Elecciones USA

Revolcón a Obama

Dos años justos después de su triunfal elección, y de las enormes expectativas levantadas con sus promesas de cambio, Obama ha sufrido un auténtico «revolcón» en las urnas, que han resucitado a un enérgico Partido Republicano dispuesto a cambiar sustancialmente la agenda del presidente.

Aunque no es infrecuente que las elecciones de medio mandato resulten un toque de atención al residente de turno (a Reagan, a Clinton o a Bush ya les ocurrió), lo sucedido el pasado 2 de noviembre en EEUU no se ha limitado, esta vez, a ser un mero "aviso". La "paliza" recibida por Obama (por utilizar la expresión que el mismo empleó la noche de la derrota electoral) va a ir probablemente más allá de un mero "recordatorio" o "advertencia"; y es que ha estado a punto de ser una catástrofe irreversible. La Cámara de Representantes ha sufrido el mayor vuelco electoral de los últimos cincuenta años: de tener una mayoría demócrata de más de 75 escaños, ha pasado a tener una mayoría republicana de cerca de 50. De los 37 gobernadores puestos en juego, los republicanos han conseguido vencer en 23 Estados. Y en el Senado, donde se renovaban 37 escaños, el resultado ha sido similar. Que el naufragio general no se pueda calificar como catástrofe definitiva se debe a que, por el momento, Obama ha conseguido salvar por la mínima la mayoría demócrata en el Senado (51 senadores de 100) y a que ha conservado la mayoría en dos de los estados claves de EEUU: California y Nueva York. Sin ellos, Obama podría calificarse ya de algo peor que "pato cojo": un auténtico cadáver político. La hondura de la derrota (causada tanto por la desafección del electorado demócrata, sobre todo de los jóvenes, desencantados de su gestión, como por la activa movilización de las bases republicanas, aupadas en el desencanto de la gente ante la falta de soluciones eficaces a la crisis), ha llevado ya a Obama a reconocer que "tendrá que cambiar" y que tendrá que escuchar y negociar con "la nueva mayoría". Si su "cambio" ya había sido timorato, el "cambio del cambio" puede acabar siendo la nada absoluta. Incluso las tímidas reformas emprendidas (como la de la sanidad) pueden acabar cayendo, en aras del consenso y de salvar su presidencia de un bloqueo absoluto. La amplitud de la victoria republicana, por otra parte, plantea una serie de interrogantes de enorme calado. La tentación de colocar como objetivo prioritario del partido la "destrucción de Obama" y la aniquilación de todas sus perspectivas de reelección, va a ser muy grande, sobre todo por el nuevo empuje que dentro de sus filas van a tener los elementos del Tea Party, que ha logrado obtener nada menos que seis senadores y una veintena de congresistas. Si esa línea triunfa, y los republicanos se dedican ante todo a bloquear la acción presidencial y dinamitar su figura política, quedan por delante dos años de borrascosas tormentas políticas y disputas a cara de perro, que –en los momentos de incertidumbre y declive en que vive el país, tanto por la crisis económica como por el desafío chino- pueden acabar pasándole una factura incalculable. La brecha que divide a la clase dominante norteamericana puede hacerse aún más profunda y llevar los antagonismos hasta situaciones de enorme tensión. Las luchas intestinas podrían llevar a paralizar el país, y bloquear tanto la acción interior como la exterior. El coste de ese bloqueo en una coyuntura como la actual puede ser realmente exorbitante, en términos de la parálisis de las medidas para frenar la crisis y el declive económico, y, aún más, de retroceso exterior ante el empuje de China y del resto de potencias emergentes. Unos exultantes líderes del Partido Republicano, encabezados por el congresista John Boehner, artífice de la eficaz campaña de bloqueo a Obama incluso en minoría en el Congreso, han subrayado ya que "el pueblo norteamericano ha pedido un cambio de rumbo", y han definido su nueva mayoría como "la voz del pueblo americano, que habla claro y alto". Boehner se manifestó dispuesto a colaborar con Obama, pero siempre y cuando el presidente "asuma la agenda" de la nueva mayoría, empezando por la derogación de la reforma sanitaria, a la que calificó de "monstruosidad". Limitar los gastos de la administración, restringir la intervención del Estado y dar mayor libertad a las empresas, son otros tantos ingredientes de esa "agenda", que Obama tendrá -según ellos- que acabar negociando y asumiendo. La magnitud de la derrota de Obama, por otra parte, inevitablemente reabre el debate crucial sobre el futuro de la superpotencia americana. Obama representa -en la línea de Clinton y del Partido Demócrata- una línea de "repliegue ordenado" de EEUU en un mundo en el que sencillamente ya no puede gobernarlo todo ni imponer su criterio en todas partes, garantizándose, eso sí, el seguir siendo el "primus inter pares", es decir, conservando el liderazgo en un mundo multipolar, un liderazgo en cierta forma consensuado y admitido por el resto de grandes potencias(y en última instancia avalado por su abrumadora supremacía militar). Esta línea corresponde, por un lado, a la pérdida de peso objetivo de EEUU en el mundo (su PIB ya es sólo el 23% del PIB mundial), a la existencia real de un mundo multipolar, con polos tan fuertes y definidos como China, y, por otro lado, al estrepitoso fracaso de los intentos de la línea Bush de imponer "manu militari" una hegemonía indiscutida en el mundo. Esta línea, que fue la línea del Partido Republicano, quedó enterrada en Irak, en la crisis de las "sub prime" y en las urnas norteamericanas, que entronizaron a Obama. Ahora, las trompetas del Partido Republicano vuelven a sonar y a reclamar el regreso a una política de fuerza. La idea de que "Obama ha claudicado" y "está traicionando al país" han calado fuertemente en la sociedad americana. Esto es un hándicap más a la hora de aplicar la política de "repliegue ordenado, conservando el liderazgo" preconizada por Obama. Se plantea así un dilema que inevitablemente va a llevar a confrontaciones cada vez más agudas en los círculos de poder de EEUU. Es una pugna que, por otra parte, no ha podido evitar ningún imperio en declive. Y ahora más que nunca esa pugna se va a poner a la orden del día en un Washington que huele a tormentas, ciclones y terremotos. ¿Qué hará Obama ante este dilema: hacer valer su poder presidencial y la lógica de que su postura es lo mejor para EEUU hoy por hoy o, como Carter, acabará siendo un presidente fantasma cuya administración, en sus años finales, ejecutaba ya la política de un Reagan que estaba llamando a las puertas? La diferencia es que, hoy por hoy, los republicanos no tienen aún un Reagan a las puerta

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