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¿Quién teme al soldado Madina?

“A veces miramos hacia atrás y nos sorprende descubrir que nadie nos sigue”, reflexionaba Matteo Renzi en su emotiva intervención ante el Senado italiano del pasado 24 de febrero, “y no reparamos en que no nos sigue nadie porque todos nos han sobrepasado”. Algo de eso les ha ocurrido a los dos partidos hegemónicos españoles, que la noche del 25 de mayo pasado despertaron de un sopor de décadas para comprobar que entre ambos habían perdido más de 5 millones de votos, mientras a su alrededor surgían de la nada alternativas como la de Podemos, montadas en unas pocas semanas con dos palos y un sombrajo. Un escalofrío recorre España desde aquel día. No es una revolución, pero de alguna forma se le parece. Es la advertencia de que hasta aquí llegó la marea, a este muelle vino a atracar exhausta la vieja gabarra de la Transición cargada de ilusiones perdidas, necesitada de un alicatado hasta el techo, pidiendo a gritos un tiempo nuevo. Apenas ocho días después, Su Majestad el Rey expedía el certificado de defunción de toda una época anunciando su abdicación al trono de España.

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Cuando, tras los fastos del próximo jueves, el nuevo rey Felipe VI eche la vista en derredor se quedará asustado al comprobar que la viga maestra, la columna vertebral capaz de soportar los rigores de su reinado, está formada por dos partidos afectados por arterioesclerosis múltiple: el uno, el del Gobierno, liderado por el atroz inmovilismo de un hombre que ha decidido hacer oídos sordos al mensaje que el 25 de mayo le enviaron esos 2,5 millones largos de votos que decidieron quedarse en casa, y que, en consecuencia, ha optado por jugárselo todo a la carta de la recuperación económica como bálsamo de fierabrás capaz de acabar de golpe con los problemas del país. El otro, el de la oposición, convertido en un partido que navega a la deriva, víctima de una crisis que parece terminal; una nave de cuya cubierta salta cada día algún alto cargo en un espectacular sálvese quien pueda.

El martes 10 la lideresa andaluza anunciaba su decisión de no concurrir a la secretaría general, dispuesta a guarecerse en su fortín sevillano hasta que pase la tormenta, y al día siguiente era Pere Navarro, primer secretario del PSC, el que hacía mutis por el foro. Es el drama de un partido que con Rodríguez Zapatero resolvió de la peor manera posible su crisis de liderazgo y que ahora, lejos del poder, se encuentra con las alforjas vacías, sin la cesta de un Poder desde el que se reparten cargos, puestos, dádivas, incluso promesas. El problema del socialismo hispano, con todo, es bastante más grave, y se resume en el hecho de que, a pesar de estar en la oposición, su descomposición es más rápida que la del partido del Gobierno, un fenómeno sin parangón en la Europa de la crisis donde, como regla general, los partidos opositores han vuelto al poder que pierden los Gobiernos obligados a meter la tijera de los ajustes del gasto. El fantasma del PSI italiano de Bettino Craxi, y más recientemente el drama del PASOK griego, capaz de pasar del 46% del voto a apenas el 6% en una sola legislatura, empieza a gravitar sobre el PSOE y sobre la estabilidad del edificio institucional español como algo más que una lejana amenaza.

El desconcierto recorre las filas de la rosa. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué hemos hecho mal? Casi todo. Las bases socialistas, que llevan siete años soportando el coste de una crisis que parece no tener fin, están hartas de aguantar la radical inmoralidad que subyace entre la retórica, entre los discursos de sus líderes, y la realidad de las políticas practicadas por esos mismos líderes, dispuestos a prestar su ayuda al saneamiento de un sistema bancario que se ha comido más de 60.000 millones de euros públicos, al tiempo que asisten indiferentes a recortes, desahucios y desgracias mil. Líderes de quita y pon que, en el esquema de las puertas giratorias, inauguran con Zapatero la temporada de rebajas del Estado del bienestar para luego instalarse cómodamente en el Consejo de Estado (Zapatero), la eléctrica Endesa (Elena Salgado) y la multinacional Enel (Pedro Solbes), por no hablar del gran Felipe González, piedra angular hoy del establishment patrio, influyente entre los influyentes, confesor del rey padre y asesor del futuro rey hijo, refugiado en Gas Natural entre otros empleos.

La farsa de un discurso falsamente radical

El socialismo de base ha descubierto la farsa que se esconde tras el discurso radical con el que Rubalcaba suele enmascarar su respaldo al statu quo cuando, desde la tribuna del Congreso, se encara teatral con Rajoy y le espeta, “nosotros no somos iguales, ustedes son de derechas” y “vamos a imponer una tasa a los bancos”, y “vamos a exigir la revisión del Concordato” y “vamos a…”, una legión de “vamos a” que, una vez apeado de la tribuna, se transforman en raudas llamadas a Emilio Botín para tranquilizarle, y tranquilizar también a Rouco y a quien sea menester…Por la brecha entre el dicho y el hecho, por la quebrada de las promesas incumplidas se han despeñado las esperanzas de mucha gente, ha desaparecido la casa embargada por el banco, el trabajo perdido, la beca denegada. El votante socialista, además, ha percibido la esencia de un partido comprometido con el mantenimiento de un sistema que se niega a las reformas, que parece sentirse cómodo, al menos indiferente, con la pésima calidad de nuestra democracia, y que, atrincherado en Ferraz, ha terminado por amoldarse a las gabelas que proporciona su condición de primer partido de la oposición.

En el fondo es la misma protesta, con escasos matices, que hoy subyace en cientos de miles, quizá millones de votantes del centro derecha liberal, de esa derecha urbana que no se siente representada por un partido conservador a ultranza como el que hoy encarna el PP de Mariano Rajoy, un partido que al mismo tiempo es capaz de desplegar políticas fiscales de corte socialdemócrata con las que achicharrar a esa misma clase media, gente de bien que decide quedarse en casa en lugar de ir a votar, gente a la que solo un cambio radical en la cúpula, casi una revolución, conseguirá movilizar para las próximas citas electorales, gente, en fin, desde otra óptica ideológica, que está también desencantada, frustrada, cabreada con un partido y unos liderazgos de casino de provincias refractarios a los cambios sociales, que hoy no representan a la España abierta dispuesta a comerse el mundo. En realidad esta es la verdadera crisis del sistema: que ni PP ni PSOE representan hoy a una mayoría de españoles. Este es el edificio cuya reconstrucción debería preocupar a nuestras élites y, desde luego, al nuevo monarca.

La peculiaridad, en el caso del PSOE, es que a su lado ha surgido alguien dispuesto a canalizar los miedos y angustias de esa sociedad castigada. La gente que no encuentra soluciones en casa, las busca en la de al lado. Y las encuentra en Podemos. Una de las conclusiones más llamativas a que han llegado algunos estudios sociológicos es que los seguidores de Pablo Iglesias se parecen más a los del PSOE que a los de IU. Imaginando un abanico entre el 1 (extrema izquierda) y el 10 (extrema derecha), resulta que la media de la población española está instalada en el 4,6, mientras el electorado de Podemos se sitúa en el 3,7, que es exactamente donde se ubica el del PSOE. La conclusión es que el partido de Iglesias ha metido la caña en el vaso electoral del PSOE y está sorbiendo a tope, amenazando con dejar vacío el continente socialista. El fantasma del PASOK ataca de nuevo.

Una pelea entre el Obama español y el chico de Rubalcaba

Contra semejante fantasma trataran de luchar los candidatos a la secretaria general del PSOE el próximo 13 de julio, eligiendo entre el economista Pedro Sánchez, un guaperas con sangre en las venas, una especie de Obama instalado en una socialdemocracia tranquila, que podría hacer de nuevo realidad el milagro del outsider que termina quedándose con el santo y la limosna, y el ya famoso Eduardo Madina, el niño malo que tanto miedo, tanto tiempo, ha metido en el cuerpo a los poderosos, que veían en él una reedición de Zapatero pero en peor. Al final se ha sabido que Madina es simplemente el tapado de Rubalcaba, un chico al maneja con facilidad Elena Valenciano y queha sucumbido ya a los encantos del establishment patrio acudiendo a cenas con los Príncipes y con destacados patronos del Ibex 35, de modo que hoy es un tipo muy razonable, razón de más para que la “nueva política” y la “democracia radical” que antaño predicaba tengan que esperar a mejor ocasión. ¿Quién teme al soldado Madina?

Ni PSOE ni PP lograran evitar el naufragio si no acometen cambios en profundidad. La gente está harta de aguantar golferías. La gente normal quiere vivir en un país normal donde el tipo de roba prevaliéndose de su cargo vaya a dar con sus huesos en la cárcel. El español de a pie está cansado de oír que las Cajas rescatadas, a las que habría que haber dejado quebrar, van a seguir dando pérdidas sine die. La gente está harta de sobresueldos, corruptelas, enchufes, harta del mamoneo entre políticos y financieros, de confusión entre lo público y lo privado, de sometimiento de la Justicia a los amos del sistema, de “blindajes totales” como el que ahora se busca para el dimisionario Rey, un saco en el que también se quiere meter a la Reina para disimular Un hartazgo que es imposible camuflar con mil campañas de lavado de imagen como el que estos días soportan los españoles. Hartos de inmovilismo, el gran pecado del PP de Mariano Rajoy. La gente no quiere discursos; quiere hechos, demanda cambios, pide reformas. “Si los reformistas no hacen las reformas, vendrán a hacerlas los populistas”, dice Renzi. La cosa es sencilla: los españoles no se han vuelto locos, no se han convertido al lelinismo de la noche a la mañana. Simplemente quieren vivir en un país decente. Que no es poco.

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