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¿Puede Bárcenas desestabilizar a Rajoy?

Si la operación de castigo contra Bashar Asad no deriva en un conflicto regional de incalculables consecuencias, la economía española dirá adiós a la recesión en el tercer trimestre de este año e iniciará un etapa de recuperación tras una crisis que se ha prolongado durante seis largos años.

Rajoy habrá empleado casi dos en enderezar una herencia que llevó a España al borde de la intervención hace tan sólo 12 meses. Pero hay que reconocer que los ajustes, con todos los peros que se les quieran poner, están dando resultados. El déficit público se está corrigiendo, las necesidades de financiación se han reducido drásticamente, la economía ha ganado competitividad gracias a la moderación salarial, y ahora comienza de forma tímida el crecimiento que, ya en 2014, dará paso a la creación neta de empleo.

No va a haber milagro. No vamos a pasar de la noche al día, entre otras cosas porque aún quedan muchos problemas por solventar. Pero, las previsiones del Gobierno no son el cuento de la lechera. La mayoría de los servicios de estudios serios de este país coinciden con Economía en que, a partir del segundo trimestre, se ha producido un cambio de ciclo. Es más, el objetivo de caída de PIB del –1,3%, que el secretario de Estado, Fernando Jiménez Latorre, avanzó el pasado jueves que se cumpliría este año, es considerado por la mayoría de los expertos como «demasiado pesimista», y apuestan por una reducción próxima al –1%.

El Banco de Santander espera que en 2014 la economía crezca ya al 1,3%, lo que permitiría, en efecto, recortar sustancialmente las cifras de paro.

Con esas perspectivas, y con el PSOE en KO técnico, el PP podría soñar con una cómoda segunda mitad de legislatura, preludio de una segura victoria en 2015.

La cuestión es si el caso Bárcenas tiene potencial suficiente como para que la oposición, que en ese asunto actúa como un bloque, logre desestabilizar al Gobierno.

Desde los nacionalistas a IU, todos los grupos ven en Bárcenas el talón de Aquiles de Rajoy, la única posibilidad a corto plazo de minar a un Gobierno que goza de una cómoda mayoría absoluta y que parece haber superado la etapa más dura de la recesión.

Entre las prioridades de la agenda política que tiene Rajoy sobre la mesa al cruzar el ecuador de su mandato está, al margen de continuar las reformas, la cuestión catalana. Ese es el gran asunto del próximo año.

Artur Mas ha roto todos los puentes de diálogo con el Gobierno y ha decidido apostar su futuro político al cumplimiento del compromiso con ERC de convocar el referéndum de autodeterminación en 2014.

El grado del desafío soberanista no será el mismo si el PP y el PSOE mantienen una firme posición común y el Gobierno no se encuentra acosado por las denuncias de corrupción que rodean al caso Bárcenas.

La pregunta que se hacen algunos ministros, bastantes dirigentes del PP y muchos de sus votantes, es si Bárcenas tiene información suficiente como para dañar de forma irreversible a Rajoy.

El problema para el Gobierno y para el PP es que no manejan los tiempos (que dependen del juez Ruz) ni saben a ciencia cierta lo que puede demostrar documentalmente el ex tesorero (eso sólo lo sabe el propio Bárcenas).

Probablemente, el Gürtel tenía una dimensión mucho mayor como caso tipo de corrupción, pero ahí Rajoy había creado un eficaz cordón sanitario: él fue quien echó a Correa y Crespo de Génova.

De hecho, durante al menos tres años, el PP pretendió separar a Bárcenas de Correa, defendiéndole públicamente, frente a las investigaciones policiales que le situaban como parte esencial de la red de cobro de comisiones de Gürtel.

Uno de los episodios que convierte en poco creíble la nueva estrategia del PP, que consiste en argumentar que el ex tesorero engañó a todo el mundo y que Rajoy no se cayó del guindo hasta que no supo lo de sus cuentas en Suiza, es el famoso episodio de la negociación de su lucrativo contrato de trabajo, firmado al dejar su escaño en el Senado, en marzo de 2010.

Es evidente que María Dolores de Cospedal quería que Bárcenas abandonara el partido. Su enfrentamiento con él fue recogido con bastante detalle en las páginas de este periódico y en las de otros medios de comunicación. ¿Por qué quería la nueva secretaria general que se marchara? Sencillamente porque estaba convencida y porque tenía pruebas de que no era trigo limpio.

Para frenar a Cospedal y en apoyo del ex tesorero salieron sus amigos Javier Arenas y el entonces todavía dirigente del PP, Francisco Álvarez-Cascos.

Pero, ¿qué hizo Rajoy? Adoptó una posición salomónica. Bárcenas dejó de ser senador y se marchó formalmente del PP, en efecto, pero mantuvo sus prerrogativas y logró un contrato de trabajo que no sólo le garantizaba unos recurrentes y elevados ingresos (que ni siquiera necesitaba dado su elevado patrimonio oculto en el extranjero) sino que, eso era lo importante, le seguía manteniendo ligado al partido. Por tanto, con ese pacto se estaba comprando su silencio.

No se podía cabrear a una persona que conocía al detalle las vergüenzas de la financiación irregular y de los sobresueldos. Eso fue lo que explícita o implícitamente aceptó Rajoy y eso es lo que ahora le provoca dolores de cabeza en este asunto, que no quedó ni mucho menos resuelto con su intervención en el Congreso del pasado 1 de agosto.

Lo que hemos sabido en las últimas semanas y lo que corrobora el SMS a Mauricio Casals no es ni más ni menos que la constatación de que Bárcenas entendió que el partido había incumplido sus compromisos.

La cuestión no es si Bárcenas es o no un delincuente, sino por qué se le dio protección. Mientras Rajoy no responda a esa pregunta, el ex tesorero seguirá siendo su pesadilla y el lastre fundamental (la «distracción» utilizando la terminología del presidente) de su Gobierno para encarar las reformas aún pendientes y abordar con determinación el desafío del nacionalismo catalán.

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