¿Qué mercados financieros?

«¿Qué quiere decir «los mercados financieros»? En teorí­a, los mercados son procesos de libre comercio entre agentes financieros que obtienen beneficios para compensar sus riesgos, pues se asume que existen riesgos en tales mercados. Pero tal retórica no define la realidad, pues tales entidades -los bancos- operan dentro de ámbitos e instituciones enormemente proteccionistas de sus intereses, en los que el riesgo, en general, brilla por su ausencia. En realidad, los mal llamados mercados tienen muy poco de mercado. Son bancos con mucho beneficio y poco riesgo.»

La mal llamada “ayuda” del FMI-EU (de 750.000 millones de euros) a los aíses con dificultades no es una ayuda a las poblaciones de aquellos países, sino a los bancos (y muy en especial a los alemanes y franceses) para asegurarles que los estados les pagarán las deudas con los intereses confiscatorios que han exigido. En realidad, si los mercados financieros fueran mercados de verdad los bancos tendrían que absorber sus pérdidas en inversiones financieras fallidas. Si el Gobierno de Grecia, por ejemplo, fuera a la bancarrota, la banca alemana tendría que absorber las pérdidas de haber tomado la decisión de comprar bonos del Estado griego (PUBLICO) EL PAÍS.- Lula se ha colado en un escenario reservado hasta ayer a las viejas superpotencias. Esta actitud responde a una política internacional de cuño realista, que está guiada sobre todo por los intereses de Brasil como potencia americana con vocación global. Es un envite que compite directamente con los europeos, cuya nutrida presencia en las instituciones internacionales, además de acentuar su cacofonía y su capacidad divisiva, no hace más que subrayar la senectud de una arquitectura internacional que se mantiene casi intacta desde que terminó la última guerra mundial hace 65 años. ABC.- Hasta hace un mes, los multimillonarios Planes «E» de obras locales eran imprescindibles, pero ahora se anuncia una especie de «ley seca» a la economía española, castigada con menos poder adquisitivo por el recorte de salarios y pensiones, con la retracción del consumo que provocará el aumento del IVA y con el cierre de la inversión productiva en infraestructuras. Sin embargo, ahí siguen miles de contratados a dedo en las administraciones públicas y ministerios irrelevantes para el interés general. Opinión. Público ¿Qué mercados financieros? Vicenç Navarro El lenguaje que se utiliza para explicar la crisis es un lenguaje que aparenta ser neutro, meramente técnico, cuando, en realidad, es profundamente político. Así, se nos dice que los “mercados financieros” están forzando a los países de la Unión Europea y, muy en especial, a los países mediterráneos –Grecia, Portugal y España– e Irlanda, a seguir políticas de gran austeridad, reduciendo sus déficits y deudas públicas, con el fin de recuperar la confianza de los mercados, condición necesaria para alcanzar la recuperación económica. Como dijo hace unos días Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo (BCE): “La condición para la recuperación económica es la disciplina fiscal, sin la cual los mercados financieros no certifican la credibilidad de los estados” (Financial Times, 15-05-10). La realidad, sin embargo, es muy distinta. Estas medidas de austeridad, promovidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por la Unión Europea (UE), están creando un gran deterioro de la calidad de vida de las clases populares, pues están afectando negativamente su protección social y están destruyendo empleo, dificultando su recuperación económica. Así ha ocurrido en Lituania, donde su PIB ha disminuido un 17% y su desempleo ha alcanzado el 22% de la población activa. Una situación semejante ocurrirá en los países citados anteriormente. Parecería, pues, que son los mercados financieros los que están imponiendo estas políticas a los gobiernos. Ahora bien, ¿qué quiere decir “los mercados financieros”? En teoría, en la dogmática liberal que domina los establishments europeos (el Consejo Europeo, el BCE y la Comisión Europea, así como en los gobiernos de la mayoría de los países de la UE), los mercados son procesos de libre comercio entre agentes financieros –los bancos– que obtienen beneficios para compensar sus riesgos, pues se asume que existen riesgos en tales mercados. Pero tal retórica no define la realidad, pues tales entidades –los bancos– operan dentro de ámbitos e instituciones enormemente proteccionistas de sus intereses, en los que el riesgo, en general, brilla por su ausencia. En realidad, los mal llamados mercados tienen muy poco de mercado. Son bancos con mucho beneficio y poco riesgo. Y lo que está ocurriendo muestra la certeza de este diagnóstico. En EEUU, donde existe amplio consenso sobre el hecho de que la crisis financiera fue iniciada por los comportamientos de Wall Street, la crisis bancaria fue resuelta con la aportación a los bancos de casi un billón de dólares pagados por el Estado, que benefició enormemente a los banqueros y a sus accionistas, consiguiendo incluso más beneficios de los que tenían antes de la crisis. La obscenidad de tales beneficios y las prácticas deshonestas y criminales de los banqueros (causantes de la crisis) explica su enorme impopularidad y la de tales medidas, que no repercutieron favorablemente sobre la población que vio cómo sus estándares de vida disminuyeron debido a la crisis provocada por los bancos. No fueron los mercados, sino los bancos y sus políticos en el Congreso (con nombres y apellidos conocidos) y en las administraciones Clinton, Bush y Obama (también con nombres y apellidos conocidos), los que crearon la crisis, salvaron a los bancos y ahora llaman a la austeridad. Una situación casi idéntica está ocurriendo en la UE. Los comportamientos especulativos de la banca europea fueron consecuencia de decisiones políticas que desregularon la banca, decisiones que se tomaron especialmente, no sólo en Wall Street, sino también en los centros financieros, principalmente la City de Londres y en Fráncfort, consecuencia de la enorme influencia de la banca sobre los gobiernos británico y alemán. La mal llamada “ayuda” del FMI-EU (de 750.000 millones de euros) a los países con dificultades no es una ayuda a las poblaciones de aquellos países, sino a los bancos (y muy en especial a los alemanes y franceses) para asegurarles que los estados les pagarán las deudas con los intereses confiscatorios que han exigido. En realidad, si los mercados financieros fueran mercados de verdad (y, por lo tanto, hubiera competitividad y riesgo en su comportamiento), los bancos tendrían que absorber sus pérdidas en inversiones financieras fallidas. Si el Gobierno de Grecia, por ejemplo, fuera a la bancarrota, la banca alemana tendría que absorber las pérdidas de haber tomado la decisión de comprar bonos del Estado griego. Ahora bien, esto no ocurre en los mal llamados mercados financieros debido a que hay toda una serie de instituciones que protegen a los bancos. Y la más importante es el FMI, que presta dinero a los estados para que los pague a los bancos. De ahí que, como en EEUU, los bancos nunca pierden. Las que pierden son las clases populares, pues el FMI exige a los gobiernos que extraigan el dinero para pagar a los bancos de los servicios públicos de tales clases populares. Lo que el FMI hace es la transferencia de fondos de las clases populares a los bancos. Esto es lo que se llama “conseguir la credibilidad de los estados frente a los mercados”. Estas transferencias, sin embargo, además de ser profundamente injustas, son enormemente ineficientes. El fracaso de las políticas de austeridad propuestas por el FMI en los países en crisis es bien conocido, lo que explica el descrédito de tal institución. El FMI, desde la época Reagan, es la organización financiera que ha impuesto más sacrificios a las clases populares de los países que han recibido “su ayuda”, con resultados económicos altamente negativos, tal como ha denunciado correctamente Joseph Stiglitz. No son los mercados, sino los intereses bancarios y sus aliados –entre los que destacan el FMI y el BCE– los que están imponiendo estos sacrificios. Al menos, llamemos a los culpables por su nombre. PÚBLICO. 20-5-2010 Opinión. El País Goles que marcará Brasil Lluis Bassets El balón es el símbolo obligado del encumbramiento de Brasil como superpotencia. Su brillante tradición deportiva obliga a evaluar en términos futbolísticos sus crecientes éxitos económicos y diplomáticos. Así lo ha hecho el ministro de Exteriores, Celso Amorim, a la hora de calificar el acuerdo obtenido por su presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, junto al primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y al presidente Mahmud Ahmadinejad, sobre el programa iraní de enriquecimiento de uranio: "Brasil sólo ha colocado la pelota en el área". Muchas son las interpretaciones suscitadas por este compromiso tripartito, que sigue los pasos del último intento pilotado desde Naciones Unidas para evitar que el programa iraní desemboque en la fabricación del arma nuclear; y por el que Teherán se compromete a entregar a Turquía 1.200 kilos de uranio poco enriquecido, de los que devolverá a los iraníes una décima parte, a su vez enriquecida al 20% para uso médico. Desde Washington puede verse como una jugada de los nuevos países emergentes para cerrar el paso a la cuarta serie de sanciones económicas que Estados Unidos estaba preparando y que presentó el martes, pocas horas después de la firma a tres en Teherán. Desde Israel, donde su Gobierno desconfía de las sanciones ante un régimen al que considera una amenaza existencial, cabe considerarlo como una bofetada a Obama, que carga de razón a quienes todo lo fían a la destrucción por medios militares de las instalaciones nucleares iraníes. Desde Europa sólo puede interpretarse como lo que es en cualquiera de los casos: ese balón que sitúa a Brasil en mitad del escenario y desaloja en cambio a quienes tuvieron el máximo protagonismo en los últimos años, tanto a través del llamado Grupo 5+1 (los cinco del Consejo de Seguridad, de los que dos son europeos: Francia y Reino Unido, más Alemania) como del Alto Representante de la UE, Javier Solana, a quien los Seis delegaron el grueso de la negociación, cosa que no han hecho con su sucesora, Catherine Ashton. Los intereses de Turquía y su premier desembocan directamente en la región a la que Lula ha viajado en dos ocasiones en los tres últimos meses. Están en juego las relaciones de vecindad y el liderazgo regional, aunque también cuenta la competencia con Rusia. Para Brasil, en cambio, todo se juega en la mejora del estatuto internacional del gran país sudamericano. Lula se ha colado en un escenario reservado hasta ayer a las viejas superpotencias por la misma infalible regla de tres con que su país se incorporó al G-20 a la hora de enfrentarse con la crisis financiera, o entró en la cocina decisiva de la Cumbre de Copenhague sobre cambio climático. Esta actitud responde a una política internacional de cuño realista, que está guiada sobre todo por los intereses de Brasil como potencia americana con vocación global. Es un envite que compite directamente con los europeos, cuya nutrida presencia en las instituciones internacionales, además de acentuar su cacofonía y su capacidad divisiva, no hace más que subrayar la senectud de una arquitectura internacional que se mantiene casi intacta desde que terminó la última guerra mundial hace 65 años. Lula ha desplegado siempre una gran actividad internacional. Pero este año 2010, el último de su presidencia, ha registrado un salto cualitativo, marcado por dos desplazamientos al exterior que indican como las sondas la profundidad de la vocación de Brasil. El primero le llevó en marzo pasado a Oriente Próximo, zona geográfica que jamás había ocupado a presidente brasileño alguno. El segundo le ha conducido ahora hasta Teherán y le ha proporcionado el raro privilegio de entrevistarse con el Guía Supremo de la Revolución, el ayatolá Alí Jamenei, algo que sólo está al alcance de una nómina muy restringida de mandatarios extranjeros. Con su imagen de bonhomía proletaria y su enorme prestigio, Lula está actuando como un cohete propulsor de Brasil en la nueva etapa geopolítica multipolar. Está bien claro que, como parte de su legado político, quiere dejar a Brasil situado en lo más alto posible de la escena internacional y especialmente bien colocado en sus apuestas institucionales. De ahí que quiera jugar un papel en el proceso de paz en Oriente Próximo y ahora en un conflicto como el que mantiene Occidente con Irán, vinculado directamente a la política de no proliferación. Lula ha centrado el balón, que está ahora dentro del área. Pero serán sus sucesores quienes deberán empezar a meter los goles como en los mejores tiempos de la selección amarilla. EL PAÍS. 20-5-2010 Editorial. ABC Un gobierno sin palabras EL anuncio de una nueva subida de impuestos, esta vez para «los que realmente tienen más», es el último golpe de efecto del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, para amortiguar el malestar de la opinión pública por el recorte de gastos sociales y salarios públicos. Hace una semana anunció estas medidas como consecuencia de las presiones internacionales. Nada dijo de subir impuestos, aunque estaba sobreentendido que podría haber una vuelta de tuerca fiscal en cualquier momento, porque el déficit público es crítico y porque no es posible fiarse de este Gobierno. De hecho, la subida fiscal anunciada por Zapatero desautoriza sin paliativos a la ministra de Economía, Elena Salgado. Un país en crisis extrema, cuyo Gobierno anuncia unas medidas duras e impopulares, no puede permitirse la frivolidad de no contar en el Gobierno con un equipo económico que transmita un mínimo de seguridad y profesionalidad. La gestión de esta crisis se ha convertido en un mano a mano de Zapatero y José Blanco, con una traducción política evidente a efectos internos del PSOE y de la propia jerarquía en el seno del Gobierno. La subida de impuestos «a los que más tienen» no pasa de ser una soflama de movilización de la izquierda. Si ayer era necesaria, también lo era el miércoles de la semana pasada, cuando Zapatero decidió que, por fin, había crisis en España y que había que hacer algo distinto a gastar dinero público a manos llenas. Es una soflama porque no se sabe quiénes son los que, a juicio de Zapatero, «más tienen», ni cómo va a aumentar su carga fiscal, ni desde cuándo. Incógnitas para sembrar más inquietud e inseguridad, mientras la Bolsa sigue cayendo y la colocación de la deuda pública española flaquea ostensiblemente, y dando muestras de que el Gobierno socialista es incapaz de abordar con rigor la gravedad de la situación. Mientras esta ceremonia de confusión sobre el aumento fiscal se desarrollaba, José Blanco explicaba en el Congreso el recorte de inversiones en obra pública. Hasta hace un mes, los multimillonarios Planes «E» de obras locales eran imprescindibles, pero ahora se anuncia una especie de «ley seca» a la economía española, castigada con menos poder adquisitivo por el recorte de salarios y pensiones, con la retracción del consumo que provocará el aumento del IVA y con el cierre de la inversión productiva en infraestructuras. Sin embargo, ahí siguen miles de contratados a dedo en las administraciones públicas y ministerios irrelevantes para el interés general. ABC. 20-5-2010

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