No olvidéis la dana, no olvidéis a Valencia

Prohibido olvidar

Cuando alguien en los días venideros recuerde la terrible Dana de Valencia, habladle de la gente de Horta Sur, de su valentía desinteresada. De su día a día, de toda su fuerza y dignidad. Habladle de la gente afectada y de su enorme resiliencia.

(*) Iñaki Barinaga forma parte de los coordinadores del Centro Logístico La Cantina que diariamente coordina a cientos de voluntarios y envía ayuda a los pueblos afectados

Esto va contra el olvido. Cuando los resúmenes del año pasen de las imágenes de la gran riada al muñeco de navidad, de por ejemplo Paiporta, rompan conmigo el silencio. Habladle de los afectados, de cómo es el día a día para la gente de los pueblos de la Horta Sur en Valencia. Hay que quebrar el silencio para vencer al barro, hay que ir.

Los focos de los medios de comunicación se han retirado, hace semanas, de los pueblos afectados y la vida en Horta Sur. Mientras la atención mediática decae, las necesidades en los pueblos afectados no paran de crecer. Falta mucho, como de aquí a Islandia, para poder decir que los servicios esenciales estén restablecidos. Desde la educación, los saneamientos, el transporte o la atención primaria. Los autobuses de los pueblos a Valencia, siguen a rebosar. Tardan horas en completar el trayecto: los vecinos van hasta Valencia a por todo aquello que no pese demasiado y entre en un simple carro. La distribución de ayuda y recursos va a cuentagotas, ya sea de limpieza, colchones o estufas…

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Si les hablan de normalidad: no compren

Acaba diciembre, pero las necesidades continúan. Empieza el olvido, pero no nos da la gana. Las ayudas no llegan, o lo hacen muy lentamente. Y la gente aún pide agua, leche y galletas. O vive en torres de edificios con 40 vecinos que llevan 2 meses sin ascensor, “porque es muy difícil arreglarlos, ha entrado lodo a la maquinaria”. Esto lo cuenta Eduardo de Picanya, mientras recoge algo de fruta en Ruzafa para sus vecinos, porque sólo le convences de que la meta en un hueco de la moto si le insistes. Que se la lleve a la gente de su edificio porque para él no la quiere; yo puedo aguantar, nos dice.

Eduardo es uno más, pero aquí nadie es un cualquiera: entrena a los alevines del Benimar F.C y el fin de semana juegan, por fin, el primer partido después de la Dana. La movilización de recursos por parte de las administraciones públicas -Generalitat y Estado Central- es muy insuficiente, por muy encomiable que sea la labor de la UME y otros cuerpos. La gestión para atender la vida cotidiana de la gente es, sin duda, cien millones de veces mejorable. Pero lo insoportable es el silencio sobre todo ello. Lo que no se nombra, primero se olvida y luego no existe. ¿Quién puede cambiar lo que no existe?

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Agua y galletas

El móvil no para, ni el día de Nochebuena. “No nos queda leche ni comida, agua y galletas, con eso me apaño si lo puedes conseguir”. He hablado por teléfono con el Padre Teodoro en un mes, gestionaba un centro de atención al inmigrante y ahora atiende a unas 200 familias en Sedaví, más veces de las que he ido a misa en mi vida. Él desde las naves pegadas a las vías destrozadas del tren en Sedaví, yo desde Ruzafa en el `Centro de Voluntarios La Cantina´.

Igual que con M.ª José y Jaime en Aldaia, su bajo funciona, después de limpiarlo, para muchas familias. Cuando por fin logramos colchones, tenían hasta 20 familias con nombre y apellido esperando. Cada vez que llamamos o llaman: más agua, nadie se atreve aún a ducharse, beber o cocinar con el agua corriente. Y quien lo hace es porque no tiene más remedio. Así semana a semana. Sobre todo, mantas, agua y leche, desayunos, comida lo que tengas. Noviembre entero, ahora diciembre.

Lo mismo pasa, con el agua y con lo demás, al hablar con Rafa y Michael de Paiporta. Va a cerrar el punto vecinal porque necesita reformar su bajo, pero el día antes tiene en lista de espera a 8 vecinos por un deshumidificador. Entrega todos al rato de llevárselos en furgoneta. Recorrer Paiporta para llevar material aún significa ver colas y colas, para empezar en el ayuntamiento o locales que dan comida caliente. Sólo en el primer cuadrante de la calle Sant Antoni hay 3 puntos de distribución, dos montados por los vecinos y otro de una ONG. Cuando empieza a anochecer, en ese mismo tramo se suma la furgoneta de reparto de comida caliente, para la cena acuden decenas de vecinos con una bolsa para las raciones. En ese cruce, dónde hace esquina la farmacia, no funciona ni una de las farolas. En las 4 calles anteriores tampoco.

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A veces me canso, pero no voy a dejar de cuidarles”

Venimos del edificio de Beatriz, son 31 puertas, pero además guarda y reparte en su calle a los pisos bajos. Antes de atendernos la oímos hablar con el seguro, la esperamos porque viene de recoger una bicicleta. Al teléfono da números y más datos de documentación que ha tardado semanas en poder conseguir, rodeos y más rodeos para llegar a pagarle 200 euros por el coche que le permitía ir a trabajar. Mañana le prestan una moto, para su alivio y casi entusiasmo de su hija mayor. Bajan sus vecinos a ayudarnos con los bultos: es agua, leche y cacao en polvo, a ojo para 30 familias. El trajín sin parar de una niña de 10 años nos llena el pecho a todos. Las horas de espera, durante toda una mañana, que nos cuenta otro vecino para conseguir 10 minutos con los psicólogos del ambulatorio nos cargan los ojos de peso por dentro. Es Paiporta otra vez, pero podría ser cualquiera de los pueblos afectados.

Otra pareja que ayuda del edificio, además de valientes son sordomudos: ha venido Vicky de voluntaria, desde Vitoria-Gasteiz aprovechando su fin de semana libre, y descubrimos encantados que ella sí sabe lengua de signos. Nos cuentan y señalan los metros de agua hacia los balcones, pasan dos vecinas que hacen running: “es el primer día que salimos a correr”. Corren tapadas porque no hay quien respire bien, estamos en la segunda quincena de diciembre. Nos hablan del silencio y los gritos del 29, de lo que cuesta conseguir cualquier cosa sin una tienda abierta en 5 o 10 kilómetros a la redonda. Del olor de las calles y los edificios nadie dice nada, porque quien pone pie en tierra lo sabe. Por eso hablamos fuera del portal, nos explican el día a día, con colegios y todo cerrado. Y junto al pequeño corrillo de vecinos en la acera, Beatriz suelta: “Quieren que nos cansemos, pero van apañados con nosotros”.

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Más que llamadas telefónicas

Eduardo de Guadasuar, “comida fresca, hace casi un mes que no tenemos y arroz, no hay arroz”. Lidia en Sedaví, “si pudierais traer fruta para las meriendas que damos en la ludoteca a los niños sería perfecto”. Taibi de Catarroja, “agua, trae agua que la dejo también fuera del locutorio y la gente va cogiendo”. Y a pie de barro: “Nunca habíamos tenido tanto papel higiénico”, en Parque Alcosa; “Aquí no viene nadie y en los puestos del ayuntamiento nos miran mal”, en el Xenillet de Torrent junto al barranco, con acento calé y árabe; “¿Cuándo vais a volver?, en el Raval de Algemesí.

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¿Qué hay de la gente, amigos?

Cuánto más hueco llenan los apellidos de cargos oficiales en los medios de comunicación, más cala el olvido. También quién más insiste y remarca con supuesto cariz reivindicativo. Lo primero la gente, todo lo demás llegará porque no vamos a olvidar.

Los cínicos no sirven para este oficio. Es evidente, no son periodistas de a pie quienes eligen grabar alcantarillas o rotondas, o tirar de archivo con las imágenes más crudas de la riada. Ya sabemos que los grupos de información están vinculados a grandes bancos, compañías de seguros o cualquier ente con mucho capital: para quienes hacen rendir la información su única misión es ganar más. Su posición está basada en una máquina de hacer dinero. ¿Cómo van a cubrirse las necesidades de la gente sin darles voz, ni espacio ni tiempo? ¿Cuántos años de esperanza de vida perderá la Horta Sur la próxima década por lo que respiran a diario, si en furgoneta molesta respirar y parando allí media hora a descargar al día siguiente duelen la nariz y la garganta?

¿Cuántas generaciones de familias afectadas se están endeudando para intentar rehacer algo de sus vidas pidiendo créditos a la banca (la misma que rescatamos con dinero público al instante)? No hay periodismo posible al margen de la relación con la gente, con los otros; son quienes nos dirigen al dar su opinión e intentar describir y comprender, se fija el objetivo y se intenta provocar algún tipo de cambio. No queremos aplausos por este artículo, no quiero que aplaudan a mis compañeras voluntarias al llegar con medio palé de papel higiénico porque en Massanasa tenía que repartirse a tiras, no quiero olvidar la Dana. Cuando alguien en los días venideros recuerde la terrible Dana de Valencia, habladle de la gente de Horta Sur, de su valentía desinteresada. De su día a día, de toda su fuerza y dignidad. Habladle de la gente afectada.

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