Amy Winehouse

Rebeldí­a fuera de compás

Amy Winehouse vivió la esencia del soul, del estallido musical y social del alma negra, pero en un tiempo equivocado, en el que el futuro está ligado a la decadencia de un suburbio londinense. Amy se rebeló fuera de tiempo y ahora nadie entiende su desaparición. Tanto como el papel de su música.

Amy nunca se rodeó de un movimiento que la emujara, ni que enmarcara su música en una razón social. Su meta no pudo ser más que los sueños de su barrio, Southgate, un suburbio de Londres. Así que su vida, vaciada de éxito, fue la de unos cuantos miles de jóvenes que nunca se sintieron hippies, ni rebeldes, ni revolucionarios. El éxito en este caso parece haber potenciado los efectos de las malas elecciones. Amy ha recibido el apelativo de “la nueva alma de la Motown”, pero quizás la mejor comparación sea la de Janis Joplin, no solo por blanca, por el soul o la muerte a los 27 años, sino por el desgarro. Janis lo vociferaba, Amy lo convirtió en contradicción. En una de sus canciones canta “¿Quién necesita el amor cuando un corazón roto suena tan sangrientamente bien?”. Pues eso. Dos almas opuestas Sin haberla conocido uno podría imaginarse, por lo que se escucha, a una artista enfundada en cuero y arrastrándose con distorsiones punks, atacada de cigarrillos, porros y vete a saber cuántas cosas más. Pero cuando Amy salía al escenario lucía vestiditos grises o pastel al estilo de los años 50, mezclando con soltura soul, jazz y blues. Rodeada de un coro de “negros” soulmans de traje impecable, Amy encandilaba con una extraña timidez que centraba en un pequeño juego con sus dedos, como preocupada por pasar desapercibida. Escucharla hablar fuera de los escenarios era destruir en mil pedazos esta atmósfera, y temerla, cuando no para lamentarse. Sus letras susurraban la tragedia, pero sin pelos en la lengua. Cantaba para los perdedores, los desahuciados, los que lo habían perdido todo y no tenían esperanza de recuperarlo. Y lo hacía con un extraño orgullo rebelde, queriendo destruirse para fastidiar al mundo. Una vez dijo que lo que más le había enseñado la vida, a sus 24 años, era a tener cuidado con lo que se deseaba porque se podía hacer realidad. A Amy le desgarraban dos fuerzas en direcciones totalmente opuestas. Quizá por eso cantaba con una fuerza gigantesca, pero sin encontrar el sentido, como si tuviera el alma en la punta de los dedos pero nunca la alcanzase. Le poseyó el soul, en una vida sin él. Y esa fue su perdición. La música del alma negra, honda y desgarrada de pena por la libertad, los sueños rotos y la alegría de inventarlos nuevos. Una hija de los suburbios londinenses que sintió la profundidad y las letras que arrastraron a toda una generación a querer transformar el mundo para acabar siendo aplastados por el gigante, y ver a sus líderes asesinados. El alma perdida Tras la II Guerra Mundial la música de los suburbios y los barrios obreros norteamericanos evoluciona en contacto con sonidos europeos hasta las primeras notas del soul de la mano de Sam Cooke, James Brown, y las violaciones gospel de Ray Charles, como les gustaría escuchar a sus detractores de la época. Las lucha civiles y el contexto creado por figuras como Martin Luther King impulsan el soul hasta el puesto que ocupa hoy en día, en sus nódulos fundamentales. Su máximo apogeo fue con Aretha Franklin y la reivindicación de los derechos raciales. Tras la decadencia del movimiento, el soul se alejó definitivamente de sus orígenes gospel para mezclarse en multitud de variantes musicales. Delicias cogidas una a una, pero sin fuerza social que las respalde. Entender la música al margen del contexto social es como amar a una persona al margen de quién es, aunque no se pueda explicar con palabras. El alma musical de Amy jamás encontró la fuente de vida, porque el mundo a su alrededor ya no se la podía proporcionar. Hasta en los pequeños gestos parecía querer forzar la historia. Y en eso, salvando las distancias, recuerda el empeño estético de Michael Jackson. Solo que Jackson empujaba hacia delante, y Amy hacia atrás. “Suena afroamericana, pero es judía británica. Parece sexy, pero no juega a eso. Es joven, pero suena vieja. Canta con sofisticación, pero es vulgar hablando. Su música es melosa, pero sus letras son desagradables”, son palabras del crítico Garry Mulholland, que definen muy bien la piel, aunque solo la piel, de esta lucha desgarradora. Su look siempre estuvo marcado por sus peinados, su maquillaje y un fondo de armario que acompañaba el sorprendente contralto que dibujaba. Un peinado cardado a lo alto, al más puro estilo años 50, decorado siempre con motivos florales, diademas y pañuelos, una felina línea de ojos que llevó hasta el extremo, al estilo de los 60, y unas zapatillas de bailarina de obvio desplante a los glamourosos tacones, fueron señas de identidad que diseñadores como Karl Lagerfeld, Chanel, o Fred Perry quisieron llevar a colección. Siempre hacia atrás. La pequeña Amy Winehouse nació al norte de Londres el 14 de septiembre de 1984, en el seno de una familia judía en la que el jazz y la música popular eran alimento diario. Sinatra, Bennett, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Nina Simone y Billie Holiday fueron sus primeras fuentes de inspiración gracias a su padre, y a una familia muy ligada al mundo de la música. The Marvelettes y The Supremes, Diana Ross y Aretha Franklin se mezclaban en su casa con variadas influencias como las de los Selecter, los Specials y The Beat. Su abuelo paterno fue Ronnie Scott, leyenda del jazz británico de los 40, sus tíos son músicos profesionales de jazz, y en su casa sonaban permanentemente los discos de lo mejor del soul. Mientras estudiaba en el Ashmore School, con sólo 10 años fundó una banda llamada Sweet ´n´ Sour. A los 12 fue expulsada de la Sylvia Young Theatre School por “no aplicarse” y agujerearse la nariz. Un año después sus padres le regalan la primera guitarra y empieza a componer Desde muy joven comienza a frecuentar los pequeños pubs londinenses, en concreto, los cercanos al mercado de Camden Town donde un amigo le da su demo a un productor. El feliz resultado fue un contrato con la discográfica Island/Universal a los 16 años. Sólo 36 meses bastaron para que comenzara una breve pero brillante carrera profesional. En 2003 debuta con Frank, álbum con el que vendió 1.500.000 copias, obtuvo un disco de platino, fue nominada a los Premios Mercury y ganó un Ivor Novello en 2004 por el single Stronger than me. Tres nominaciones a los MTV Video Music Awards, un disco platino en Estados Unidos (Back to black vendió más de 10.000.000 de copias) y seis premios Grammy, convirtieron su segundo y último disco en un éxito pese a ser muy criticado por la fuerza sin norte de la que hablábamos más arriba. Rebelde sin compás Como decíamos al principio quizás su inmadurez fue un añadido al coctel de la fama a la hora de digerir que era ¡la responsable de resucitar el soul!, como si las esperanzas de dos generaciones, y sus muertos, recayeran sobre sus espaldas. O sencillamente su carrera fue el cruce de dos fuerzas incontrolables, la del pasado y la del ningún futuro. Una rebelde que no supo coger el compás. Nadie debe dudar de que tarde o temprano hubiera domesticado el tempo, ganando libertad y ofreciendo una genialidad muy, muy superior. Pero esto son solo palabras, porque ahora debemos conservarlo todo en un frasco y esperar que su perfume no desaparezca. Que alguien lo esencie, por favor.

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