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Rajoy se juega la estabilidad de su gobierno, Rubalcaba, el cargo

Para Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba las elecciones europeas han sido un enojoso trámite que en clave interna ponen a prueba la capacidad del primero para remontar la cosecha de impopularidad recogida en dos años de recortes y subidas de impuestos, y la del segundo su fortaleza para seguir al frente del PSOE. El presidente del Gobierno se juega en las urnas la estabilidad del Ejecutivo ante el tercio de legislatura que le queda por delante; el jefe de la oposición, ese título y el control de su partido. Si el PP pierde, aunque sea por la mínima, a Rajoy le queda el recurso de la crisis en su gabinete. A Rubalcaba, ni eso.

Las apelaciones al voto del miedo con que los verdaderos protagonistas de la campaña, Rajoy y Rubalcaba, cerraron el viernes sus mini-mítines son sinceros: expresan sus propios miedos. El presidente del Gobierno esgrimió los datos de la recuperación económica y llamó a los suyos a votar porque una victoria del PSOE supondría un serio revés para sus planes de ajustes y reformas, que todavía quedan. En el PP consideran que no hay mejor resorte para movilizar a su electorado más fiel que recordar los desmanes de los socialistas de Zapatero ante la crisis económica.

El secretario general previno a la izquierda y pidió auxilio en forma de papeletas a “los progresistas” para impedir que una nueva victoria del PP despeje el camino a “la derecha” en el resto de la legislatura. Es el discurso visto y repetido con el que PSOE se daba por seguro perdedor desde antes de que se convocaran los comicios, por eso probaron luego con los mensajes proaborto y el feminismo. No iban bien, pero el doble fiasco de Miguel Arias Cañete –el del debate en TVE ante Elena Valenciano y el de la explicación del día siguiente sobre la superioridad intelectual- fue explotado hasta la saciedad. Cogieron moral y hasta en los datos internos del PP reapareció la sombra del “el empate técnico”, el mismo resultado de los sondeos de febrero.

A la espera de lo que dictaminen en las urnas los 36,5 millones de ciudadanos llamados a votar, en las direcciones de los dos grandes partidos trabajan con la premisa de que hoy se dilucida bastante más que el reparto de los 54 eurodiputados españoles en la Eurocámara. Los resultados tendrán consecuencias internas. El PP ha asimilado la doctrina de su jefe de apostar todo, la hegemonía electoral del partido por delante, a la carta de la recuperación económica. Lo entienden porque Mariano Rajoy se encontró en diciembre de 2011 un Estado al borde de la quiebra.

Pero dentro de un año llegan las elecciones municipales y autonómicas (donde se juegan miles de cargos, no 20 o 21 como hoy) y ansían que con los datos de la recuperación económica lleguen los de la remontada electoral: unos resultados que permitan atisbar al menos que sus electores están dispuestos a perdonar en mayo de 2015 las medidas impopulares tomadas en lo que va de legislatura. Eso significa ganar, al menos por un escaño.

Arriola y Floriano, en el punto de mira de los críticos

Pase lo que pase, en el PP nadie reprochará a Rajoy que eligiera a Arias Cañete candidato porque a todos les pareció, incluido José María Aznar, el candidato perfecto. Pero otra cosa es la campaña, abrumadora a la hora de la presencia directa de dirigentes, ministros y candidatos en cada rincón de España, pero cuestionada en la relación con los medios. De nuevo hay mar de fondo sobre el papel del asesor áulico Pedro Arriola. Y en algunos sectores, por la falta de reflejos y los nervios posteriores al debate en TVE, se señalaba al responsable primero de la campaña, Carlos Floriano.

“Si no metemos la pata en la campaña, las elecciones están ganadas aunque por poco y porque el PSOE sigue muy mal”. Esa era la frase más repetida en el Gobierno y en la dirección del PP antes de Semana Santa, cuando Rajoy ya dejaba claro que apuraría hasta el final para desvelar el nombre de su cabeza de lista para el 25-M. Lanzado después Miguel Arias Cañete, a todo el partido le pareció una jugada maestra el retraso en la decisión de su jefe y, además, que había dejado en fuera de juego a Elena Valenciano con su empeño de dedicar la precampaña a combatir el proyecto de reforma de la ley del aborto de Alberto Ruiz-Gallardón.

El debate fue la metedura de pata que dejó en tablas la campaña aunque, según los sondeos internos del PP, a los seis días los populares volvían a sacar casi tres puntos al PSOE. Sostenían que el empeño socialista en centrar la campaña en desprestigiar al exministro por “machista” y difundir la idea de que podían ganar empezaba a movilizar más al electorado propio.

El futuro de Arias Cañete como comisario estaba escrito, y con Angela Merkel, antes de que Rajoy le comunicara que se tenía que presentar a las elecciones. En el PP confían en que los socialistas no persigan la pieza hasta el examen que la Comisión hace de sus futuros miembros, al menos si pierden las elecciones.

Crisis de Gobierno para el verano, si hay derrota

Una derrota de los populares sería de Rajoy en persona y en ese caso en su partido dan por hecho que tendría que empezar a mover el Gobierno inmediatamente, incluso antes del verano, para prescindir de los ministros más impopulares y dar un golpe de timón con un gabinete “más político”. Esas especulaciones rebrotaron en las filas del PP después del fiasco del debate en TVE para diluirse con los sondeos de los últimos días. Al cierre de la campaña daban otra vez por hecho que llegarían a los 20, o incluso 21 eurodiputados; sólo 2 o 3 menos que en 2009.

En el PSOE, sin embargo, la campaña empezó con el miedo a una derrota severa, por más de cuatro o cinco puntos, que obligara a Rubalcaba a dimitir o maniobrar con un adelanto de las primarias para elegir a un candidato a la Presidencia del Gobierno que, de hecho, abreviaría el mandato del secretario general. Luego, la revelación de Valenciano en TVE y el mensaje de que la cosa estaba muy ajustada, tapó esas inquietudes. La victoria daría alas a Rubalcaba para llegar hasta el final de la legislatura al frente del PSOE. Si pierde por la mínima, un escaño, tendrá algún margen de maniobra con el argumento de que progresa adecuadamente en el objetivo de recortar la ventaja con el PP. Es el resultado previsto y deseado en La Moncloa: ganar los comicios pero que Rubalcaba se salve con una derrota honrosa.

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