Uno de los analistas más rigurosos y creíbles del mundo islámico ha sido el palestino Edward Said, profesor de la Columbia University de Nueva York, que falleció hace ya unos años. Tuve la oportunidad de asistir a muchas de sus conferencias y leí gran parte de sus libros, que aconsejo sistemáticamente a mis estudiantes para que aprendan sobre un tema de gran importancia y relevancia: la evolución de la cultura musulmana. España es, por cierto, parte de esta historia. En contra de la imagen frecuentemente presentada por el nacionalcatolicismo todavía imperante en España, esta cultura musulmana benefició enormemente a España, habiendo introducido muchos elementos positivos en la cultura ibérica, desde la explotación agrícola a las áreas de medicina y del conocimiento en general.
Uno de los hechos más característicos de nuestros tiempos es el reciente radicalismo existente en grandes sectores del mundo musulmán. Y para entenderlo deberíamos conocer cómo y dónde se originó este radicalismo imbuido de un fundamentalismo religioso. Muchos de estos movimientos surgieron de países que fueron colonias de imperios radicados en su mayoría en Europa. E incluso cuando estos países no fueron colonia, estuvieron claramente dominados por países basados en sistemas imperiales europeos.
En todos ellos –fueran o no colonias- aparecieron, después de la II Guerra Mundial, fuerzas progresistas que representaron una amenaza para los intereses económicos y políticos que sostenían las estructuras de poder existentes en tales países. Fueron precisamente aquellos grupos que se beneficiaban de esas estructuras los que establecieron y apoyaron a los islamistas radicales, todos ellos fundamentalistas religiosos, que se opusieron por todos los medios a las fuerzas progresistas (la mayoría laicas) que querían transformar aquellas sociedades musulmanas. El caso de Al Qaeda es un claro ejemplo. No se conoce suficientemente que Osama bin Laden fue en sus inicios financiado por Arabia Saudí (uno de los regímenes más oprimentes existentes hoy en el mundo), y por la CIA de EEUU, para oponerse a las reformas lideradas por el Partido Comunista Afgano. Y todavía hoy Arabia Saudí y Qatar (promovido en la camiseta del Barça), así como otros países del Golfo Pérsico, son los que ayudan financieramente a la rama del islam conocida por wahabismo, una de las sectas más fundamentalistas y beligerantes del islamismo. Sin dicha ayuda y la ayuda en aquellos momentos de los gobiernos británico, francés y estadounidense, estos movimientos profundamente antisocialistas no hubieran alcanzado su actual extensión. Incluso el Estado Islámico (EI) fue financiado en sus principios por EEUU, Reino Unido y Francia, además de Arabia Saudí y Qatar, que continúan financiándolos.
El desconocido caso de Indonesia
Otro caso menos conocido es lo que ha ocurrido en el país musulmán más poblado del mundo: Indonesia. En este país surgió uno de los movimientos más progresistas en el mundo islámico, liderado por el Presidente Sukarno. Ayudó a establecer el movimiento internacional de Países No Alineados (en colaboración con el presidente Nehru de la India). Los gobiernos de Australia, Reino Unido, Francia o EEUU, entre otros, se movilizaron para pararlo y destruirlo, junto con los grupos islámicos más reaccionarios en aquel país, que fueron financiados por todas las fuerzas que se opusieron al gobierno progresista. En el año 1965 tuvo lugar un golpe militar, al que apoyaron todas aquellas fuerzas reaccionarias, imponiendo uno de los regímenes más represivos que se hayan conocido en aquel continente, dirigido por el general Suharto. Se calcula que entre 500.000 y un millón de personas fueron asesinadas. Como bien ha dicho uno de los intelectuales musulmanes mas respetados hoy, Ziauddin Sardar, “no es que el imperialismo occidental se aliara con las facciones más radicales y fundamentalistas. En realidad, las establecieron”. De todo esto el lector ha leído muy poco o nada (para mayor expansión, ver Andre Vltchek, “Who Should be Blamed for Muslim Terrorism?”, CounterPunch, January 9-11,2015).
Otro silencio: la movilización francesa a raíz de Charlie Hebdo
La impresionante movilización en Francia a raíz de la protesta frente a los asesinatos de los humoristas de la revista Charlie Hebdo se ha presentado también de una manera sesgada y parcial. La justa y necesaria protesta que ha habido en Francia ha sido en defensa de la libertad de expresión, que se confunde frecuentemente con la defensa y apoyo de la postura profundamente ofensiva hacia el mundo musulmán que ha aparecido en tal semanario. En realidad, cualquier persona demócrata debería considerarse ofendida por un tratamiento tan insultante hacia una minoría profundamente discriminada en Francia. La función histórica de las revistas satíricas ha sido ridiculizar al poder, no a los oprimidos o excluidos, como es hoy la población musulmana en Francia. La caricatura de Mahoma era antimusulmana, antimujer y anti Estado del Bienestar (ridiculizando los programas de asistencia pública a las personas excluidas y a las mujeres embarazadas musulmanas en Francia), repugnante en extremo. Decir esto no es, como la derecha maliciosamente intentará tergiversar, justificar el horrible asesinato, que merece todo tipo de condena.
Pero hay también que denunciar la enorme hipocresía del establishment mediático y político europeo, incluyendo el francés. La supuesta defensa de la libertad de expresión es limitadísima e inexistente no solo en Francia, sino también en los países que estaban representados en las manifestaciones por sus dirigentes, como es el caso de España (en la que el gobierno del Sr. Rajoy había llevado a los tribunales a un humorista español por ridiculizar al partido gobernante, el PP, hacía solo un par de semanas).
En la misma Francia parece haberse olvidado la enorme represión que tuvo lugar durante la guerra de Argelia, cuando en una manifestación de 30.000 ciudadanos franceses de ciudadanía argelina en octubre de 1961, miles de ellos (10.000) fueron detenidos en las calles de París, y cerca de 200 fueron asesinados. Y en Francia, dicha libertad de expresión es también limitada cuando las autoridades consideran que un mensaje publicitado puede crear disturbios, lo cual ha ocurrido frecuentemente en movimientos ciudadanos en protesta por los ataques del gobierno de Israel a la población palestina (como sucedió durante las masacres llevadas a cabo por las fuerzas armadas israelíes en la Franja de Gaza). Y la lista es enorme. Y no digamos aquí, en España, donde la represión ha alcanzado unos niveles nunca antes vistos durante el periodo democrático.
Dos últimas observaciones. Una es que las fuerzas que han apoyado con mayor contundencia las movilizaciones en contra de los asesinatos han sido las derechas. En España, El País, bajo la dirección del Sr. Antonio Caño, una persona profundamente conservadora, ha presentado tales manifestaciones como una victoria frente al radicalismo musulmán (ver “La interpretación neoliberal de EEUU que aparece en los medios españoles: el caso el corresponsal de El País en Washington”. El Viejo Topo, diciembre de 2011). La realidad, sin embargo, muestra lo contrario. Dichas movilizaciones, que atemorizaron a la población musulmana en Francia, fueron una gran victoria para los radicales musulmanes, que deseaban el enfrentamiento de las dos comunidades, de manera que ellos pudieran presentarse como los héroes en defensa del Islam. Y así ha ocurrido. Por todas partes en el mundo musulmán ha habido manifestaciones contra Francia y contra el mundo occidental, y a favor de los “mártires”. Y a eso le llaman victoria. En lugar de aislar a los radicales dentro del mundo musulmán, les han dado la oportunidad de presentarlos como sus defensores.
Una segunda observación. Hay pruebas más que suficientes para ver que las posturas defendidas por los establishments europeos sobre el mundo musulmán están profundamente equivocadas. Como bien ha indicado el periodista que, a mi parecer, conoce mejor el mundo musulmán, Patrick Cockburn, hoy el EI y otros movimientos radicales no tendrían la fuerza que tienen si no hubiera sido por las intervenciones occidentales, incluyendo las europeas, en Irak, en Libia y en Siria, intervenciones que crearon, además de un vacío de poder, las condiciones para que estas fuerzas crecieran y se expandieran.