Literatura

¿Pero existe la literatura francesa?

Hace un par de años, con la maldad que caracteriza a las relaciones entre esos paí­ses que se llaman a sí­ mismos «aliados», el mascarón de proa de la prensa norteamericana, la revista «Time», publicaba un extenso, provocativo y deliberadamente hiriente artí­culo, preguntándose dónde estaban la literatura y la cultura francesa actuales, y constatando que el «hexágono» habí­a perdido toda su pasada «grandeur» cultural y literaria, y que agonizaba. Según el semanario yanqui, Sartre era la última referencia influyente que Francia habí­a aportado a la cultura universal.

Naturalmente, el artículo (al que no le faltaba la razón en muchos asectos, especialmente en el de constatar la "decadencia" de su literatura), fue recibido en Francia como un ataque, una ofensa y un desafío. Cientos de páginas de académicos, literatos e intelectuales salieron a la palestra a defender el "honor" mancillado y a poner en evidencia que la cultura francesa no sólo no estaba en decadencia sino en pleno florecimiento. Y hasta el muy pronorteamericano Henri Levy llevó su incansable argucia dialéctica hasta el punto de asegurar que lo que se escondía tras el ataque era el propio "pánico" de los norteamericanos, ya que la presunta "decadencia de Francia" no sería sino el fenómeno precusor de la suya propia: "El artículo -decía Levy- habla con tonos auténticos de América y de lo que le espera, cuando la creciente influencia del español, del chino y de otras lenguas asiáticas llegue a suplantar al angloamericano". Con todo, la cosa no quedó ahí, y los buenos oficios del Quai D´Orsay obtuvieron la rápida recompensa de la elección de un escritor francés como Premio Nobel de Literatura, en la figura del prolífico, pero semidesconocido, Jean-Marie Gustave Le Clézio. ¿Y qué mejor prueba de que una literatura no está en decadencia que obtener el Premio Nobel, pareció dar por concluido el debate el mandarinato cultural francés? Pero la lógica de una burocracia sólo es aplastante para sí misma y para quienes creen en ella. Y con premio nobel, o sin premio nobel, lo cierto es que es la literatura francesa actual no es ni una frágil sombra de sus precursores, ya hablemos del siglo XiX o del siglo XX. No es que no haya nadie a la altura de Stendhal o de Flaubert, de Proust o de Gide, de Camus o de los surrealistas, es que la literatura francesa en su conjunto no despierta ya interés auténtico ni en Europa ni en parte alguna. Lo que no quiere decir que no haya en la literatura francesa actual verdaderos autores de mérito y escritores que tiene un público fiel y hasta masivo, incluso en nuestro país. Y no me refiero solamente a bestselleristas de "novela negra", como Fred Vargas, o a escritoras de masas, como Anna Gavalda, o al "clásico" escritor escandaloso, cínico y supuestamente rompedor, como Houellebecq, o a los ya tradicionales "extranjeros cooptados", como la iraní Yasmina Reza, el norteamericano Jonathan Littell o el paquistaní Atiq Rahimi (ganadores estos dos últimos de los premios Goncourt de los dos últimos años), sino incluso a escritores de notable calidad, y perfectamente enraizados en lo mejor de la narrativa francesa, y entre los cuales destaca Patrick Modiano. Mi recomendación es esta: si quieren llevarse a casa un plato esquisitamente francés y disfrutarlo plenamente, llévense "En el café de la juventud perdida", de Patrick Modiano, editado por Anagrama. Una "delicatessen".

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