberataques que padecen sus servicios, y por tanto sus usuarios, y que no piensa someterse a la censura local, el Gobierno de este país ha replicado que las compañías que operan en su territorio deben someterse a las leyes locales. Es un desafío mutuo de una enorme dimensión cuyo final y consecuencias son muy difíciles de adelantar. EL PERIÓDICO.- La recuperación del papel chino en el mundo encuentra una elocuente expresión en las reuniones que sus dirigentes han mantenido con la totalidad de los gobernantes africanos. Primero fue la cumbre que tuvo lugar en Pekín en el 2008. Y, hace algunas semanas, la que se celebró en África. ¿Podría alguien imaginar a algún dirigente europeo, o americano, convocando a todas las naciones africanas? El éxito de su política exterior se basa en una larga historia de relaciones comerciales, muy alejada de las que practicó el colonialismo occidental en su día Editorial. Cinco Días Salarios, contratos y despidos dialogados Tras dos años mirando cómo los indicadores económicos (inversión, consumo, producción y empleo) se desplomaban sin buscar soluciones negociadas responsables, los sindicatos, la patronal y el Gobierno se han convencido ya de que "hay que hacer algo". La presión creciente de una situación en la que casi 4,5 millones de personas quieren trabajar y no encuentran dónde, lo que supone nada menos que una de cada cinco, pero casi una de cada dos si nos centramos en el colectivo de los menores de 30 años, ha llevado a los responsables de conducir las relaciones laborales y al Ejecutivo a la conclusión de que "no se puede seguir sin hacer nada". Por ello, tras el estrepitoso fracaso de julio, en el que el Gobierno planteaba un acuerdo desequilibrado que no resolvía otra cosa que aliviar la situación de los desempleados, pero que evitaba meter la mano en las reformas que precisa la economía, se ha reactivado el deseo de un acuerdo. El Gobierno da por bueno que no habrá vuelta a las tasas de desempleo de antes de la crisis en al menos cinco años, pero los especialistas retrasan a diez años ese umbral temporal, siempre y cuando se hagan unas cuantas reformas que aquí hemos citado varias veces. La disolución como si de un azucarillo en un café caliente se tratase de dos millones de puestos de trabajo en menos de dos años obliga a repensar el sistema productivo. Pero obliga también a una revisión de la estructura formativa de los españoles, así como de los costes de la actividad en todos los sectores si se quieren rescatar los niveles de competitividad que se han perdido, y que pueden deteriorarse más con la fuerte competencia en la generación de bienes y servicios de los países emergentes. Los contenidos que se discutirán en las mesas de diálogo social son una parte importante de la solución, aunque no toda. Bien harían los negociadores en someter a revisión todo el sistema de costes laborales, cualquiera que sea su naturaleza (fiscal, salarial, indemnizatorio, burocrático, de protección) para establecer un modelo laboral más adaptado a la realidad, que combatiese las altas tasas de desempleo y que enterrase la decepcionante dualidad que ha estratificado a la fuerza laboral. Ayer, Fedea presentó una propuesta en tal sentido, que básicamente había sido defendida ya por el manifiesto que un centenar de economistas habían puesto en circulación hace ahora un año, y que suscribió, entre otros, José Manuel Campa, que hoy dirige la política económica. Sustituir el selvático sistema de contratos existente, con diferentes indemnizaciones, que mantiene despidos caros en una gran franja de las plantillas y despidos casi gratis en otra parte creciente y que afecta sobre todo a los jóvenes, por un contrato único y nuevo, con una indemnización creciente en función de la antigüedad. Doce días por año con un año de permanencia en la empresa, y creciente hasta 36 días por año con doce de antigüedad o más, que contribuiría a estimular la presencia en la empresa y a arraigar la formación. No es una fórmula mágica, aunque aparentemente abarate la indemnización; pero debe ser considerada, porque la actual podría estar agotada, y estar sirviendo de obstáculo a la contratación, sino ahora, sí cuando el crecimiento demande más empleo. Pero esta negociación, en la que el Gobierno debe tomar partido en vez de anunciar de antemano que no abaratará el despido, debe acompañarse por unas cuantas medidas más de suavización de costes laborales, sean cuotas o remuneraciones, porque históricamente se demuestra que cada vez que se opera una reducción del factor trabajo, España genera más empleo. Esta reforma no admite demora, aunque llevará su tiempo de maduración. Pero no resiste mucha dilación la determinación de las marcas que guíen la negociación de los convenios de este año y los siguientes. Las empresas no están mejor que hace un año, ni en financiación ni en ventas. Y precisan de un control estricto de todos sus costes, y desde luego del salarial. Para ello, sindicatos y patronal tienen bastante avanzado un pacto de control de salarios para tres años, en el que los sindicatos negocian compensaciones en materia de empleo. ¿Qué es control salarial? El secretario de Estado de Economía apuntó ayer a subidas de rentas similares al IPC pasado (0,8%) como la mejor referencia. CINCO DÍAS. 15-1-2010 Editorial. El País Peligra la aldea global Ante el anuncio de Google de que podría abandonar el mercado chino por los ciberataques que padecen sus servicios, y por tanto sus usuarios, y que no piensa someterse a la censura local, el Gobierno de este país ha replicado que las compañías que operan en su territorio deben someterse a las leyes locales. Es un desafío mutuo de una enorme dimensión cuyo final y consecuencias son muy difíciles de adelantar. De entrada, el reto de Google compromete al Gobierno chino, que hasta ahora ha desoído los lamentos sociales y diplomáticos por su férrea censura de Internet. Un país que aspira a incorporarse a la modernidad no puede aislarse de la Red, pero sin lugar a dudas existen tentaciones políticas de hacerlo y construir una triste muralla digital. China mantiene unas brutales restricciones en la Red y a la libertad de acción de las empresas que quieren trabajar en su territorio. Y hasta ahora lo ha hecho confiando en que nadie renunciaría a un mercado emergente con 350 millones de internautas. Y era verdad. Grandes multinacionales como Microsoft o Yahoo! se han plegado a sus dictados y Google lo ha estado haciendo desde que abrió en 2006 su buscador en chino. ¿Por qué ahora Google dice basta? Los analistas más maliciosos, particularmente chinos, lo atribuyen a que ha fracasado en su intento de desbancar al buscador doméstico, Baidu, que lidera el mundo de las búsquedas. Pero es demasiado simple pensar que una potencia empresarial como Google renuncia a un mercado tan apetitoso porque no ha alcanzado sus expectativas de negocio. No está claro en qué medida el Gobierno norteamericano, que tiene una larga agenda de desencuentros con su homólogo chino, que van desde la política ambiental a las normas comerciales, ha sido advertido claramente por Google no ya de su amenaza sino de la convicción con que quiere sostenerla. Si se tratara de una operación pactada políticamente no se explicaría que no se hubiera implicado a otras multinacionales norteamericanas con los mismos problemas aunque con menor resistencia comercial. Si Google abandonara China sería una tragedia civil para sus ciudadanos, pues perderían una ventana al mundo global, aunque se trate de una ventana vigilada. Indudablemente, la sospecha más que verosímil de que las autoridades chinas husmean los servicios de Google con intención política o de espionaje industrial coloca a la firma en una delicada posición ante sus clientes occidentales, temerosos de emplear una plataforma tan frágil en un momento donde el futuro se llama computación en la nube, es decir, que los datos no se albergan en los ordenadores propios sino en servidores de empresas que han de garantizar su hermetismo frente a terceros. Esta misma semana, Google ha reforzado el cifrado de su servicio de correo en línea. Estamos ante un horizonte crítico, en el que el peligro de un retroceso a épocas feudales acecha a la soñada aldea global. EL PAÍS. 15-1-2010 Opinión. El Periódico La China emergente y la UE Josep Oliver Alonso Hace unos días, se conocía una nueva marca, y van ya unas cuantas en los últimos años, de la economía china: en el 2009 se han vendido más de 13 millones de vehículos, superando, por vez primera en la historia, a EEUU como primer consumidor mundial. China nos tiene ya acostumbrados a sus estratosféricas conquistas. El tren más veloz del mundo, la construcción de la red ferroviaria de alta velocidad más larga del planeta, el diseño y construcción de una red de autopistas que equivale a la de EEUU en los años 50 de la mano de Eisenhower… Un sinfín de récords, entre los que quizá el más relevante es que acaba de superar a Alemania como primer exportador mundial, al tiempo que ya se sitúa muy cerca de Japón, a punto para superar la segunda economía del planeta. Este formidable avance recuerda los momentos de optimismo histórico de EEUU en el cambio del siglo XIX al XX y que les llevó en 1929, en menos de un año, a construir el Empire State Building. Pero tiene diferencias culturales y políticas notables, entre las que destaca que, para China, no se trata de emerger como potencia mundial. Por el contrario, China regresa a un estatus de gran potencia que ya tuvo no hace tanto tiempo. Un filósofo norteamericano ha argumentado, con razón, que el reequilibrio económico mundial, la modificación del centro de gravedad desde el Atlántico al este del Pacífico no es más que el retorno, el eterno retorno, hacia el orden natural anterior. China y también la India concentraron, hasta la revolución industrial del siglo XVIII, la mayoría de la población y de la actividad económica mundial. Y ahora no hacen más que retornar al lugar que siempre les ha correspondido, y que les fue sustraído por la expansión europea. La recuperación del papel chino en el mundo encuentra una elocuente expresión en las reuniones que sus dirigentes han mantenido con la totalidad de los gobernantes africanos. Primero fue la cumbre que tuvo lugar en Pekín en el 2008. Y, hace algunas semanas, la que se celebró en África. ¿Podría alguien imaginar a algún dirigente europeo, o americano, convocando a todas las naciones africanas? El éxito de su política exterior se basa en una larga historia de relaciones comerciales, muy alejada de las que practicó el colonialismo occidental en su día. Y para muestra, un botón. Cuando en 1421, el emperador Zhu Di inauguró los trabajos de reconstrucción de Pekín como capital del imperio fue acompañado en la celebración, que duró ¡dos años!, por representantes de la mayoría de los países bañados por el océano Índico y el Pacífico, desde Arabia y el estrecho de Ormuz a la costa este africana, y desde Calcuta a Sri Lanka, Java, Borneo y Vietnam. 1421 es también el año en el que una gran flota zarpó para extender la influencia comercial china a todo el globo, cartografiando el planeta, y dando origen, así parece, a los mapas que permitieron los viajes de Colón y Magallanes, como describe Menzies en su documentado trabajo 1421, The year China discovered the world. China ha regresado. Y este regreso va a tener mayores consecuencias a medida que su poder económico se asiente. Zhou Xiaochuan, el gobernador del Banco Popular de China, ha dibujado, como una alternativa deseable en el medio plazo, una nueva estrategia globalizadora, una globalización a la china. Ello implica plantearse muy seriamente inversiones en países en desarrollo para facilitar su industrialización y aumentar su consumo, y su demanda de productos chinos. La posición de África en este contexto aparece como especialmente relevante para China en un horizonte de precios al alza de la energía, por su proximidad a los mercados de destino europeos. Finalmente, las recientes conversaciones entre EEUU y China, el G-2, como se ha denominado, parecen haber dejado un tanto de lado al emergente G-20, que ha lidiado con la crisis, y también a la Unión Europea. Al mismo tiempo, el resultado de la cumbre del clima de Copenhague, donde China y otros países emergentes han estado marcando la pauta, apunta hacia un nuevo, pero distinto, paso en la globalización. La visión de un Obama al que los dignatarios de China, Rusia, Brasil, la India y África del Sur tuvieron que hacer un hueco en su mesa de negociación dice más de las transformaciones ya operadas en la globalización mundial que cualquier estadística. Y nuestra querida Europa, ¿dónde queda en este nuevo orden? Desgraciadamente, pese a los innegables avances, los pequeños pero poderosos intereses nacionales siguen bloqueando las necesarias reformas, como se ha puesto de manifiesto con el nombramiento de su presidente permanente y su ministro de Asuntos Exteriores. Decía hace unas semanas, desde estas páginas, que las élites tienden a ser incapaces de comprender los cambios que afectan su status quo. Las europeas, mal que nos pese, no son una excepción a esta regla. Esperemos, porque nos conviene, que el despertar del gigante chino nos obligue a dar un salto de escala en la construcción europea. O eso, o lo que viene. EL PERIÓDICO. 14-1-2010

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