Ucrania:

Putin contraataca desgajando Crimea

El ilegal referéndum de Crimea aprobando la secesión del resto de Ucrania y el avance de las tropas rusas hacia el oeste del paí­s, como respuesta al golpe de Estado propiciado por EEUU en Kiev con el apoyo de fuerzas ultranacionalistas y neonazis, han elevado la tensión en la zona a su máxima expresión.

En los países de la OTAN, con unos gobiernos y unos medios controlados para ser la voz de su amo en Washington no hay otra versión más que la culpabilidad de Rusia en todo lo sucedido y en lo que pueda estar por venir. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. Y Ucrania se ha convertido en una especie de crisol donde nos es dado observar la agudización de las contradicciones a escala internacional que el ocaso imperial de la superpotencia yanqui y el ascenso de las potencias emergentes está provocando. «Rusiaya no aceptará ordenes que vienen desde Washington o Bruselas»

Hace ahora exactamente un año, Vladimir Putin afirmó en un discurso que “la desaparición del sistema bipolar no ha hecho el mundo más estable”. A lo que el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, acaba de añadir que “en estos momentos está teniendo lugar un movimiento tectónico en el balance de fuerzas internacional”. Los países de Occidente están “tratando de impedir ese proceso” para mantener su predominio, saltándose si es necesario el derecho internacional. Y los acontecimientos en Ucrania no son más que “la confirmación” de esto.

En Ucrania, Washington ha hecho un cálculo geopolítico erróneo para un imperio debilitado, que vive de la máquina para imprimir dólares, y que ya no puede actuar siguiendo la política de “ordeno y mando”.

El retroceso en Siria fue la primera y más evidente demostración de esta nueva situación.

Obama trazó una línea roja, pero cuando Bashar el-Assad la traspasó fue incapaz de movilizar el consenso interno y exterior necesario para actuar tal y como había amenazado. Las vías de resolución del conflicto nuclear con Irán por el camino de la negociación -aun a riesgo de enajenarse la voluntad de dos aliados claves en la zona como Israel y Arabia Saudita- y no la de la amenaza y la fuerza fue la segunda constatación de que el mundo ya no reacciona al toque de pito de la Casa Blanca.

EEUU ha apretado el acelerador en Ucrania, pero se ha encontrado con una respuesta que no entraba en sus planes iniciales. Y no porque no estuviera advertido de ello.

La nueva situación mundial ha propiciado que Rusia, heredera de la vieja superpotencia soviética y ahora resurgida en sus ambiciones imperiales gracias a su alianza con los BRICS, haya adquirido la capacidad de establecer los límites de su dominación. Límites que, a diferencia de lo que ocurrió en los años 90 tras la implosión de la URSS, está dispuesta a defender recurriendo a la fuerza de su poder militar si es necesario.

Putin lo dejó claro en su estratégico discurso de marzo de 2013, pero Washington no quiso escucharlo, o valoró que no se atrevería a ello. En aquella ocasión, Putin dijo: “Rusia tiene ahora la capacidad de proteger sus intereses nacionales y ya no se inclinará ni aceptará ordenes que vienen desde Washington o Bruselas (…) Nosotros mismos tenemos que decidir si estamos listos para, de manera consistente, defender nuestros intereses nacionales o si los seguimos entregando”.

Cuando Putin habla de “intereses nacionales” se está refiriendo, obviamente, a mantener su capacidad de actuar como una potencia imperialistas con intereses en el tablero global. Y en ello mantener a Ucrania, o a una parte de ella, bajo su esfera de influencia juega un papel vital.

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