Conclusiones tras la liberación del Alakrana

Por fí­n libres

Con tres millones de euros pagados por el rescate el Alakrana ha sido liberado por sus secuestradores. Quizás sea el momento de empezar a sacar enseñanzas de lo ocurrido. Quizás la decisión del juez Santiago Pedraz de procesar a los dos detenidos y posibilitar un juicio rápido, abriendo la puerta a la vuelta de los dos piratas detenidos a Somalia, bien indultados por el gobierno después del juicio, bien extraditados para «cumplir» la condena en su paí­s, ha acelerado la liberación del Alakrana. Dijo la vicepresidenta De la Vega que el gobierno no ha cometido ningún error durante del secuestro del Alakrana: «se ha hecho lo que se debí­a». Pero sin errores los 36 marineros secuestrados, casi con toda seguridad, hubieran estado mucho antes con sus familias. Error fue detener a los dos piratas y traerlos a España. Lo que se pensó utilizar como medio de presión frente a los secuestradores se convirtió en una baza a favor de éstos al exigir, además del dinero, su libertad como condición para terminar con el secuestro del Alakrana. Error fue el lí­o montado entre el ministerio de Defensa y la vicepresidenta de la Vega, y del gobierno con la Audiencia Nacional.

La liberación del Alakrana y la vuelta sanos y salvos, como edían las familias, de los marineros secuestrados era la tarea principal y parece haber llegado a su fin. Pero la resolución del problema de fondo, que ha convertido el mar del cuerno de África en la ruta más peligrosa del mundo, parece cada vez más lejana.Con el envío de mercenarios de seguridad privada con armas militares para que viajen en los barcos de pesca, el gobierno español, como la UE, EEUU y el resto de grandes potencias, siguen apostando por tratar los síntomas pero no atacar el fondo del problema. Nadie está interesado en buscar una solución al futuro de Somalia como país ni a sus 10 millones de habitantes. ¿Por qué? Sin Estado, saqueado y basurero nuclear Somalia, un país con una posición geoestratégica privilegiada (por sus costas, la vía más corta entre el Índico y el Pacífico, pasa el 13% del comercio mundial y el 50% del petróleo procedente del Golfo Pérsico) y enormes reservas de recursos naturales (pesca, petróleo y gas), se ha visto sometido desde el siglo XIX a la intervención de las grandes potencias y de grandes corporaciones internacionales, sobre todo a partir de la apertura del canal de Suez en 1868.Inglaterra, Italia y Francia ocuparon los enclaves más estratégicos de la zona (Adén los ingleses, Yibuti Francia, Italia la mayor parte de Somalia) y desde entonces han alimentando las diferencias tribales, una guerra civil permanente y el surgimiento de los llamados “señores de la guerra” para defender sus intereses coloniales e imperialistas. Problemas que el relevo de estas potencias por Estados Unidos en la zona no ha hecho sino agravarlos aún más. Fracasó en su intento de invadir el país en 19993, intervino en 2006 para que tropas etíopes invadieran el país y derrocar a un islamista moderado, el jeque Sharif Ahmed, y ahora apoya el gobierno de transición que vuelve a estar presidido por Ahmed y que apenas controla una parte de la capital Mogadiscio y algunas zonas del centro y sur del país.La consecuencia de todo esto es un país sin Estado, dividido en feudos controlados por “señores de la guerra” y sus milicias paramilitares. Sin un gobierno estable en los últimos 20 años e incapaz de imponer ley alguna. Un paraíso ideal para las potencias sin escrúpulos y las grandes corporaciones internacionales, ¡con menos prejuicios todavía!, que han hecho de sus costas el lugar ideal no sólo para saquear gratis sus ricos caladeros de pesca vírgenes –más de 700 barcos pescan ilegalmente en sus costas-, sino como basurero tóxico y nuclear, expuesto por el tsunami de 2004, cuando dejó al descubierto miles de contenedores de basura tóxica, reventados y cargados con desechos radioactivos de uranio y otros metales pesados como cadmio y mercurio, desechos de hospital y productos químicos. De pescadores a piratas Pero sobre todo es un país al que le han provocado una gigantesca crisis humanitaria. En los últimos años han muerto más de 17.000 civiles y 2,5 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares. Se han destruido los medios de vida de la población y un tercio depende de la ayuda alimentaria para sobrevivir, según fuentes de las propias Naciones Unidas.Creado el caldo de cultivo, los piratas florecen por todos lados. Son, en su mayoría, jóvenes pescadores y agricultores empujados a hacer de la piratería su modo de vida. Son piratas.Pero ahí no acaba el negocio de la piratería. Sería impensable que se hubiera convertido en un negocio de tales proporciones (una veintena de barcos y 350 personas tienen secuestrados ahora mismo los piratas) sin otros apoyos, sin la existencia de los auténticos corsarios que tienen en Londres la capital pirata, vinculados a los despachos de abogados de “alto standing” que negocian los rescates y desde donde parte la información que necesitan los piratas para sus secuestros.Un conocido pirata reconocía que desde allí se les suministra toda la información necesaria para los ataques. Nada es casual, los piratas conocen las características de buque, país, año de fabricación, tipo de carga, tripulación, ruta… en función de lo cual planifican el abordaje y el precio del rescate. La información se la suministran los auténticos corsarios directamente vinculados a esos bufetes donde se negocian los rescates, como denunciaban medios tan británicos como el mismísimo The Guardian. Cañoneras y mercenarios, no Como decíamos hace una semana en estas mismas páginas, nada justifica la acción de los piratas, pero una vez liberados los marineros secuestrados el gobierno de España ha de pasar a llevar una política radicalmente diferente respecto al problema. Denunciar en la ONU y todos los escenarios internacionales que se aproveche el caos provocado por la inexistencia de un Estado somalí para el saqueo de los recursos del país, y para utilizar sus aguas como basurero tóxico nuclear, químico y restos hospitalarios. Renunciar a la política de “la cañonera” y pasar a defender en la ONU una solución para Somalia con acuerdos justos que beneficien la cooperación con la población somalí. Y perseguir a los auténticos corsarios, siguiendo tanto la ruta del dinero de los rescates como la de las grandes compañías que utilizan sus aguas como vertedero tóxico. Éstos son los auténticos “bandidos del mar” y contra ellos ha de ir la acción principal de los Estados y la justicia.

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