Portugal y España

El gran mercado interior europeo es un «horizonte» demasiado distante. Lo que da cuerpo y confiere solidez a una economí­a es, en primer lugar, la pujanza de un mercado interior de proximidad. Sólo después de esa maduración, tan saludable para las pequeñas y medianas empresas, pero que consigue también que muchas se vuelvan mayores y hasta gigantes, puede despegarse de forma sólida hacia el estatuto de potencia exportadora.

Esaña nos ofrece ese mercado de proximidad. ¡La península Ibérica supone un gran mercado con más de 52 millones de consumidores! Es la primera vez que tenemos una oportunidad así en 200 años. Debemos ser conscientes de ella y aprovecharla. De esta forma, un programa electoral inteligente debería incorporar soluciones y propuestas que nos situaran en condiciones de vencer en esta pacífica batalla peninsular EL MUNDO.- El asunto es tan grave que requiere hoy mismo una explicación pública tanto en Madrid del máximo responsable del PP, Mariano Rajoy, como en Valencia del presidente de la Generalitat y líder del partido, Francisco Camps. Y si Rajoy no puede acreditar que se trata de una completa falsedad, lo que debe hacer sin dilación es crear una comisión interna de investigación, como hizo Aznar en el caso Naseiro. Todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia, pero si lo que dice el informe es cierto no solamente Costa y otros dirigentes tendrían que dimitir inmediatamente sino que además Camps quedaría en una situación insostenible Opinión. El País Portugal y España Luis Felipe de Menezes Lopes Fui educado bajo la égida de un nacionalismo trasnochado y rural, que quiso hacernos creer que éramos todavía uno de los imperios más poderosos del mundo. Y por si fuera poco, además, un imperio irreprensiblemente ético y justo. Pese a todo, la valoración crítica que retroactivamente hago de ese período del salazarismo no ciega mi mente hasta el extremo de renegar de nuestros héroes y de nuestra magnífica historia. Me considero un patriota, un nacionalista moderno. Me sigue emocionando leer la epopeya de Magallanes, las gestas de Afonso de Albuquerque o la osadía mística de Frei Nuno de Santa Maria. Soy también un europeísta convencido, por más que deteste a los burócratas cenicientos de Bruselas, ¡y sobre todo su odio por el queso serrano, los embutidos y los lechones de la Bairrada! Creo en la Europa de las naciones, en la que un federalismo pragmático sólo debe prevalecer en lo que atañe a las grandes políticas de Estado: defensa, seguridad y relaciones exteriores. La campaña electoral en curso, la más intelectualmente mediocre de la historia de la democracia portuguesa, se está extraviando en pormenores acerca de quién tiene o no capacidad para presentar propuestas concretas con poder de movilización. Está siendo también una campaña en la que nadie ha sido capaz de señalar cuáles son los grandes proyectos que deben condicionar en concreto las propuestas programáticas. Sin proyectos de conjunto, todas las propuestas no dejan de ser una mera adición de ideas inconexas e incomprensibles. De este modo, dada la creciente polémica sobre la alta velocidad y España, no puedo dejar de tomar posición pública sobre un asunto que fue una de las principales banderas de mi reciente liderazgo en el mayor partido de la oposición. Crítico ante el iberismo capitulador que desde 1383/85 ha tentado en tantas ocasiones a las élites portuguesas, soy, pese a todo, de los que defienden con mucha convicción que España es el principal objetivo y desafío del Portugal de las próximas décadas. Somos un país pequeño en el contexto de la Unión Europea, y de los pequeños, el más excéntrico; de los pequeños, el único con frontera con un gigante imperial, a más de 2.000 kilómetros del centro de Europa, cada vez más desplazado hacia el este. En el pasado interpretamos con inteligencia estos condicionamientos y supimos hallar durante 800 años soluciones que preservaron, al menos, la defensa de nuestra independencia e identidad de forma perenne. Lo hicimos volviéndonos hacia el mar y hacia los grandes viajes de los siglos XV y XVI, mediante la elección de aliados estratégicos de confianza -Inglaterra, señaladamente- cada vez que las amenazas continentales se hacían más vehementes, u optando por una neutralidad evasiva cada vez que una opción más clara podía situarnos bajo el fuego devastador de los grandes conflictos internacionales. Pero entretanto había algo de lo que tales condicionamientos difícilmente podían permitirnos escapar: el empobrecimiento progresivo. A causa de nuestras pequeñas dimensiones, acentuadas por esa condición excéntrica, a causa de nuestra escasa densidad demográfica, a causa de nuestra pobreza en riquezas naturales y materias primas y, por último, a causa de nuestra dejadez en la formación y cualificación de nuestros ciudadanos, particularmente acentuado en los 50 años de dictadura. No es de extrañar que, por todo ello, la economía portuguesa se haya caracterizado únicamente, a partir de la revolución industrial, por pequeños estertores expansionistas: en el momento de la adhesión a la AELC y, en la década de los ochenta, con la adhesión a la Comunidad Económica Europea. Estertores pasajeros, porque los problemas estructurales nunca consiguieron ser superados. El principal problema, síntesis de muchos de los anteriores, ha sido siempre las escasas dimensiones de un mercado interior diminuto y cerrado. De tal manera que no sorprende que no hayamos pasado nunca de ser un país de pequeñas y medianas empresas y que el sector exportador sea el resultado, casi se diría que exclusivamente, de la sufrida supervivencia de sectores industriales de mano de obra intensiva, circunstancialmente beneficiados por la existencia de una mano de obra poco cualificada pero muy barata. La progresiva apertura de las fronteras en Europa y en el mundo, y la entrada en el club de la moneda única fueron la gota que colmó el vaso. La innovación, la progresiva mejora del sistema educativo y el genio emprendedor de algunos tropezaban ante la incontrovertible falta de masa crítica con suficiente dimensión para dotar de competitividad a las empresas. Pues bien, es ahí donde España era, y es, nuestra solución. El gran mercado interior europeo es un "horizonte" demasiado distante. Lo que da cuerpo y confiere solidez a una economía es, en primer lugar, la pujanza de un mercado interior de proximidad. Sólo después de esa maduración, tan saludable para las pequeñas y medianas empresas, pero que consigue también que muchas se vuelvan mayores y hasta gigantes, puede despegarse de forma sólida hacia el estatuto de potencia exportadora. España nos ofrece ese mercado de proximidad. ¡La península Ibérica supone un gran mercado con más de 52 millones de consumidores! Es la primera vez que tenemos una oportunidad así en 200 años. Debemos ser conscientes de ella y aprovecharla. De esta forma, un programa electoral inteligente debería incorporar soluciones y propuestas que nos situaran en condiciones de vencer en esta pacífica batalla peninsular. La modernización de todos los grandes puertos de la costa atlántica, su enlace inmediato -por carretera y ferrocarril- con ese espacio central ibérico, el desarrollo competitivo de un interior que está tres horas más cercano a esos 42 millones de consumidores adicionales, la armonización fiscal ibérica alcanzable en un período razonable, la introducción, en régimen de reciprocidad, del castellano y del portugués como idiomas de enseñanza obligatoria en Portugal y en las regiones fronterizas de España, se cuentan entre algunas de las medidas impostergables que deberíamos afrontar. También la conexión mediante la alta velocidad ferroviaria de pasajeros y mercancías entre Portugal y España es ineludible a partir del momento en el que España impuso en todo su territorio tal opción. Lisboa y Oporto no pueden quedar fuera de una carrera de calificación en la que ya están incluidas Sevilla, Valencia, Barcelona, San Sebastián… ¡y Vigo! La Aljubarrota de hoy no se vence con lanzas ni con "alas de los enamorados", ni mucho menos con ningún tipo de aislacionismo. Se ganará compitiendo con confianza, agresividad y con una estrategia concertada. Considero que, a pesar de su posición sobre la alta velocidad, el PSD es el partido mejor situado para liderar una trayectoria de esa clase. Al PS, durante cuatro años y medio, se le ha llenado la boca con España, pero lo cierto es que no ha hecho nada para armonizar nuestro desarrollo con el de nuestro vecino. La alta velocidad no es más que un detalle de una visión de fondo global y coherente. Un detalle que puede y que debe ser corregido. Con todo, el PSD es lo suficientemente abierto y democrático para que muchos que piensan igual que yo puedan defender y llevar al triunfo esa visión nuestra del interés nacional. EL PAÍS. 25-9-2009 Editorial. El Mundo O tendrá que irse Camps o tendrá que irse Rubalcaba EL INFORME de la Unidad Central de Delincuencia Económica, a cuyo contenido hemos tenido acceso, describe una trama de financiación ilegal en el PP de Valencia cuya picaresca recuerda mucho a la trama de Filesa montada en su día por el PSOE. Lo primero que hay que establecer es un elemento de cautela sobre la veracidad de este informe realizado por una unidad policial que depende del Ministerio de Interior, a cuyo frente no está precisamente un político cualquiera. Todas las reflexiones que se puedan realizar en estos momentos están condicionadas a esa veracidad. Pero si lo que dice este documento es cierto, el PP valenciano habría organizado una trama ilegal de financiación, cuyo centro era Orange Market, la empresa de Álvaro Pérez El Bigotes, que trabajaba en estrecha asociación con Francisco Correa. Según el informe policial, esta trama operaba de la siguiente manera: el PP de Valencia habría establecido un sistema de doble vía de pago a Orange Market por la organización de sus actos. Una parte de la facturación se pagaba de forma legal, liquidando el IVA y con dinero A (de ahí la denominación Alicante en la contabilidad). La otra parte de los pagos se hacía con dinero negro, denominado B (estas operaciones se llamaban Barcelona). (…) establecido ese doble mecanismo, el PP recurría a sociedades constructoras que pagaban parte de sus gastos a cambio de adjudicaciones de contratos de la Generalitat Valenciana. En algunos casos, estas empresas desembolsaban su dinero por servicios no recibidos, como sucedía en el caso Filesa, y en otros, recurrían a la rupestre y burda entrega de dinero negro. La Policía asegura que dispone de pruebas de que esta trama estaba coordinada por Ricardo Costa, número dos del PP valenciano. Si esto es así, evidentemente no estamos hablando ya del regalo de cuatro trajes sino de una red de corrupción en toda regla. El asunto es tan grave que requiere hoy mismo una explicación pública tanto en Madrid del máximo responsable del PP, Mariano Rajoy, como en Valencia del presidente de la Generalitat y líder del partido, Francisco Camps. Y si Rajoy no puede acreditar que se trata de una completa falsedad, lo que debe hacer sin dilación es crear una comisión interna de investigación, como hizo Aznar en el caso Naseiro. Todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia, pero si lo que dice el informe es cierto no solamente Costa y otros dirigentes tendrían que dimitir inmediatamente sino que además Camps quedaría en una situación insostenible. El contenido del informe reabre el debate sobre el discutible criterio del Tribunal Superior de Justicia de Valencia, que optó por separar la investigación de la posible financiación ilegal del PP en esta Comunidad de la de los regalos efectuados a Camps y a otros dirigentes del partido. No parece razonable deslindar una cosa de otra a la luz de los nuevos datos, que arrojan otra perspectiva sobre la conducta de las personas que recibían esas dádivas. Solamente hay dos posibilidades: o lo que dice el informe es falso y ha sido un montaje urdido por mandos policiales o lo que dice el informe es sustancialmente verdadero. Lo primero implica la dimisión de Rubalcalba y lo segundo, la de Camps. EL MUNDO. 25-9-2009

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