En frente suyo, la oposición del Partido Socialista, del Bloque de Izquierdas y de la alianza del Partido Comunista y los Verdes, avanza en las negociaciones para formar gobierno. De formarse, la troika tendría serias dificultades para aplicar las políticas de recortes y saqueo, al menos tal y como lo han venido haciendo en el país luso. Un gobierno «de izquierdas» que sin embargo, tendría ‘líneas rojas’ intocables: la deuda externa, la pertenencia al euro o a la OTAN han quedado explítamente excluídas de las negociaciones de las tres fuerzas progresistas.
En la noche electoral, la victoria se le atragantó en la garganta a Passos Coelho. Las calculadoras echaban humo. A pesar de ser la fuerza más votada con un 36% de los votos y 102 diputados, los números no le daban para formar gobierno, ni siquiera con el apoyo de la derecha del PSD y sus 5 escaños. Frente a ellos, el Partido Socialista habia obtenido el 32% y 86 escaños, el Bloco de Esquerda (BE) un 10% y 19 parlamentarios, y la Coalición Democrática Unitaria -una alianza entre el Partido Comunista y los Verdes- había quedado en cuarto lugar con un 8% de los sufragios y 17 escaños. Las tres fuerzas progresistas suman 122 escaños de un parlamento de 230.
Los dias pasaban y el nerviosismo se incrementaba en los ministerios y sobretodo en el Palacio de Belem, sede del Presidente de Portugal, Anibal Cavaco Silva, histórico dirigente del PSD. Los tímidos intentos para formar un gobierno de concentración a la alemana murieron casi al segundo de nacer. Antonio Costa, líder socialista se negó en rotundo a formar parte de ningún ejecutivo con Passos Coelho.
«El nuevo gobierno progresista rehusaría aplicar algunas de las principales exigencias del FMI o Bruselas, dificultando objetivamente el saqueo de Washington y Berlín sobre Portugal».
Mientras las tres fuerzas progresistas empezaban a reunirse y a poner encima de la mesa divergencias insalvables y puntos de unidad programáticos, el Presidente de la República cometió un error garrafal, al dar un discurso televisado a la nación que dejó atónitos a los portugueses. Saltándose el papel de “arbitro imparcial” que se supone que el jefe del Estado debe guardar ante los resultados electorales, Cavaco Silva advirtió sobre toda clase de riesgos y peligros que supondría para Portugal un gobierno de PS, Bloco y comunistas y encargó formar gobierno a Passos Coelho, a pesar de que no tiene ni la más remota posibilidad de que el nuevo Parlamento apruebe tal investidura.
Lo único que consiguieron Cavaco y Passos Coelho fue prolongar su agonía. Porque al día siguiente del discurso, las tres fuerzas progresistas se ponían de acuerdo en nombrar a un socialista al frente del Parlamento, el segundo cargo institucional más importante de la República, escenificando a la vez su acercamiento y su determinación de unirse para derribar a Passos del gobierno.
Ahora las negociaciones parecen encaminarse a buen puerto. Los principales puntos de unidad programáticos entre PS, Bloco y CDU (eliminación de los recortes salariales a los funcionarios, eliminación de los recortes de pensiones y eliminación de la reforma laboral) darían un gobierno que haría concesiones a las exigencias populares y que rehusaría aplicar algunas de las principales exigencias del FMI o Bruselas, dificultando objetivamente el saqueo de Washington y Berlín sobre Portugal. El mayor sindicato del país, la CGTP y principal artífice de las movilizaciones antiausteridad de 2102, ha dicho que cuentan con su respaldo.
Sin embargo, Portugal no es Grecia, y un gobierno en el que participa el Partido Socialista no puede ser Syriza, entre otras cosas porque -al igual que el PSOE en España- el gobierno socialista de José Sócrates también gobernó subordinado a las órdenes de la troika. El PS ha exigido a Bloco de Esquedas y a CDU que aparquen todos los puntos programáticos (reestructuración de una deuda que roza el 130% del PIB, salida del euro o de la OTAN, renacionalizar líneas aéreas y eléctricas privatizadas) que puedan colisionar seriamente con los intereses de las grandes potencias. Hay ‘líneas rojas’ que en Portugal no pueden romperse. Al menos… de momento.